jueves, 16 de mayo de 2013

¿Por qué se volvieron católicos centenares de pastores protestantes?




El siguiente es un escrito según lo dice el mismo autor, por un sacerdote católico convertido del protestantismo. El padre, inicia con unas consideraciones generales respecto a los fundamentos teológicos que provocaron dudas y vacilaciones en los ministros protestantes. Frente a los planteamientos de la llamada Reforma, se elevó con un vigor nunca sospechado, la Contra-Reforma de la Iglesia católica (Concilio de Trento 1545 – 1563). Luego el padre Struve en su escrito presenta un completo listado de más de 140 conversos del protestantismo al catolicismo, con una somera descripción de cada uno de ellos. El autor relaciona los prejuicios expresados en muchas de las autobiografías de los conversos que suelen comenzar con su dura lucha hasta llegar a la claridad y la luz de la verdad, casi siempre lo primero es la ignorancia y los prejuicios que les fueron inculcados desde su niñez contra el catolicismo.

Padre Richard Struve Haker. †
Sacerdote católico, alemán convertido del protestantismo.
Fundador y promotor de la Sociedad Mariológica Colombiana y su Revista Regina Mundi; excapellán y expárroco del santuario de la sagrada Familia de la Peña, Patrona de Bogotá.
Autor de numerosos e importantes escritos religiosos, entre ellos se destaca “Los tipos de María en los padres pre-efesinos”. 1966.

“Ortona, Italia. (NC) Bernardino Marmotta, ex-pastor protestante de la región de los Abruzzos, hizo profesión de fe católica en la catedral de aquí, ante Mons. Benigno Migliorini, arzobispo de Lanciano y Ortona. En declaración pública, el nuevo católico, exhortó a sus amigos protestantes “para que, con la ayuda de Dios, sigan su ejemplo y abracen la fe cristiana verdadera”. (El Catolicismo, Bogotá, 31. X. 1958, núm. 770, pág. 22).

Noticias como la anterior no debía sorprender a los católicos, pues a lo largo de los cuatro siglos de existencia de las iglesias protestantes, han sido frecuentísimas, como lo demostrará el estudio que presentamos a nuestros lectores. No es exagerado decir que los convertidos ministros protestantes pasan en mucho el número de mil. Y cuando mil personas ilustradas, formadas específicamente en su fe protestante, anglicana, calvinista o sectaria, (pues todos pasaron por los estudios rutinarios para hacerse pastor) se convierten a la fe católica, entonces cabe la pregunta del ¿por qué? de conversiones tan numerosas y periódicas. Todos resolvieron dejar sus creencias anteriores y convertirse, como lo dice el citado ex-ministro protestante de Ortona, a la “fe cristiana verdadera”. Ahí la justificación del título del estudio.

Después de un capítulo dedicado a datos biográficos sobre estos conversos, se hará un análisis de sus motivos con las propias palabras de ellos escritas en sus autobiografías, para resumir finalmente la enseñanza obtenida en su lectura. Es bueno aclarar que en este campo no puede haber criterio puramente numérico, como si la verdad de una iglesia, y entre ellas la de la Iglesia católica, pudiera establecerse por una comparación de más o menos numerosas conversiones a ella o apostasías de ella. Obsérvense las siguientes biografías:

1ª- Turmeda, Anselmo, nacido en 1352 en Palma, Mallorca; muerto después de 1423. Estudió en Lérida, prosiguió tales estudios ya como franciscano en Bologna; apostató al averroísmo, se fugó a Tunis en donde se convirtió públicamente al Islam en 1387, aceptando el nombre de Abdalla ibn Abdalla, y pronto revestido de altos cargos. Escribió un libro cuyo título revela su carácter satírico: Disputa del burro con el hermano Anselmo Turmeda sobre la naturaleza y nobleza de los animales.

2ª- Jean-Mohammed Abd-El-Jalil, de una familia proveniente de Andalucía, nació en 1904 en Fez en Marruecos. Visitó la escuela del Corán en Algeria, peregrinó con sus padres a Mecca, entró después de estudios hechos en Fez, Rabat y París (al año de su conversión a la fe católica) en la Orden Franciscana y fue ordenado sacerdote en 1935. Profesor en la Universidad Católica de París; escribió varios estudios sobre el Islam, entre los cuales se destaca el que versa sobre “María en el Islam”.

Dos jugadores de ajedrez dirían “¡Tablas!”. Pero de esta manera no se pueden resolver problemas tan complejos y profundos como el de la verdad de las religiones, a pesar de que aún con un sistema tan insensato las iglesias protestantes perderían el juego. Si aquí se habla de números, es porque un proceso mil veces repetido, el de la conversión de pastores heterodoxos al catolicismo, da una base muy amplia, reveladora y segura para nuestro análisis sobre el “por qué” de estas conversiones.

I

Estaban apenas en marcha las iglesias protestantes (se deja esta denominación así, a pesar de que ellas desde un principio estuvieron divididas en varias) cuando sus débiles, insuficientes e ilógicos fundamentos teológicos provocaron dudas y vacilaciones en sus adeptos y ministros. En verdad, sus principios, el uno material y formal el otro, les dieron una base sumamente insegura: el primero, con su negación de la libre voluntad, su pesimismo ético, su talante de duda y desesperación y su confusión entre “fe” y “esperanza”; el segundo con su autorización del estudio subjetivo e individualista de las Sagradas Escrituras que tuvo que tener por consecuencia inmediata la disolución de toda unidad de fe y la negación de la necesidad de una iglesia visible, pueden ser base para un notable esfuerzo religioso individual, pero jamás base para una comunidad religiosa de firmes contexturas para masas cristianas. En otras palabras, la nueva herejía, en sus variadas formas, impulsaba al individuo a una lucha religiosa puramente interior a la vez que a las masas afectadas por ella a una dilución profusa y cada vez mayor. Si frente a este fenómeno desalentador, se elevaba en la Contra-Reforma la Iglesia Católica con un vigor nunca sospechado, presentando al mundo perturbado que en su nueva postura subjetivista marchaba visiblemente hacia la disolución moderna, el hermoso espectáculo de perpetua apostolicidad, férrea unidad y no menguada santidad, se comprende la perturbación en las mentes de muchos que se preguntaban en qué consistía al fin y al cabo la ventaja de este vuelco religioso que se había dado en la susodicha “Reforma”.


La duda eclesiológica en el protestantismo

Es obvio que semejante situación tiene que ser un campo muy propicio para la duda eclesiológica. La duda es un fenómeno sicológico común a la raza humana: se origina aún en hombres de firmes convicciones ante el impacto de nuevos conocimientos cuya incorporación al sistema ideológico a primera vista parece imposible o difícil, o ante el impacto de nuevas vivencias que parecen en profunda contradicción a este sistema. Pero entonces esta duda toma la forma de duda religiosa o teológica: pone nuevamente en tela de juicio la existencia o las cualidades del Ser supremo (su justicia, su bondad, su sabiduría, etc.). La duda eclesiológica de por sí no implica duda en el Ser Supremo, esta clase de dudas se refieren solamente a la forma visible de la religión, al sistema de su comunicación al hombre por medio de la revelación o de un magisterio autorizado, y la subsiguiente formación de iglesias construidas sobre esta revelación positiva.

El protestantismo con su iluminación íntima por el Espíritu Santo, al leer el creyente la Biblia; con el nacimiento de la fe, no por obra de un magisterio eclesiástico, sino a consecuencia de la dicha iluminación personalísima que hace superflua una iglesia visible (a lo cual han de seguir las secuelas de la división de las masas iluminadas), tiene que ser campo propicio para la duda eclesiológica. Y de hecho, los datos biográficos que este estudio reunens, prueban en forma generalizada tal duda eclesiológica como punto de partida para estos centenares de ministros heterodoxos en su búsqueda de una iglesia visible, de la Iglesia católica.

No se niega que el católico, y hasta el sacerdote católico, también puedan sufrir dudas eclesiológicas, ya que ningún ser humano es inmune de las dudas intelectuales. Pero los datos biográficos de sacerdotes católicos apóstatas y su debido análisis revelan profundas diferencias: en primer lugar tal fenómeno es mucho menos general; en segundo lugar, parte la duda de un punto completamente opuesto, es decir, la duda en este caso se origina no por lo informe de su iglesia, sino al contrario, por la (supuesta) excesiva importancia que se dé a la forma histórica de la Iglesia, a sus costumbres, instituciones y a las leyes morales, especialmente las impuestas al clero; se trata en muchos casos menos de un problema intelectual, que de un problema moral que más tarde se disfraza con aparentes dudas teóricas que deben justificar y dar aspecto de seriedad a la postura moral resquebrajada.

El ministro protestante al contrario presenta el caso de una duda específicamente eclesiológica. Si acaso existen para él problemas morales, éstos nunca han sido resueltos en su religión por medio de un magisterio superior a él mismo (no hay confesión auricular en la mayoría de las sectas; la fe fiducial se yuxtapone al estado morboso e irremediable del hombre según la teoría protestante, etc.) y ni siquiera son causados por su iglesia (ya que no hay magisterio dogmático o moral, sino sólo una situación personalísima de la inteligencia individual de la Biblia en su contenido dogmático o moral). Naturalmente, el acercamiento a la Iglesia católica otorga al sistema individual y a los problemas morales personales del protestante nuevas luces, fuerzas y obligaciones, pero con todo esto es verdad que en el caso de los ministros protestantes conversos siempre tienen en forma purísima el problema de la duda eclesiológica.

