jueves, 9 de mayo de 2013

El patriarca san José, el esposo de María




En el Seminario de Bogotá recibe, ante la severa y señorial fachada, a todos los que quieren subir las gradas del altar, la imagen veneranda de María Santísima, la Inmaculada y llena de gracia. En el patio espacioso que llega hasta la capilla y se llena constantemente más que de flores con los estudios y los diálogos de los seminaristas, preside cariñosamente san José. A él está consagrado este semillero sacerdotal.

En el viejo seminario, el de La Candelaria, estas mismas estatuas orientaban al visitante y acompañaban permanentemente a los futuros sacerdotes. También en uno de los venerables claustros, de meditación y estudio, un antiguo cuadro hacía contemplar la blanca purísima barba del Patriarca para que se extendiera la ternura de la mano del Verbo Eterno, por Quien han sido hechas todas las cosas.

Los devotos de María Santísima son fíeles devotos de san José. Sin embargo a veces, por lo menos en algunos, hay más sentimiento que conocimiento del esposo de María. Creemos que debe revisar cada uno, que todos debemos hacer la investigación necesaria sobre los conocimientos o sería ignorancia en este y otros puntos.

La santa Iglesia no duda del aprecio y estima grande en que los fieles deben tener a san José. Le consagra tres fiestas muy solemnes y de trascendencia extraordinaria.

Cada año ordena a sus súbditos que detengan sus actividades el diecinueve de marzo para dedicarse, en memoria de san José, a las cosas de arriba, a los asuntos del cielo, al comportamiento con el Niño; y con la Madre, a darle vueltas en el corazón a las enseñanzas de quien trabajó y veló por Jesús y María.

Al llegar los jubilosos aleluyas de la Pascua enciende con el cirio de la media noche del sábado santo una solemnidad al Patrono de la Iglesia que está extendida y sigue extendiéndose por las cuatro partes de la tierra.

El día del trabajo cristiano, la gran fiesta de san José Obrero, comienza el mes de Ella, para decir algo y mucho al corazón no sólo de los obreros sino de todos los ricos que pertenecen a la Iglesia. Son ellos principalmente quienes debieran adherir de corazón y de obras a san José Obrero para ser los apóstoles de la justicia social, de la caridad social. No decimos que los obreros queden relegados a segundo término aún en lo que hace a su título y profesión (esto sería inadmisible) sino que los ricos deben entrar al cielo por la buena orientación y servicio dado a los obreros mediante el entender y practicar el Evangelio. No se requiere otra cosa distinta de que los cristianos, en esto de las riquezas y del trabajo y de las necesidades económicas y de las ganancias, vivan de verdad el cristianismo.

Convendría reflexionar sobre cada una de estas fechas. Sobre las razones de estas festividades. Así conoceremos un poquito más al “varón justo”, “esposo de María Santísima”, al guía de Jesucristo y de María, “del Niño y de la Madre”, al obrero tan consagrado a su deber que quienes iban oyendo a Jesús, en el comienzo de la vida pública, no le llamaban por su nombre, sino “el hijo del obrero”.


I
 Esposo de la Santísima Virgen María

Tomemos el Santo Evangelio con mano firme y con seria inteligencia. En san Mateo, apenas al comienzo, se nos dice que José es esposo de María. El Nuevo Testamento lo llama esposo y es el ángel quien le advierte que repare en la virtud y en las grandezas de su cónyuge en quien por virtud del Espíritu Santo se obraron maravillas. Es el padre legal de Jesús. No habrá palabra humana para calificar su castidad, pero, sabemos que vivió en carne mortal vida de ángel. Es el jefe del hogar, la cabeza de la familia a quien le llegan los mensajes y mandatos de Dios. El ejerce la autoridad y tiene la responsabilidad del “Niño y de la Madre”, varón justo de cuya mortificación debiéramos tomar lecciones e imitarla como los excelsos ideales para los cuales vivió. María Santísima, Madre Virgen, inmaculada y bella, se desposó con un hombre tan equilibrado, tan lleno de fe, tan puro como Ella, la llena de gracia.

No dejemos a un lado en nuestros estudios sobre el Esposo de María Virgen.


