Redacción Gaudium Press
Hay una gracia que presagia
la aurora azul celeste del Reino de María.
de todo el mundo, y por una gracia que ya presagia la aurora azul clara del Reino de María, muchas personas comienzan a tomar un primer contacto con San Luis María de Montfort y con la maravillosa devoción por él descrita y promovida, la sagrada esclavitud mariana.
Son decenas de miles que se
están consagrando a Nuestra Señora, aquí y allá, según el método enseñado por
este santo, en un hecho que presagia el advenimiento de la era marial por él
preconizada.
En estas líneas queremos
simplemente enfatizar un aspecto de esa devoción, que tal vez ayude un poco a
entenderla, o a que sea más eficaz.
Dice el santo francés que
esta practica de la sagrada esclavitud mariana – que él enseña en el Tratado de
la Verdadera Devoción a la Virgen – permite ‘construir’ la santidad, no a la
manera en que un escultor con cincel y martillo va tallando la dura roca, sino
en la forma en que un artista vacía el yeso líquido en un molde: Esta última
‘técnica’ es más rápida, y el resultado se ajusta rápida y perfectamente al
molde, que es la Virgen. El artista es efectivamente el Espíritu Santo, Autor
de toda y cualquier santidad.
Siendo el ‘molde’ de esta
devoción la propia Madre de Dios, es claro que las estatuas surgidas de este
molde tendrán calcados aspectos de la belleza de Aquella que es destacada por
las Escrituras como la Mujer vestida de Sol,
Pero el hombre siempre es
el hombre; e incluso después de conocerla y amarla, pone sus problemas a esta
devoción. La palabra “esclavo” le parece contrariar su dignidad, una dignidad
que en nuestros días ha buscado fuera de Dios, donde no la podrá encontrar. Él
no quiere dejarse moldear; incluso en materia de vida espiritual, él quiere
‘construir’. Él no quiere dejarse llevar, el quiere conducir. Está demasiado
acostumbrado a seguir sus planes, a iluminarse con sus luces, a ejecutar sus
deseos y quereres. Y resulta que esta devoción es más un “dejarse llevar”, por
el Espíritu Santo y su esposa la Virgen. Entonces, pidamos antes que nada
docilidad.
Docilidad que es lo más de
acuerdo a la teología, que nos dice que la acción de los dones del Espíritu
Santo es aquella en que Él y sus dones son el motor primero y que el hombre es
mero instrumento, que como la vibrante guitarra presta sus cuerdas, pero se
deja tocar por el experto.
Pidamos la docilidad de
ser Jacob, no Esaú
Pero no, tenemos mucho aún
de Esaú, creemos demasiado e ilusamente en la potencia de nuestro brazo, en lo
certero de nuestro arco, en la agilidad de nuestros pasos. Sin embargo, fue
Jacob el que recibió la bendición del padre, aquel que se dejó arropar por las
argucias de su madre, aquel que confió en su madre, que vació en el molde de su
madre. Pidamos a la Virgen ser cada vez más Jacobs y menos Esaús.
Esa docilidad a la voz del
Espíritu Santo, no es solo con lo que nos viene ‘de arriba’, sino lo que nos
viene ‘de los lados’; es decir, no es solo la esclavitud ‘vertical’, sino
también la esclavitud ‘horizontal’. Dios busca no solo horadar nuestra
caparazón autosuficiente y voluntariosa con – por ejemplo – la lectura del
Evangelio, sino también con la palabra de un amigo inspirado, o los mil canales
que él puede usar para entrar en contacto con nosotros, en el contacto con los
hermanos.
El esclavo de María, en su
docilidad, siente eso, sabe eso.
El esclavo de María no es
como ciertos hermanos separados que dicen: “solo Dios”. No. Es Dios, Cristo, la
Virgen, un santo, un buen guía aquí en la Tierra, un buen hermano, con los que
debemos tener actitud de esclavo para escuchar, conocer y seguir la voz de
Dios.
A la manera de Cristo, que
se hizo esclavo, que fue esclavo de todos, hasta la muerte.
Y en esa actitud esclava –
no la de quien alega derechos adquiridos, sino en la que dócil se pone en
actitud humilde y servil ante la voz de Dios – baja el Espíritu Santo al alma,
como bajó a la Virgen, la humilde esclava del Señor.
No es tanto querer ser y
hacer; es dejar que la Virgen sea y haga en nos. Es verdaderamente asumir la
condición de esclavo y calcañar de la Virgen. Es confiar en que Ella hará
la obra, por encima de nuestras miserias. Y no confiar en las miserias para
hacer la obra de Dios y de Ella.
Por Saúl Castiblanco
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