Datos biográficos

No se pretende aquí al dar datos biográficos de más de un centenar de ex-ministros heterodoxos, describir la duda eclesiológica concreta de cada caso como punto de salida o factor por lo menos esencial de su marcha hacia la Iglesia católica. Esto lo espera el lector del segundo capítulo, donde los conversos mismos le hablarán. Aquí vamos a presentar apenas esta lista someramente elaborada, con el fin de documentar la generalidad, la casi universalidad -según tiempos, países, sectas y razas- del fenómeno de su desilusión eclesiológica que los trajo hacia el redil de la verdadera Iglesia de Cristo. Los datos se sacaron tanto de diccionarios eclesiásticos como de las autobiografías de los conversos. Damos al lector una lista breve de las fuentes:

Diccionario para Teología e Iglesia, del Obispo Buchberger.
Diccionario de Herder.
John O’Brien. El camino de Emaús.
John O’Brien. Los prodigios de la gracia.
Severin Lamping. Hombres que vuelven a la Iglesia.
F. Lelotte. Convertidos del siglo XX.
Igino Giordani. Los grandes conversos.
Gilbert Oddo. ...Y volvieron al redil.
Giovanni Rossi. Hombres que encontraron a Cristo.
Néconcelle·Girault. Testimonios de la fe.
Victorino Capánaga. La Virgen en la historia de las conversiones.
Victorino Capánaga. La Eucaristía en la historia de las conversiones.
Kund Krogh-Tonning. El Protestantismo actual
Arnold Dunn. Ahora ya veo.
Y otras obras semejantes.

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1.    Acidalius (en alemán: Havekenthal) Valens. Nacido en 1567 en Wittstock, Brandenburgo. Muerto en 1595 en Neisse. Crítico e intérprete de los clásicos latinos. Recién convertido, fue nombrado por el Obispo de Breslau, Rector del Gimnasio de Neisse y murió pronto. Los protestantes, según la costumbre de este tiempo, por ser convertido a la Iglesia católica, le presagiaron su muerte.

2.    Agricola, Stephan. Hijo de un monje agustino, casado al principio de la Reforma; nacido en Augsburg, alrededor de 1530; muerto en 1562. En 1549 era ministro protestante en Helbra; promovió luego al grado de magister en Wittemberg, pastor en 1555 en Merseburg, 1557 predicador de la Catedral protestante en Naumburg. Se convirtió a la Iglesia católica en 1559 en Ingolstadt. Actividades en Roma, varios libros.

3.    Allies, Thomas William. Nació en 1813 en Midsomer Norton (Inglaterra), hijo de un ministro anglicano, murió en 1903 en Londres. En 1838 fue ministro anglicano, 1840 capellán del obispo anglicano Blomfield de Londres, 1842 pastor anglicano en Launton. En 1850, después de largos estudios patrísticos, fue recibido por Newman en la Iglesia católica. Sus dos escritos más conocidos son The see of St. Peter y St. Peter, his name and his office. Después de su conversión, fue profesor de Historia en la Universidad Católica de Dublín y Secretario de la Comisión para las escuelas para niños pobres. Su autobiografía lleva por título: A life's decision (1880).

4.    Amerbach, V eit. Nacido en 1503 en Wemding, murió en 1557 en Ingolstadt. Lleva el apodo del Primer Convertido. Después de estudios en Ingolstadt, Freiburg y Wittemberg, a recomendación del mismo Lutero, graduado de magistro en Wittemberg y profesor de la Facultad de Filosofía allí mismo; en 1541 lo nombraron para el Consistorio de Wittemberg, que era la suprema autoridad del protestantismo luterano. Su estudio de los Padres y de la Tradición lo convencieron del error de Lutero, y volvió con su esposa e hijos a la Iglesia católica en 1543. Después fue profesor de Filosofía en Ingolstadt, de mundial fama.

5.    Anderson, William. Nació en 1816 en Londres, murió en 1890 en Roehampton. Primero, ministro anglicano, en Leicester; luego en París, donde, conducido por de Ravignon, se convirtió en 1830. Sacerdote católico en 1853. De 1856-1864 fue Profesor en Dublín, de 1856-72 Secretario de su tío el cardenal Manning; entró en 1872 en la Compañía de Jesús. Escritor apologético de fama.

6.    Anderton, Jacob. Nació en 1557 en Lancashire, murió en 1618. Convertido, escribió la magnífica obra Apology of protestants (demostrando la verdad católica con citas de ministros protestantes) de mucha influencia sobre los mismos protestantes.

7.    Baker, David Augustine. Nació en 1575 en Abergavenny, murió en 1641 en Londres. Estudiando en Oxford, muy joven todavía, se convirtió a la Iglesia católica, entró en la orden benedictina, en Padua e Inglaterra. Después de algún tiempo en Francia, regresó a la “misión inglesa” y ejerció influencia sobre el clero católico y anglicano en Inglaterra.

8.    Bauton, Tohn, (Vea el número 126).

9.    Baunestark, Hermann. Nacido en 1839 en Freiburg, murió en 1876 en St. Louis (USA). Después de estudios de teología protestante en Heidelberg y Leipzig, fue predicador en Illinois y profesor del Seminario protestante en St. Louis, en donde el estudio de la Biblia, de la historia eclesiástica y del Concilio de Trento lo llevaron a la Iglesia católica en 1870. Con su hermano Reinhold (jurista) escribió su autobiografía “Nuestro camino a la Iglesia Católica” (1870).

10.                      Brant, William Lambert. Predicador, luego por breve tiempo en el Ejército de Salvación (Salvation Army), luego en las Assambliea of God, donde llegó a ser Superintendente de Distrito; más tarde fue Presidente de los Ministros de las Asambleas Pentecostales de Chicago. Previa renuncia ante el Concilio General de estas Asambleas de Dios, se convirtió a la Iglesia católica.

11.                      Beyley, James Roosevelt. Nació en 1814 en Rye, Nueva York, murió en 1877 en Newark. Predicador episcopaliano, de 1840­41 Rector de la Iglesia de S. Pedro en Haarlem. En Roma, en 1842, se convirtió al catolicismo y se ordenó sacerdote católico en Nueva York. Profesor en Fordham y Secretario del Obispo de Nueva York; desde 1853 primer Obispo católico de Newark, en donde puso los fundamentos de esta floreciente diócesis. En 1872 siguió al obispo Spalding en Baltimore. Su obra principal describe la iglesia católica en Nueva York.

12.                      Beckedorff, George Ph. Ludolf. Nacido en 1778 en Hannover, murió en 1858 en Pomerania. Después de estudios de teología protestante, medicina y pedagogía, al trabajar en el proyecto de reunión de luteranos y calvinistas en Prusia, se convenció de la verdad de la Iglesia católica y se convirtió con el obispo Sailer en 1827. Despachado a consecuencia de su conversión del servicio del Estado protestante, el Rey Federico Guillermo IV lo volvió a llamar. Es conocida su obra apologética: A los cristianos protestantes, temerosos de Dios (1840).

13.                      Benson, Robert Hugh. Nació en Berkshire en 1871, murió en 1914 en Londres. Hijo del arzobispo anglicano de Canterbury, estudió teología en Cambridge (Trinity College) y se convirtió al catolicismo en 1903, justificando su paso en su famosa obra Confessions of a convert (1928). En 1904 se ordenó sacerdote y fue nombrado Monsignor en 1911. Su obra más famosa es The lord of the world; llamó la atención por su carácter escatológico; otra obra Come rack, come rope describe la persecución de los católicos bajo la Reina Isabel.

14.                      Bright, Roderic. Ministro anglicano, primero pastor en el Este de Londres, después capellán de la Marina Real y finalmente otra vez ministro en una iglesia rural. Durante la guerra vio que los capellanes católicos en todas partes pensaban y creían lo mismo, no importaba su nacionalidad, mientras a él un día un marinero gritó con furia “O usted o el párroco de mi pueblo es un mentiroso”. En su último curato no se pudo vestir de los ornamentos, -por primera vez en once años de ministerio- porque sus feligreses se oponían a todo lo que remotamente recordaba la iglesia católica. Su conversión fue la consecuencia.

15.                      Brownson, Orestes Augustus. (1803·1876). Nacido en EE. UU. en el congregacionalismo, se hizo en 1822 presbiteriano. Fue pastor universalista con ideas de puro racionalismo. Llegó a ser incrédulo y trabajaba entonces como periodista. En 1840, como tal, solicitó la abolición del cristianismo y se hizo socialista. Popularísimo y de mucho dinero, renunció de pronto a todo, a su popularidad e ingresos, en 1844, cuando se hizo católico. Su autobiografía The convert (1857) le procuró el título de buen escritor, pero en general se considera como luminosa inteligencia del catolicismo americano.

16.                      Burgen·Bayly, A. R. Ministro anglicano, convertido en 1934. Autor de una estadística interesante sobre las conversiones en el anglicanismo.

17.                      Campello, Conte Enrico di. Nacido en 1831, murió en 1903. Ordenado sacerdote en 1855. Canónigo de San Pedro en 1868. Distanciado de la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano, se convirtió en Roma a la Iglesia Metodista. Fundó la “Chiesa Cattolica Riformata d'Italia” la cual, a pesar del apoyo de parte del anglicanismo y del protestantismo alemán, no prosperó; desilusionado del protestantismo, Campello volvió al seno de la Iglesia católica.

18.                      Cayet, Pierre V. P. Nacido en 1525 en Montrichard, murió en París en 1610. De una familia católica, se afilió temprano al calvinismo, estudió teología en Ginebra y Universidades Protestantes de Alemania, fue pastor en Montreuil, predicador en la corte de Catalina de Navarra, en donde se convirtió al catolicismo, bajo la dirección del Cardenal Duperon. En 1600 fue ordenado sacerdote católico y fue autor de muchas obras apologéticas.