II

Primero fue la dura piedra de su región desde Nazaret y después las arenas del desierto de Egipto. Primero la adoración de los campesinos y de las gentes importantes que con cánticos de ángeles y luces celestiales se postraron ante el Niño sostenido en el trono regio: los brazos de su Madre Virgen. Después la vida solitaria de Egipto. Más tarde el regreso. Y siempre en el cumplimiento del deber procurando lo necesario a la Familia. Protector y amparo de la Sagrada Familia es el Patrono providencial de la santa Iglesia. Confiados en él decimos:

“Oh, Dios ¡que con inefable providencia os dignasteis elegir al bienaventurado José para esposo de vuestra Santísima Madre; os suplicamos nos concedáis, que pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos!”

“Alimentados en la fuente del don divino, os suplicamos Señor Dios nuestro, que así como nos hacéis gozar de la intercesión del bienaventurado José, así también por sus méritos e intercesión, nos hagáis partícipes de la gloria celestial”.

Ciertamente que el real conocimiento de este varón justo dado por Dios como esposo a la Virgen Madre y constituido sobre la Sagrada Familia como ministro fiel y prudente, para que, como padre, guardase al “Unigénito concebido por obra del Espíritu Santo” traerá a los cristianos el don de una vida de mayor confianza y caridad en Dios que da esplendor a los lirios del campo y vuelo a las aves, y a los humanos el poder de ser santos y perfectos. San José fue proclamado Patrono de la Iglesia católica el ocho de diciembre de 1870.


III

De la fábrica sale la materia ennoblecida, pero, las más de las veces, ¡hay!, las almas salen envilecidas. El amor y servicio a Dios debiera ser la norma de todos los obreros. La ley del trabajo nos fue dada por el Señor. Ganaremos lo necesario con el trabajo, con el esfuerzo, con el empleo y ejercicio de nuestras capacidades.

Dijo el Papa: “Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo, porque su condición se asemeja más que ninguna otra a la del Divino Maestro), debéis prestarle asistencia material y religiosa. Asistencia material, procurando que se cumpla en su favor no sólo la justicia conmutativa, sino también la justicia social, es decir, todas aquellas providencias que miran a mejorar la condición del proletario; y asistencia religiosa, prestándole los auxilios de la religión, sin los cuales vivirá hundido en un materialismo que lo embrutece y lo degrada”.

San José era un obrero, “uno de esos labriegos artesanos que formaban la gran masa de los habitantes de Palestina y cuya aplicación al trabajo y cuya disciplina desde el regreso de Babilonia, habían permitido a la comunidad judía volver a enraizarse en el suelo de sus abuelos. Su nombre era de los antiguos y comunes”. La figura de este trabajador es admirable por su sencillez, por su constancia, por su firmeza; el Evangelio “le rodea de sombra, de humildad y de silencio; se le adivina más que se le ve”, se reconoce al gran creyente, al gran trabajador; “sus manos daban olor de madera fresca y de trabajo”.

En estos tiempos en que los cristianos debemos aplicar en su exactitud el Evangelio, especialmente en lo relacionado con la justicia, la caridad, el trabajo, el servicio a los demás, la obediencia a Dios, la prontitud en ejecutar las órdenes divinas, debemos acudir a san José, quizá con mayor necesidad que en épocas anteriores. Los ricos deben acudir a san José que era “de la casa de David”. Los pobres, a su vez, tienen su ejemplo al alcance de sus manos. Los unos y los otros son cristianos y son trabajadores. Ciertamente las actividades son distintas, pero el ideal es el mismo y uno mismo el fin. En los múltiples campos del trabajo tenemos cada uno nuestro puesto, todos trabajamos; somos obreros del Reino de Dios en este mundo. La figura de san José nos invita a ser sinceros porque si los unos y los otros, los pobres y los ricos, son sinceramente cristianos, el inmenso y angustioso problema del presente se resolverá sin grandes dificultades.

Al instituir para el primero de mayo de cada año, la fiesta de san José Obrero, la Santa Iglesia hace a todos los cristianos un conmovido reclamo y un serio llamamiento a vivir esencialmente el Evangelio. Entendemos así la oración con que los fieles debemos dirigirnos a Dios en ese día.

“Oh Dios, Creador de todas las cosas, que estableciste para el género humano la ley del trabajo, concédenos propicio que con el ejemplo y la protección de san José hagamos lo que nos mandas y consigamos los premios que nos prometes”.
José Ramón Sabogal G.
Pbro.

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