Foto Julio Ricardo Castaño Rueda
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Los promeseros de Ráquira guardan
entre sus saberes de arcilla una tradición colonial, secreto del pueblo de
olleros. Ellos suben a pie la cuesta que los separa de la Villa de los Milagros
para rezar el santo rosario con devoción de peregrinos.
El primer sábado de mes
madrugan a buscar a sus paisanos, compadres y vecinos de la mansión para el
príncipe chibcha, Tinjacá. Juntos desafían, con la infantería de la devoción,
los 400 y tantos metros de altitud que los separan del risueño valle
chiquinquireño.
El paso fuerte de agitados
resoplidos es acompañado con una plegaria de cruzados, el santo rosario. La
camándula, de tagua y crucero mariano, les soporta el conteo de los misterios y
las avemarías en una travesía sin tregua contra el cansancio.
Ascienden felices en una
competencia de alegrías. La edad y la chicha, el fiambre y el paisaje se unen a
esa fila de familias aferradas al valioso legado de sus mayores. La paz
campesina de las veredas los anima en su transcurrir de viajeros por el
evangelio.
Las preces, perfectamente
entonadas en los labios de las matronas o de impertérritos abuelos, se escuchan
al compás de la marcha. El salterio de María recuerda los misterios de la vida
de Cristo por la sinuosa carretera. El eco de sus voces, lejanas y apagadas,
marca los kilómetros con la pulcritud penitencial de los devotos de la Chinca.
El rosario es su llave maestra
para implorar misericordia en la basílica de la Patrona. Allá llegarán,
jadeantes y victoriosos, a pagarle una promesa a la Rosa del Cielo que
intercedió ante su Niño Jesús por las necesidades de su pueblo consentido, los
hijos del barro.
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