19.                      Challoner, Richard. Nació en 1691 en Lewes, de padres presbiterianos, murió en Londres en 1781. Convertido en el Colegio Inglés de Douai en Francia, ordenado sacerdote en 1716, fue llamado a la Misión de Inglaterra en 1730. Llegó a ser Vicario Apostólico en 1758 en Londres, puesto en el cual se vio muchas veces en peligro de muerte. Entre sus numerosos escritos se destacan las obras apologéticas, como Grounds of the old religion, etc.

20.                      Chapman, Michael Andrew. Estadounidense contemporáneo, ministro episcopaliano del ambiente “anglo-católico”, se convirtió al catolicismo, desempeñó altos oficios en su diócesis y fue nombrado Prelado doméstico. De los motivos de su conversión dice, describiendo el camino de muchos ministros americanos: “El creciente desengaño en el ambiente en que se encontraban, el ir en busca de la verdad, la convicción creciente de que sólo la Iglesia católica tiene algo que ofrecer y que sólo el contenido de esa misma Iglesia puede satisfacer plenamente”. Mirando hacia atrás, dijo de la iglesia a que pertenecía: “Una iglesia que lo permite todo oficialmente, no puede enseñar nada”.

21.                      Crashaw, Richard. Nació en Londres en 1613, murió en 1649 en Loreto. Hijo de un ministro puritano, estudió teología y filosofía en Cambridge. Por la lectura de libros católicos y sobre todo, las obras de Santa Teresa, se convirtió en París a la Iglesia católica; obtuvo un beneficio en Loreto.

22.                      Dalgairns John D. Nació en 1818 en Guernsey, murió en Brighton en 1876. Un elemento activo del Oxford-Movement; convertido al catolicismo en 1845 bajo la influencia de Newman, ordenado sacerdote en Langres en 1846; más tarde Superior de los Oratorianos en Londres. Escribió obras de controversia.

23.                      Dudley, Owett Francis. Nació en 1882, estudió para ministro anglicano, fue ordenado en su rito en 1911. Después de tan sólo cuatro años de ministerio, se convenció de la falsedad de las órdenes anglicanas y se convirtió en 1915 al catolicismo. En 1917 recibió el sacerdocio católico. Se dedicó con todas sus fuerzas a la Sociedad Misionera Católica, cuyo Superior fue desde 1933. Extendió esta Sociedad hasta Australia e hizo numerosos viajes como conocido conferencista.

24.                      Dunkin, Leslie E. Educado en la opinión de que el cielo estuviese reservado a los baptistas, pero viendo las 12 ó 15 divisiones de la Iglesia baptista y las de las demás iglesias protestantes, sólo sintió tormentos mientras ejercía su ministerio baptista. En la iglesia católica encontró la paz. Es estadounidense.

25.                      Egleheart, Clinton. Arcediano, anglicano convertido.

26.                      Eisengrein, Martin y Juan. Hermanos; nacido el primero en 1535, murió en 1578. Estudió teología protestante en Tuebingen, Ingolstadt y Viena, se convirtió en 1558 a la Iglesia Católica, para ordenarse después sacerdote. Párroco, Profesor, predicador en la corte de Alberto V, orador de gran quilate, gran apologista, sin gustarle el altercado controversista, autor de numerosas obras.

27.                      Cosa igual podría decirse de su hermano Juan (muerto en 1608), canónigo en Passau después de su conversión. Vicario General en Regensburg.

28.                      Faber, Frederick William. Nació en 1814 en Calverley, murió en 1863 en Londres. Ordenado ministro anglicano en 1839 y pastor en Etan en 1843. Las dudas acerca de su iglesia lo llevaron al “tractarianismo”, y siguiendo sus investigaciones, se convirtió en 1845 a la Iglesia católica, en la cual se ordenó sacerdote en 1847, causando su conversión otras en masa en su parroquia de Cotton. Fundó en 1849 el Oratorio en Londres, desde donde publicó numerosos estudios ascéticos. Sus himnos religiosos gozan de aprecio aún entre los protestantes.

29.                      Farlene-Barrow, Mac. Durante casi 18 años desempeñó el ministerio anglicano en Escocia. Atormentado tanto por dudas de su fe como por el miedo del futuro (pues era casado y tenía familia) vaciló mucho antes de convertirse. Su propio Obispo leyó desde el púlpito la noticia de la conversión de su párroco a sus feligreses. Un clérigo amigo le dijo después de su conversión: “Eres un judas Iscariote”, y cuenta sonriendo Farlene “ahora él también es católico”.

30.                      Farmer, Francis X. Nació en 1877 en Georgia; desde 1898 estudió teología metodista en Nashville, Vanderbilt University; a través de la Christian and Missionary Alliance pasó a ser misionero en China, a donde llegó en 1901. Su idea sobre la Iglesia católica era ésta. “Yo consideraba la Iglesia católica un poco mejor que el paganismo, un culto corrompido y supersticioso”. A su paso por Roma no quiso tomar parte, como sus colegas, en una audiencia papal. Largos estudios, sobre todo la convicción de la desunión en sectas, del protestantismo, lo llevaron en 1915 a abjurar el error y encontró la verdad en la Iglesia católica.

31.                      Fitzpatrick, Francis Joseph. Siendo predicador metodista, después de los pertinentes estudios para ello, se ofuscó continuamente por las grandes divergencias entre el fundamentalismo y el modernismo en todas las iglesias protestantes, y llegó a la conclusión: “Yo deseo un cristianismo total o nada”. Esta sinceridad lo llevó adelante en sus estudios hasta que se convirtió al catolicismo en 1936 para ordenarse sacerdote unos años después.

32.                      Fortescue, Hadrian. Nació, hijo de un ministro anglicano, en 1874, murió en 1923 en Lechworth. En su conversión le ayudaron sus estudios y la formación de la casa cural anglicana; se ordenó sacerdote católico en 1898, llegó a ser Consultor de la S. Congregación Romana pro Ecclesia Orientali.

33.                      Franck, Kaspar. Nació en Meissen en 1543, murió en 1584 en Ingolstadt. Ejerció cátedras de teología; en 1568 se convirtió al catolicismo, año en que también recibió la ordenación sacerdotal, para desempeñar después distintos curatos. En algunos escritos justificó su conversión, en otros disputó con los teólogos protestantes.

34.                      Fromm, Andreas. Nació en 1621 en Ruppin, murió en 1683 en Praga. Deán protestante, consejero consistorial en Coelln. Por sus diferencias con la teología protestante dimitió sus puestos, se convirtió en Praga en 1668 y se ordenó sacerdote. Llegó a ser deán rural en Kamnitz y canónigo en Leitmeritz. Fue un predicador muy ilustrado y solicitado.

35.                      Froude, Richard H. Nació en 1803 en Darlington, murió en Oxford en 1836. Newman lo consideró hombre de altísima intelectualidad y de buena formación en todos los campos de ciencia. Con su especial aprecio de una religión concreta y con una estructura inmanente, se separó de la iglesia anglicana y a él se debe gran parte de la simpatía que gozó el Oxford Movement, la tradición, el celibato, la devoción a la Virgen y a los santos, la misa, la confesión, etc. Un viaje a Italia lo hizo titubear en el camino, pero no cabe duda de que se estaba orientando más y más hacia el catolicismo. Después de su muerte se encontró sobre su escritorio un breviario romano muy desgastado.

36.                      Fry, Penrose. Ex-ministro anglicano convertido en 1929.

37.                      Gfoerer, August Friedrich. Nació en 1803 en Calw, murió en 1861 en Karlsbad. Después de haber desempeñado varios puestos de enseñanza de teología protestante y haber escrito obras que revelan todavía su racionalismo protestante, se convirtió a la Iglesia católica durante la lucha que ésta sostuvo en Badenia por sus derechos innegables. Después de su conversión que la hizo con toda su familia, se dedicó al estudio de la historia, dejando numerosas obras de esta materia.

38.                      Gorman, W. T. Ministro anglicano, consideró como es corriente, su iglesia una “rama” (branch) de la iglesia católica, igualmente que la romana y la ortodoxa. Mas sus dudas acerca de la unidad, santidad, apostolicidad y catolicidad que debe mostrar la verdadera Iglesia de Cristo, no lo dejaban en paz hasta que resolvió adherirse al catolicismo donde únicamente se hallan estas señales.

39.                      Green, Hugo, mártir inglés. Nació en 1584 en Londres, fue sentenciado por su fe católica a la cual se había convertido en 1610, en Dorchester en 1642. Había sido Baccalaureo en Cambridge; después de su conversión entró en el seminario Inglés en Douai y trabajó como sacerdote en medio de continuas persecuciones en Inglaterra.

40.                      Hassert, Johann Rudolf. Nació en 1813 en Sajonia, murió en 1902 en Graz. En Jena estudió teología protestante y desempeñó varios puestos de ministro luterano. Después de estudios profundos se convirtió a la Iglesia católica, dejando testimonio de sus motivos en una obra escrita. Más tarde se ordenó sacerdote católico.

41.                      Hawks, Edward y compañeros. Nació en Inglaterra, estudió en el Canadá teología anglicana, se convirtió en 1908 “año de crisis” para la iglesia episcopaliana de los EE. UU., porque en este año culminó en ella un movimiento semejante al de Oxford aunque no de las mismas proporciones. Partiendo este grupo del ideal del celibato para el clero, y reconociendo la estabilidad dogmática de la Iglesia católica, primero trataron de imitar una vida católica dentro de su iglesia, esperando para el futuro un acercamiento y conversión en masa. Cuando estas esperanzas no se realizaron pronto, empezaron a convertirse en pequeños grupos; por causa de su amor al celibato casi todos estaban en condiciones de recibir sagradas órdenes en la Iglesia católica. Son estos ministros del año de 1908 los siguientes: Hawks, Edward, James Mary Bourne, Sigourney Fay, Russel Wilbur, John G. Ewens, William McGarvey, Maurice Cowl, William Harward, William McClellan, Charles E. Bowles, Otho Gromoll, Edgar Cowan, Henry Jost, James A. Raker, Louis Small, Henry R. Sargent, Francis Mc Fettrick, Don Delany y Lewis Wattson. Con ellos se convirtieron hasta conventos enteros episcopalianos de monjas, como el de St. Mary de Peekskill.

63.                      Hurter, Friedrich von. Nació en 1787 en Schaffhausen, murió en Graz en 1865. Ministro protestante; como tal ya gozaba de mucho prestigio en la Curia Romana. Renunció a sus oficios y a su religión protestante, para convertirse en Roma en 1844. Dejó muchas obras históricas sobre los papas, emperadores católicos y la situación de la Iglesia católica en su época.
64.                      Jess, J. Lloyd. Nació en Nueva Escocia, pertenecía a los Testigos de Jehovah. Escéptico e insatisfecho, pasó a hacer estudios universitarios en el Union Theological Seminary en Nueva York; de fama racionalista y liberal. El Consejo de Misiones Rurales de su secta le negó un curato por sus opiniones liberales. Más tarde administró una parroquia en British Colombia. En 1952 se convirtió al catolicismo. Le ayudó mucho en sus estudios un libro autobiográfico del ex-ministro protestante W. E. Orchard.


65.                      Young, Adalbert. Vino de una familia religiosamente indiferente de los EE. UU., pero después de tomar parte en la guerra se hizo ministro protestante y pasó a trabajar en las Misiones de Oriente. De vuelta a su tierra, prosiguió estudios en una Universidad donde se inscribió en el Anglo-Catolicismo. Durante sus estudios, examinando nuevamente el dogma y la historia de las Iglesias llegó a la conclusión de que “la Iglesia católica podía demostrar la afirmación de ser la maestra infalible de Dios sobre la tierra”. Hoy, dos de sus hijos estudian para sacerdotes en un seminario católico.

66.                      Ives, Levi Silliman. Nació en 1797, ministro y después Obispo episcopaliano en los EE. UU., murió en 1867. Bajo la influencia del Oxford Movement, fundó en Carolina Norte la “Sociedad de la Santa Cruz” en la cual clérigos y laicos vivían monásticamente. Sus tendencias católicas fueron rechazadas por las autoridades episcopalianas, e Ives se convirtió en 1852 de Obispo en simple seglar “para tener la paz de conciencia y la salvación del alma”. Con él se convirtió su esposa, hija del Obispo protestante Hobart.

67.                      Kinsman, Frederick Joseph. Obispo de la Iglesia episcopaliana que al hacerse católico, envió al Sumo Pontífice en homenaje y sumisión, la insignia de su dignidad episcopal. Esto sucedió en 1919.

68.                      Klopp, Onno. Nació de una familia protestante de profunda religiosidad en 1822 en Leer, murió en 1903 en Penzing. Su escrupulosidad en sus innumerables estudios históricos y sus estudios de teología protestante lo llevaron con toda su familia en 1873 a la Iglesia católica. Se puede decir que revisó muchísimos puntos de la historia del protestantismo (sobre Tilly, el Rey Gustavo Adolfo de Suecia, María Stuart, etc.).

69.                      Knecht, Friedrich Justus. Nació en 1839 en Bruchsal, murió en 1921 en Freiburg. Convertido después de sus estudios a la Iglesia católica en 1855, se ordenó sacerdote en 1862 y llegó a ser Obispo Auxiliar de Freiburg. Su Comentario sobre la historia bíblica es mundialmente conocido.

70.                      Krattmann, Hermann, O. P. Nació en Dinamarca, murió en 1704 en París. Después de sus estudios de teología protestante, se convirtió en París y como religioso trabajó por la conversión de sus compatriotas daneses de los cuales alcanzó a convertir más de 200. Publicó un catecismo en danés.

71.                      Krogh-Tonning, Knud Karl. Nació en 1842 en Stathelle en Noruega, murió en 1911 en Oslo. Ministro protestante y Profesor de Teología, dejó escrita una dogmática protestante en cinco tomos con concienzuda explotación de la tradición cristiana. Abdicó su ministerio y se convirtió en 1900 en Aarhus en el Convento de los Jesuitas. Su obra De gratia et libero arbitrio (1898) ya reveló la rectificación de sus ideas protestantes. Sus memorias se intitulan En Konvertits Erindringer. (Kopenhagen, 1906).

72.                      Lacy, John A. Pastor presbiteriano de los EE. UU., formado en el Seminario en teología, graduado summa cum laude, luego pastor en Texas, donde las dudas lo hicieron vacilar en su fe protestante. Entró por varios años, dejando su familia previo acuerdo con su esposa, en un convento anglicano en California. Pasando por el Ejército de la Salvación y la Christian Science se acercó a la Iglesia católica. En ella fue recibido con toda su familia, convertida por él con el piadoso rezo del Santo Rosario.

73.                      Laemmer, Hugo. Nació en 1835 en .Allenstein, murió en 1918 en Breslau. Estudió teología protestante en Koenigsberg, Leipzig y Berlín. Pero un viaje a Italia donde conoció de cerca la Iglesia católica, lo convirtió a ella a su regreso a Braunsberg (1858). Describió su conversión y los motivos de ella en Misericordia Domini; en 1859 fue ordenado sacerdote, siguió estudios en Roma, fue Subdirector del Seminario en Braunsberg; más tarde Consultor de la Congregación Romana por Ecclesia Orientali; empleó sus últimos años como profesor de Dogmática, Derecho canónico e historia eclesiástica en Breslau. Como a uno de los primeros se le dio permiso de usar los archivos vaticanos, dejó numerosas obras en los campos cultivados en sus estudios.

74.                      Lindsay, Georg Cloin. Nació en 1819 en Muncaster Castle, hijo de una familia noble (de los Condes de Crawford), murió en 1892 en Londres. Entusiasta anglicano en predicación y obras escritas, fue presidente de English Church Union hasta 1867. Newman lo recibió en 1868 en la Iglesia Católica. Son obras conocidas de su tiempo católico: The evidence for the Papacy  y De Ecclesia et Cathedra.

75.                      Lippert, Rudolph. Nacido en Illinois, hijo de un ministro protestante, con numerosos pastores entre sus familiares, convertido en 1914 al catolicismo. Motivo para su conversión eran sus observaciones sobre el “enjambre de sectas protestantes” que “instalan en el púlpito la tambaleante incertidumbre doctrinal” formando una “masa amorfa de las confesiones protestantes en ininterrumpida sucesión y separación”.

76.                      Lucas, Frederick. Nació en 1812 en Londres, murió en Staines en 1855. Hijo de un Quácero, se convirtió a la Iglesia católica en 1839 para fundar la famosa revista Tablet. Miembro del parlamento inglés.

77.                      Manning, Cardenal Henry Edward. Nació en Totteridge en 1808, murió en Londres en 1892. Se dedicó después de una juventud superficial al estudio de la teología anglicana, llegando por este camino ad veritatem et ad seipsum. Ordenado ministro anglicano en 1832, desempeñó varios curatos, enviudó y fue sucesor de Newman en Oxford. Fuerte luchador contra Roma hasta que se desilusionó de la iglesia anglicana y “forzado por la razón lógica” se convirtió en 1851 a la Iglesia católica. Ordenado sacerdote, llegó a ser arzobispo de Westminster. Su orientación social, confirmada luego por las Encíclicas de León XIII (Rerum Novarum, etc.) le abrió campos fértiles para sus actividades.

78.                      Marshall, Thomas William. Nació en 1818 en Greenwich, murió en 1877 en Surbiton. Ministro anglicano, se hizo tractariano, pero luego se convirtió con su esposa en 1845. Inspector de escuelas católicas, hizo frecuentes viajes a los EE. UU. y se destacó como publicista con preferencia por cuestiones misionales (China, Sur de India, etc.).

79.                      Merz, Philipp Paul. Nació en Augsburg, donde murió en 1754. Después de sus estudios para ministro protestante se convirtió a la Iglesia católica en 1725, se ordenó sacerdote y como tal contestó a sus furibundos ex-colegas con un escrito que lleva por título: Así como se grita selva para dentro, así contestará el eco.

80.                      Morris, John, S. J. Nació en 1826 en la India inglesa, murió en 1893 en Wimbledon. Sus estudios no lo afirmaron en sus creencias anglicanas, sino lo llevaron en 1846 a la Iglesia católica. Ordenado sacerdote, fue Vicerrector del Colegio Inglés en Roma, Secretario de los cardenales Wiseman y Manning, después jesuita (1867) y autor de numerosas obras ascéticas e históricas.

81.                      Murdick, Olin J. Nacido de una familia metodista, estudió en el Chicago Theological Seminary en 1940, pero sus estudios lo llevaron paso por paso hacia la Iglesia católica. Habiendo ejercido su ministerio metodista en Washington ya por algún tiempo, un día exclamó: “Yo creo que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia” a lo cual sus colegas sólo pudieron contestar: “Olin, de creer esto, debes hacerte católico, si quieres salvar tu alma”. En 1948 se ordenó sacerdote católico.

82.                      Narayan, J. Stephan. Nacido en Caylán de familia hindú, se convirtió primero al protestantismo en 1916 y fue clérigo anglicano. Tuvo gran influencia sobre él un ministro anglicano, H. C. E. Zacarías quien ingresó en la Iglesia católica, despertando nuevas dudas en su amigo Narayan. “Al leer la nueva encíclica papal (la que declaró inválidas las ordenaciones anglicanas) sobre la unificación, el espíritu de Roma me llenó de admiración. En este escrito vi la firmeza y decisión con que la Iglesia primitiva velaba por la pureza de la doctrina”. En 1928 se convirtió con su esposa a la Iglesia católica; hoy es profesor en un colegio en Caylán y Secretario del Catholic Press Committee.

83.                      Newmann, John Henry. Nació en 1801 en Londres, murió en 1890 en Birmingham. Nació hijo de un masón, pasó por las diferentes corrientes de la Iglesia anglicana, ordenándose ministro en ella en 1824, fue párroco y predicador de Universidad. Se convirtió a la Iglesia católica en 1845 para llegar a ser uno de los conversos más famosos e influyentes. En 1847 fue ordenado sacerdote católico, fundó varios Oratorios, abrió la Universidad Católica en Dublín y León XIII, nombró al simple sacerdote Cardenal (“il mio cardinale”). Considerado como católico liberal, se elevó en estas duras pruebas no sólo a una santidad personal extraordinaria, sino profundizó con sus estudios y ejemplo de una manera implacable y efectiva el problema dentro de la Iglesia anglicana. El Oxford Movement significa todavía hoy para muchos ministros anglicanos: Wittemberg o Roma”.

84.                      Nielsen, Laurentius, S. J. Nació en 1538 en Oslo, murió en 1622 en Wilna. Primer jesuita de entre los escandinavos, convertido en Loewen en 1560, para dedicarse a la conversión de sus compatriotas, por lo cual fue expulsado de Suecia y Dinamarca. De sus obras se conocen sobre todo dos apologéticas: Confessio christiana de via Domini y De reformatione religionis christianae.

85.                      Nihus, Bartoldus. Nació en.1590 en Hannover, murió en 1657 en Erfurt. Estudió teología protestante, pero a consecuencia de tales estudios se convirtió al catolicismo en Koeln en 1622. Se ordenó sacerdote, luego se hizo Premonstratense (fue Abad) y llegó a ser Obispo Auxiliar para Sajonia y Turingia. Escribió en defensa de su conversión el Apologeticus y otras obras de carácter dogmático (sobre la misa, la comunión, etc.).

86.                      Northcote, James Spencer. Nació en Devonshire en 1821, murió en Stafford en 1907. Durante sus estudios de teología anglicana, Newman tuvo fuerte influencia sobre él; ministro anglicano, abdicó a su puesto en 1847 y se convirtió con su esposa al catolicismo. Se dedicó en Roma a estudios arqueológicos (sobre las catacumbas). Después de la muerte de su esposa, fue ordenado sacerdote en 1855, volvió a Inglaterra donde fue Presidente del Ascott College y Canónigo en Birmingham.

87.                      Nutting, Willis D. Se hizo ministro anglicano, simpatizando en su religión con el “anglo-catolicismo”. Trabajó en las Antillas Inglesas y en Colorado. Se dio cuenta que su religión era tan sólo “un examen individual” y empezó a buscar la verdadera Iglesia cristiana, convirtiéndose a la católica en 1930. Estudió filosofía, casó en 1933 y es profesor de Historia en la Universidad Notre Dame; por lo demás se dedica a esfuerzos de volver a traer las gentes al campo.

88.                      Oakeley, Frederick. Nació en Shrwesbury en 1802, murió en Islington en 1880. Tractariano y ministro anglicano con acentuado interés en la renovación cultual de la High Church. Depuesto en 1845, se hizo en el mismo año católico, y dos años después fue ordenado sacerdote. Fue canónigo en Islington.

89.                      Orchard, W. E. Antiguo pastor protestante en Londres, convertido escribió varias obras, entre ellas su autobiografía, de mucha influencia sobre otros vacilantes en su iglesia (cfr. nro 64).

90.                      Oertel, Juan Diego M. Nació en 1811 en Ansbach, murió en 1882 en Jamaica, Long Island. Como ministro protestante emigró a los EE. UU. en 1837, pero sintió fuerte repulsión por las continuas divisiones en las Iglesias protestantes y se convirtió a la Iglesia católica en Nueva York en 1840. Fundó un periódico católico en Baltimore en cuyas páginas explicó y defendió con humor agradable la doctrina católica, sin tener jamás ni entre los heterodoxos enemigos.

91.                      Paceus (Hartung) Valentin. Nació en Geisa, murió asesinado en 1558. Ministro protestante, profesor y predicador en Leipzig, se convirtió en 1557 conducido por su amor a la Patrística, a la Iglesia católica.

92.                      Palmer, William. Nació en 1811 en Mixbury, murió en 1879 en Roma. Como teólogo anglicano, simpatizó con el Oxford Movement. Buscó largos años la verdad religiosa en la Iglesia Ortodoxa (varios viajes a Rusia, Constantinopla, Palestina, Asia Menor) hasta que por fin en 1854 se convirtió en Roma al catolicismo. Dejó numerosos estudios ecuménicos.

93.                      Persons, Robert, S. J. Nació en 1546 en Somersetshire, murió en 1610 en Roma. Después de sus estudios en Oxford, se convirtió en Roma y entró en la orden de San Ignacio. Disfrazado como simple soldado, volvió a Inglaterra y convirtió a muchos de los que por el terror habían apostatado. Tuvo que fugarse de Inglaterra, pero de distintos lugares siguió sus esfuerzos por la reconversión de su tierra natal.

94.                      Peterson, Erik. Más de veinte años de estudios, según dice en su autobiografía, en teología protestante, pero al fin, viendo la ineficacia y la desastrosa desunión del protestantismo, se convirtió a la Iglesia católica. “Lo que he hecho, por consiguiente lo hice constreñido por mi conciencia y por no ser rechazado por Dios. Quien me juzgue ahora, sepa que apelaré de su juicio al juicio del mismo Dios” dijo a los teólogos alemanes de la época presente. Era discípulo de Harnack. Nació en Hamburgo en 1890, se convirtió en 1930 en Roma.

95.                      Petri, Winfried. Nacido de una familia de pastores protestantes, absolvió estudios académicos en Berlín, donde estuvo después de profesor de Teología Sistematizada en el Seminario Teológico. De la Iglesia protestante se separó para no pertenecer a ninguna iglesia. Sus estudios de religión comparada lo llevaron al fin otra vez al cristianismo, pero dentro de la Iglesia católica. Hoy es obrero en unas minas en Schillersee, Alemania.

96.                      Preuss, Eduard. Nació en 1834 en Koenigsberg, murió en 1904 en St. Louis. En 1869 fue Profesor de Teología protestante en St. Louis; se convirtió en 1872 y dirigió el periódico Católico América. Escribió una obra para alabar a la Inmaculada.

97.                      98- Price, James, (William C. Kernan). En 1925 entró a estudiar teología en el Colegio Episcopaliano de Camridge, Mass. Fue nombrado después de su ordenación Coadjutor en Scarsdale; luego, de 1935 en adelante, fue párroco allí, hasta el día de su abjuración a la herejía en 1953. Durante su búsqueda se dio cuenta de “que sólo la iglesia de Roma dice poseer las características que yo entonces concluí eran esenciales a la Iglesia por su misma naturaleza”. Sus frecuentes viajes a Hispanoamérica le ayudaron con la observación de la vida católica. Un año antes, otro ministro episcopaliano, William C. Kernan, se había convertido al catolicismo. Este amigo le regaló un rosario del cual Price cree lo salvó en una tempestad sobre el Pacífico.

99.                      Robinson, Félix G. Proviniendo de una familia luterana de los EE. UU. estudió en el Seminario de Gettysburg y ejerció como ministro casado su religión en Nueva York y otros lugares. Con toda su familia, obrando él, su esposa y sus hijos mayores de edad cada uno con plena libertad, se convirtieron al catolicismo. Los motivos que los llevaron a este paso, los enumera así: “La incapacidad protestante para alcanzar la unidad doctrinal; el negarse a aceptar que la autoridad divina tiene derechos en el campo de la conciencia y obediencia, la ausencia de todo deseo de confesión privada y de comunión frecuente. Una amplia zona entre la indiferencia y la hostilidad hacia el culto litúrgico o cualquier clase de culto”.

100.                   Roloff, Ernst Max. Nació en 1867 en Fuerstenberg, murió en 1935 en Berlín. Estudió teología protestante y otras ciencias en varias universidades, viajó mucho, y así con ojos abiertos a la verdad, se convirtió en 1899 al catolicismo. Después de su conversión escribió sobre temas pedagógicos y fue conocido publicista.

101.                   Ruegg, Johann Jakob. Nació en 1623 en el Distrito de Zuerich (Suiza), murió en 1693 en Luzerna. Predicador calvinista y deán de reconocida conducta y general aprecio. Siendo ministro en Stadel, se convirtió a la Iglesia católica en 1676, paso que justificó públicamente en una carta abierta a la ciudad de Zuerich. Publicó varias obras católicas.

102.                   Rush, William R. Nació en 1901 en los EE. UU. y fue ordenado después de sus estudios episcopalianos en el Gran Theological Seminary de Nueva York en 1929, clérigo en su iglesia. Lleno de dudas por las contradicciones entre los autores y profesores fundamentalistas y modernistas y aún entre los obispos de su iglesia, buscando como dice “no el caos y la confusión, sino la verdad y lo concreto”, ejerció sin embargo diez años su ministerio, hasta que se vio obligado a dar el paso definitivo de conversión en 1939. Fue ordenado sacerdote católico en 1945.

103.                   Sabatier, Paul. Nació en 1858 en Ardeche, murió en 1928 en Strassburg. Aunque no llegó a afiliarse a la Iglesia católica exteriormente, lo registramos por su famosa palabra: “Mi corazón es católico, mi mente racionalista”, y por sus famosas obras en sentido católico: sobre todo sobre San Francisco de Asís. Era profesor de la Facultad de Teología Protestante.

104.                   Schoppe (Scioppius) Kaspar. Nació en 1576 en Neumarkt, murió en 1649 en Padua. Después de sus estudios teológicos, se convirtió al catolicismo en 1598 y de ahí en adelante fue empleado en varias misiones diplomáticas. Publicista de gran fama en los tiempos de la Guerra de los 30 años. En De migratione sua ad catholicos libellus, describió proceso y motivos de su conversión.

105.                   Scott, William. Nació en 1578 en Wollston Hall, murió en 1610 como mártir de su fe en Inglaterra. Beatificado en 1929. Después de sus estudios en la religión anglicana, fue convertido por un amigo católico; en 1610 ordenado sacerdote, entró en la orden benedictina en Sahagún, regresó a su tierra natal y murió como mártir en forma horrorosa.

106.                   Sherwin, Ralph. Nació por ahí en 1550 en Derbyshire, murió, como el anterior, mártir de su fe católica a la cual había convertido durante sus estudios anglicanos en Oxford. Ordenado sacerdote en 1577, regresó para ayudar en la tarea de la reconversión de los católicos apóstatas durante la cruel persecución.

107.                   Smith, Enrique Hort. Abrazó la fe católica en la capilla del Convento de San Juan en Londres, hasta entonces ministro anglicano que pertenecía a la Sociedad de San Juan Evangelista de la que fue provincial durante tres años. (Catolicismo, nro 173 de 21 de noviembre de 1958).

108.                   Sokolskij, Joseph. Nació en 1786, no se sabe el año de su muerte. Presidió como Abad la delegación de más de dos mil búlgaros en 1860 quienes se adhirieron en Constantinopla a la fe católica. Pío IX lo consagró arzobispo en Roma; se pierde su pista en Constantinopla donde a su regreso el embajador ruso lo hizo secuestrar, con lo cual el movimiento incipiente de reunión fue herido mortalmente.

109.                   Starck, Johann August. Nació en 1741 en Schwerin, murió en 1816 en Darmstadt. Después de sus estudios de teólogo, se convirtió en París en 1766 al catolicismo, paso que sin embargo ocultó durante toda su vida. Una vez regresado a su tierra y frente al rumor de haberse pasado a la Iglesia católica, escribió obras apologéticas en cuyas discusiones la religión católica vence con sus argumentos. Sostiene en ellas, que los protestantes, si no quieren verse barridos por el naturalismo, no les queda otro remedio que regresar a Roma.

110.                   Stevenson., Joseph, S. J. Nació en 1806 en Berwick (Escocia, murió en 1895 en Londres. Ministro anglicano por más de 20 años, se convirtió en 1863. Ordenado sacerdote en 1872, trabajó por encargo del gobierno inglés en los Archivos Vaticanos. Jesuita desde 1877, escribió muchas obras sobre la historia eclesiástica de su tierra escocesa.

111.                   Stoddard, J. L. Nacido en el calvinismo puritano, como cuenta en su autobiografía Rebuilding of a lost faith, se dedicó a estudios de teología y Biblia. Confundido, buscando la verdad, llegó a decir con Lelantone: “Todas las aguas del Elba no podrían darme lágrimas suficientes para llorar las miserias causadas por la Reforma”. Fue retenido en sus dudas hasta muy tarde. Por fin fueron recibidos él y su esposa en la Iglesia católica.

112.                   Thamer, Theobald. Nació a principios del siglo XVI en Alsacia, murió en 1569 en Freiburg. Discípulo del mismo Lutero y de Melanchton, en 1540 Profesor de Teología protestante en Frankfurt/O, predicador en Marburg, iglesia de Sta. Isabel. Su opinión que la fe sin obras no justifica, le mereció su destitución, y en Roma en 1554 se convirtió a la Iglesia católica; luego fue profesor de dogmática católica en Freiburg.

113.                   Thieme, Karl. Nacido en Alemania, estudió Filosofía, Historia y Teología evangélica, sin ejercer, sin embargo, ministerio alguno. En 1926 ingresó en la Asociación Episcopal-Ecuménica. Editó una revista internacional Orientación religiosa y publicó un estudio Cristianos evangélicos alemanes de camino hacia la Iglesia católica. Se convirtió después de grandes luchas al catolicismo; dice que los dos enemigos terribles de la verdad son: la ignorancia en que normalmente se educan los protestantes alemanes acerca de la Iglesia católica; y más todavía el sentimiento antirromano, herencia de la Reforma.

114.                   Thomson, Paul van K. Nacido en loa EE. UU., cursó estudios en el Colombia College y se ordenó clérigo en 1940. En 1943 prestó sus servicios como capellán de la Flota Americana en el Pacífico. Después de la guerra tuvo a su cargo algunos curatos en Newark y Rhode Island; fue rector de la Iglesia episcopaliana en Providence. Un viaje a Inglaterra para asistir a un Congreso Internacional Protestante de sacerdotes con el fin de estudiar la unificación de la cristiandad, lo animó con sus resultados negativos a convertirse con toda su familia a la Iglesia católica en 1949. “Salí de Inglaterra con la absoluta seguridad de que Cristo no iba a fundamentar la unidad de su Iglesia sobre unos cuantos acuerdos y conclusiones de aquel Congreso Internacional. La había ya fundamentado sobre la roca inquebrantable de Pedro”.

115.                   Ulenberg, Kaspar. Nació en 1549 en Lippstadt, murió en 1617 en Koeln. Estudió en Wittemberg y a causa de sus profundos conocimientos, se convirtió en 1572 a la iglesia católica en Koeln. Tradujo la Biblia (la famosa de Mainz) y se conoce su obra imparcial: Historia de vita, etc., praedicantium Lutheranorum.

116.                   Vanderpool, James A. Nacido en Kentucky de una familia que contaba con varios ministros metodistas, estudió en el General Theol. Seminary en Nueva York, para dedicarse luego a su ministerio. Pero viendo las eternas discusiones entre las distintas ramas de teología protestante (High y Low Church) se preguntó: “¿Es ésta la unidad y armonía que uno anda buscando?” y empezó a dudar de la validez de su sacerdocio. La fe en la presencia real de Jesús en la comunión y una fervorosa devoción a María fueron las grandes ayudas en su camino a Roma. Se ordenó sacerdote católico.

117.                   Vernon, Cecil Johnson. Ministro anglicano, quien desde 1925 luchó afanosamente por encontrar la verdad, la que sintió por primera vez al estar en Lisieux. Describió su camino y su lucha contra prejuicios nacionales y doctrinales en su libro One Lord-one Faith.

118.                   Volusiius, Adolf G. Nació en 1617 en Hanau, murió en 1679 en Mainz. Igual a su padre, ministro calvinista, se convirtió después de abundantes lecturas en 1640 a la Iglesia católica; estudió en Roma en el Germanicum, fue párroco católico en varios lugares, llegó a ser Obispo Auxiliar de Mainz. Escritor famoso de obras catequísticas y de organización eclesiástica.

119.                   Wagner, Liborius. Nació en Muehlhausen en 1593, murió en 1631 en Schonungen, asesinado por los suecos protestantes. Estudió teología en Leipzig, Gotha y Strassburg. Lleno de dudas sobre su fe protestante, comenzó estudios católicos en Wuerzburg y se convirtió allí al catolicismo. Ordenado sacerdote en 1625 se puso a trabajar por la conversión de una parroquia que se había entregado a la herejía. Sorprendido por los suecos en la Guerra de 30 años, no quiso negar su fe y pagó su fidelidad a ella con su vida.

120.                   -121 Walemburch, Adrian y Peter. Ambos famosos teólogos protestantes de Rotterdam; se convirtieron a la fe católica, ocuparon altos cargos eclesiásticos y trabajaron con moderación y prudencia en sentido ecuménico. Consiguieron la conversión del Lantgrafe de Hessen y de su esposa, en 1752. Dejaron muchas obras apologéticas de gran valor.

122.                   Wansleben, Johann Michael. Nació en 1635 en Erfurt, hijo de un ministro protestante, murió en 1679 en Fontainebleau. Empleado por su Soberano en trabajos misionales (Abesinia) se convirtió en Roma, volvió a viajar al Oriente, luego párroco en Fontainebleau, donde murió.

123.                   Ward, William George. Nació en 1812 en Londres, murió allí en 1882. Anglicano, ganado para la fe católica por Newman en 1845. El Cardenal Wiseman lo nombró profesor de dogmática en Ware. A pesar de un estilo a veces intolerante, conservó siempre grandes amistades en el anglicanismo (Tait, Stanley, Tennyson). Antes de su conversión escribió la obra Ideal of a Christian Church en que indicó ya la Iglesia católica, basándose en la tradición, como Iglesia ideal.

124.                   Westerberg, Albert F. Sueco de nacimiento y de una familia luterana se convirtió a la Iglesia Baptista y en ella fue ordenado vicario. A los 26 años emigró a los EE. UU. en donde trabajó en su ministerio. Al tomar clases de religión católica, inducido por sus dudas, rectificó todos los prejuicios contra la Iglesia. Una vez convertido se quejó de la intolerancia de sus antiguos amigos que ahora “todos lo consideraban un encarnizado enemigo”. Siendo casado, pasó a trabajar en la Liga de San Ansgario entre los católicos escandinavos de los EE. UU.

125.                   Whitton, Thomas. Vino de la Iglesia anglicana, en la cual simpatizó con los anglo-católicos. Formado en la Universidad de Cambridge, administró varias parroquias, pero en 1930 le vino un impulso hacia el catolicismo por causa de la Conferencia de los Obispos Anglicanos de Lambeth, tenida en este año. A consecuencia escribió su libro The necessity for catholic reunion y mandó a su obispo su renuncia a una iglesia “que no se mantenía fiel a las doctrinas fundamentales y a la moral y que no podía disuadir a nadie de su propósito de hacerse católico romano.

126.                   Wiiliamson, Hugh Ross. Ministro anglicano, conocido también como historiador, conferencista de radio y escritor de piezas teatrales. Se convirtió con varios otros ministros (en total se convirtieron en 1957, 27 ministros anglicanos) a la Iglesia católica. Resolvió dar este paso después de que la Conferencia de los Obispos anglicanos igualó sus ordenaciones a los simples nombramientos de ministros en las demás sectas pequeñas en el Sur de la India. Dijo: “Ahora sí veo claramente que la “santa, católica, apostólica iglesia” que profesaba en el Credo, es única y exclusivamente la Iglesia de Roma” y no las 300 sectas protestantes que existen en Inglaterra. Al lado de él podríamos mencionar al ex-ministro anglicano Barton, John, quien pertenece hoy a causa de sus conocimientos bíblicos a la Commissio Pontificia Bíblica.

127.                   Winslow, Jakob. Nació en Dinamarca (Odensee) en 1669, hijo de un ministro protestante, murió en 1760 en París. Después de sus estudios de teología protestante, se convirtió en París bajo la influencia de Bossuet al catolicismo. Practicó en Francia la medicina que también había estudiado, fiel a la Iglesia aún en los tiempos cuando el Jansenismo estaba en boga.

128.                   Wilberforce, Henry William. Nació en 1807, ministro anglicano en Canterbury. Abjuró en 1850 en Bruselas. Famosa su carta a los feligreses, en que justificaba este paso.

129.                   Zacarias, H. C. E. Anglo-católico, ministro en Bangalore en India, convertido en 1926 a la Iglesia católica.

130.                   Zitzewitz, Nikolaus von. Nació en 1634 en Pomerania, murió en 1704 en Huysburg. Después de estudios en las Universidades de Greifswald y Helmstadt, se convirtió en Koeln a la Iglesia católica y en 1656 entró de benedictino (1673 fue prior en Corvey). Trabajo incansablemente por la reunión de los protestantes con Roma.

Datos estadísticos generales

Los anteriores datos biográficos podemos completarlos con algunas estadísticas generales.

En el año de 1934, el ex-ministro anglicano A. R. Burges-Bayly, después de su conversión, intentó hacer una estadística de los conversos al catolicismo del siglo pasado en Inglaterra, y escribió breves biografías de los más notables entre ellos, o sea de 544 nobles, 721 titulados de Oxford y 459 de Cambridge, 213 jurisconsultos, 109 médicos, 352 oficiales, 400 escritores, 896 pastores protestantes (cfr. Giordani, p. 204). En otra parte, el mismo autor Giordani, al describir el Movimiento de Oxford, dice: “De aquel movimiento llegó a la Iglesia no menos de un millar de pastores anglicanos, entre ellos Newman y Manning, dos cardenales, y se produjo en ceno mismo del anglicanismo una tendencia ritualista-romanizante, llamada comúnmente “anglo-católica” (p. 143). Según el Diccionario de que nos hemos valido para muchos datos biográficos, se convirtieron en Inglaterra desde 1920-1930 no menos de 120 mil heterodoxos. Para los años de 1945 y 1949 respectivamente encontramos en otra fuente las siguientes cifras: 9.767 y 11.520 conversos respectivamente, y en los últimos años han sido más de 12.000” (cfr. Lamping).

Acerca de los Estados Unidos encontramos las siguientes cifras: “En 1935 se calculaba que los últimos 3 mil conversos de los Estados Unidos deberían estar así distribuidos: 372 pastores, 115 médicos, 126 abogados, 45 diputados y senadores, 12 gobernadores de Estado, 180 oficiales, 206 escritores, etc. También allí la proporción de Los escritores es altísima; y es que a la vanguardia están los intelectuales que ya estuvieron a la vanguardia de la defección” (Giordani, p. 338). El Padre Doménico Grasso, redactor de Civiltá cattolica dice en su obra Génesis y psicología de la conversión (p. 11): “En los Estados Unidos de América se han convertido en los últimos trece años más de un millón de adultos. Del año 1931 al 1949, el número de las conversiones ha ido siempre en aumento, pasando de las 38.232 que fueron en I930, a las 119.173 en el año de 1949, con un porcentaje bastante superior al crecimiento de la población católica. Esta cifra ha sido superada en 1950”.

En Alemania la cifra anual de conversiones es más o menos de 10 mil personas, de 1919 (fin de la primera guerra mundial) hasta 1930. P. Grasso indica para los años 1946, 1948 y 1949 las siguientes cifras: 19.729; 19.874 y 21.455 respectivamente. (p. 12).

De modo que los lectores que no sufran prejuicios de ceguedad, fácilmente se dan cuenta que bien podría haber puesto en el titulo de este estudio en lugar de “centenares” de ministros protestantes “millares”.


II

La Iglesia católica no necesita mantener su posición achicando las creencias honestas y sinceras de los protestantes”. Esta opinión del R. Francis J. Fitzpatrick, ex-ministro protestante, por lo demás un completo acierto de verdad, obliga a hacer hablar en este capítulo casi exclusivamente a los mismos conversos, de modo que el lector queda advertido de que todas las citas verbales son sacadas de las autobiografías de ellos; los convertidos, en efecto, son los que tienen autoridad innegable para decirnos lo que siente un protestante dentro de su iglesia y su religión, qué es lo que en ellas no los haya satisfecho y qué fue lo que los condujo hacia la Iglesia católica. Este método de citas defiende a la vez contra posibles resentimientos de los heterodoxos al ver expuesta con tanta claridad la deficiencia teológica y eclesiológica de su religión, como finalmente asegura a la exposición todo el crédito posible.

Sólo después de que ellos mismos hayan hablado en esta forma,  se indica en un análisis ulterior donde están las gravísimas fallas del sistema teológico protestante.

El lector que desea identificar a los que en este segundo capítulo hablan, sólo tiene que regresar pocas páginas a la lista alfabética de conversos se advierte finalmente que cualquier paréntesis en este segundo capítulo es del autor.

Los prejuicios de los protestantes

Muchas de las autobiografías de los conversos comienzan con decir, cuán dura y hasta “escabrosa” fue su lucha hasta que llegaron a la claridad y la luz de la verdad. Y esto por varias razones, de las cuales la primera casi siempre es la ignorancia y aún más, los prejuicios que les han sido implantados desde su niñez contra el catolicismo. Nos haríamos interminables si tratáramos de hacer una lista completa de tales prejuicios contra la Iglesia católica. El católico nunca alcanza a imaginar cuán diversos y cuán falsos son los prejuicios en el ambiente de países predominantemente protestantes. Indicamos algunos de estos prejuicios:

Mi padre (ministro protestante) era abiertamente anticatólico y me inculcó mucho de su odio y prejuicios contra la iglesia. Solamente años más tarde comprendí bien que todo ello, (o sea Universidades, catedrales, obras de arte, etc.) se debe a la Iglesia, Madre fecunda de la civilización europea, en cuyo seno poetas, pintores, filósofos, músicos y escultores encontraron inspiración”. (Suiza-Lippert).

“En todas partes tuve que oír las viejas mentiras de costumbre: los católicos adoraban ídolos; los sótanos de las iglesias están repletos de cañones de gran calibre para destruir las iglesias protestantes; el Papa iría a Washington a tomar posesión de la Casa Blanca”. (Estados Unidos -Chapman).

“Cuando aún no había cumplido los veinte años, oí hablar por primera vez sobre las “atrocidades católicas” en la historia medieval europea. Estas historias eran enseñadas y supongo lo seguirán siendo, a los niños de todas las escuelas de mi patria. Producían los efectos que se intentaban: infundir temor y desconfianza hacia la Iglesia católica. Se nos enseñaba incluso a temer por nuestros mismos cuerpos si alguna vez nos aventurábamos a ponernos en contacto con monjas y sacerdotes”. (Suecia-Westerberg).

“Yo tenía, en realidad, la opinión de que no se podía tratar en modo alguno con católicos, porque eran demasiado necios. Innumerables odios contra la Iglesia proceden únicamente de la más completa ignorancia”. (Alemania-Thieme).

“Me formé la siguiente idea: durante más de mil años había tenido el Papa bajo su poder a toda Inglaterra; más aún, no solo a toda Inglaterra, sino a toda Europa. Durante este tiempo; la Iglesia “romano-católica” se había ido corrompiendo cada vez más, hasta que, por fin, casi había llegado a desaparecer por completo el cristianismo primitivo, fundado por Jesucristo. Se adoraban ídolos en lugar de Dios. Por todas partes triunfaba la superstición. La educación y la ciencia faltaban por completo. Todo y todos estaban bajo el dominio de los sacerdotes. Después leí cómo al fin había llegado la “gloriosa reforma”; cómo la luz del astro matutino había esclarecido las tinieblas; cómo había sido desechado el yugo del Papa con todos sus enredos y perversidades”. (Inglaterra-Dudley).

Estas citas documentan en forma muy clara e irrefutable cómo este sistema de educación es general para todos los países protestantes. No se le oculta a nadie que todo esto no solamente falta contra la verdad, sino contra la caridad cristiana; debe ser un espectáculo muy confortador para los ateos modernos, ver cómo se “aman” las distintas iglesias cristianas. Por otro lado, es claro que el proceso de un hombre para librarse de todos estos prejuicios, tiene que ser una lucha dura y hasta “escabrosa”. Deben aprender los católicos en su lucha contra las sectas protestantes de ellas mismas: Dios no puede autorizar el empleo de mentiras, calumnias y prejuicios intencionalmente creados en las almas para llegar al fin deseado de la conversión de heterodoxos o la conversión de los cristianos en su fe heredada.

El hombre que busca la verdad, tiene que hacer así un esfuerzo máximo, como un aprisionado en redes falaces, para librarse y escapar hacia la verdad. Dudley pudo concluir así: “Es cierto que la Iglesia católica abarca en la actualidad, como en el pasado, la gran mayoría de la cristiandad. Si lo que se me había enseñado, estaba basada en la verdad, entonces la inmensa mayoría de los cristianos habían estado sumidos en el error durante casi dos milenios. ¿Podía Cristo consentir semejante mentira de tan tremenda magnitud? ¿Y esto en su nombre? ¿O bien la Iglesia católica era una falsificación...? ¿O qué? Me compré libros católicos para estudiar las doctrinas católicas, para conocer la historia desde el punto de vista católico”. Pero, ¡cuántos heterodoxos nunca alcanzan esta libertad de los prejuicios formados en ellos durante su niñez por los ministros protestantes! ¿No será tiempo que el protestantismo no sienta necesidad de “achicar” la Iglesia católica, en el empeño de asegurar la fe en sus adeptos?


¿Unidad o sectas cristianas?

Pero este primer paso, bastante difícil y doloroso, no es el único que en su liberación tienen que dar los conversos. Hay otro que tampoco es más que preliminar: la convicción de que Cristo ha querido la unidad en un solo rebaño y bajo un solo pastor, y no ha autorizado nunca la desunión entre los cristianos.

“En vez de ser “un rebaño y un pastor”, del que habló Cristo, se ha convertido en multiplicidad de sectas desavenidas, faltas no solamente de apariencia de unidad, sino incluso del principio de autoridad por el que pudiera colegirse cierta unidad”. (Lippert).

“Trabajé durante seis años para conseguir una unidad espiritual en esta congregación, en “una iglesia de todos los credos y no credos”. El esfuerzo tuvo un éxito parcial. Más ninguna componenda eclesiástica es permanente si Cristo no vive en su corazón. Aun cuando el trabajo hubiese sido coronado plenamente por el éxito, lo cual es imposible, no dejaría de ser otra secta. Fue entonces cuando me di cuenta, con la ayuda de la gracia de Dios y el instinto religioso que la verdadera iglesia debe llevar la señal de la verdadera unidad en toda su majestad y plenitud”. (Robinson).

“Me sentía impulsado ya a inquirir si aquel conglomerado de organizaciones religiosas (baptistas, metodistas, presbiterianos, etc.) era lo mejor que Dios podía hacer en la vida religiosa; después me sentí casi sacrílego por haber entretenido este pensamiento. ¿Podía ser que aquel revuelto de denominaciones con las que estaba en constante contacto, representaran realmente a aquel Cristo que rogaba para que todos pudiéramos ser uno, en un mismo rebaño, bajo un solo pastor?”. (Brant).

Había (en el campo de la Misión en China) romano-católicos, griego-católicos, High, Low y Broad Church, anglicanas, metodistas, presbiterianos, congregacionalistas, etc. Todos proclamaban estar en posesión de la verdad, aun cuando no sólo disienten en la doctrina, sino que están en oposición unos con otros en las cuestiones más esenciales. Una cosa era, por lo menos, cierta, es a saber: que no podían tener todos la razón, pues la verdad es una”. (Farmer).

Y los que están en camino y buscan la verdad, concluyen con Jess: “Una de las mayores tragedias del protestantismo actual es el resurgimiento continuo de nuevos grupos que reclaman un monopolio sobre la verdad. Esta afirmación es la única justificación de su existencia. Sirven solamente para enlodar más los caminos que debe recorrer el que busca la verdad. Más tarde, cuando se descubre, que la verdad es algo mucho más sublime que sus mezquinos conceptos, uno pierde a menudo la fe, no solamente en tal secta, sino en el mismo cristianismo. Este había de ser mi caso. Me convertí en un escéptico”.

Este escepticismo toma por lo general en el protestantismo aun en los que no piensan en buscar por otros lados la verdad, tres formas distintas:

1ª “Mis padres no se tomaron la religión en serio. No estaban afiliados a ninguna iglesia, pero se llamaban protestantes. No les vi nunca decir una oración, ni leer la gran Biblia que estaba siempre en la mesa-centro del recibidor. Mi padre y mi madre no estaban bautizados, tampoco lo estuvimos sus cinco hijos”. (Joung). Fíjese el lector: ¡“Pero se llamaban protestantes”!

2ª “Aquí me encontré con la enervante competencia entre el enjambre de sectas protestantes. Muchas pequeñas iglesias estaban esparcidas por la ciudad, en una lucha por sostener, deficientemente, a mal retribuidos pastores. A menudo las diferencias en su gobierno o doctrina eran tan leves que no justifican su separación. Es fútil y sin sentido”.·(Lippert).

3ª “Como por contraste (después de una misa muy concurrida en la Catedral de Port-Said) asistí después a una función religiosa en una iglesia anglicana, donde un pastor arengaba a cinco damas inglesas, un grueso sargento y dos pequeñuelos. ¿Dónde estaba la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica?”. (Bright).

¡Cómo ha de hacer impresión sobre estos ministros en busca de la verdad cuando asisten a los oficios religiosos (misas o bendiciones) de las iglesias católicas en cualquier parte del mundo!

“Fuimos a una gran iglesia (católica) en tal cual parte de Brooklyn, donde vivíamos; me impresioné al ver que la iglesia estaba repleta hasta los topes, y, al mismo tiempo, comprobar la reverencia y devoción de que daban muestras los presentes”. (Brant).


Las disputas modernistas y fundamentalistas

En la vida de los conversos hay todavía otro paso más antes de que se acerquen positivamente a la Iglesia católica para estudiar sus títulos de verdadera Iglesia. Fuera de las continuas divisiones en sectas, llama poderosamente la atención de los que buscan la verdad, la desunión en las doctrinas, predicaciones y enseñanzas, ora académicas en los seminarios de teología, ora populares en los servicios religiosos. Las sectas pequeñas por lo general no conocen tanto en su seno tales disputas, pero las iglesias grandes (anglicana, episcopaliana, presbiteriana, como en Europa Central la luterana y evangélica) de las cuales se separan continuamente las sectas pequeñas, están devoradas por estas disputas interiores que nunca cesan ni dejan de producir sus efectos disgregantes.

El modernismo había atomizado todas las teorías sobre las cuales el protestantismo había mantenido hasta ahora su vida; la supremacía y la infalibilidad de la Sagrada Escritura, la autoridad de las iglesias nacionales gobernadas por un poder temporal y el recurso emocional de la religión basado sobre la experiencia personal. La Iglesia en que yo había crecido, aparecía claramente desmoronándose”. (Hawks).

A lo largo de este período tuve que enfrentarme con el conflicto entre el fundamentalismo y el modernismo, que trabaja interiormente en casi todas las iglesias protestantes. Los fundamentalistas profesan una religión sobrenatural, creen en la Trinidad, en la divinidad de Jesucristo y en la inspiración de la Sagrada Escritura. Desgraciadamente, las pruebas que tienen para defender su fe, son de escasa consistencia o nulas. Uno cree porque el Espíritu Santo lo lleva a creer. Uno es o no es cristiano. Uno cree porque quiere aceptar la responsabilidad de su fe. Esta es la verdadera fe cristiana, y ella informa las vidas de los que la aceptan. Naturalmente no puede resistir la misma un ataque directo. Tienen pocos argumentos adecuados para los escépticos. Flaquea en los momentos de grandes dudas. Los modernistas, por otro lado, no aceptan una fe sobrenatural. No implantan leyes; pero tienen a gran honor el ser sinceros, aceptando sólo lo que pueden. Consideran hipocresía el profesar aquello en orden a lo cual no tienen absoluta convicción de que sea verdad. Defienden también la libertad del pensamiento, que, según ellos, consiste en no esclavizarse en una fe concreta. Aceptan a Jesucristo, no como Dios en carne humana, sino como una manifestación de Dios sobre la tierra, como el más grande líder que haya aparecido entre los hombres, como el que vino a iniciar “el camino de la vida”, pero no un credo dogmático. Esta actitud es considerada como muy intelectual, muy intrépida, porque barre todos los prejuicios y sólo considera la verdad como concepción del individuo, mientras carece de evidencia de lo contrario. Sobre todo, uno no podría ni debería adherirse a nada en calidad de verdad eterna. Creemos en Dios y le adoramos. Le servimos, porque ésta es la mejor manera de vivir. En todas las iglesias protestantes con las que me he familiarizado, se da este abismo. Para mí la cuestión se planteaba así: Cristianismo total o nada”. (Fitzpatrick).

Comienza uno a maravillarse, hace preguntas; oye seis u ocho ministros hablando en reunión. Parece que no se ponen de acuerdo acerca de lo que está bien y de lo que está mal. Afirma éste o aquel que el divorcio está mal, pero uno sabe que el pequeño pastor que está sentado en el rincón, acaba de divorciarse de su segunda esposa”. (Vanderpool).

“Un obrero del puerto vino a decir que él no podía comprender por qué había de dar más crédito a mis doctrinas que a aquellas que la “Low Church” predicaba en el próximo barrio. No pude darle ninguna contestación satisfactoria a la cuestión que me planteaba. Probablemente ni me creía a mí ni al otro eclesiástico; pero, en todo caso, me había puesto en un aprieto. Mi colega y yo éramos ambos clérigos anglicanos, y cada uno de nosotros enseñaba precisamente lo contrario de lo que el otro predicaba desde el púlpito”. (Dudley).

Por un lado están en apuros por esta situación los Obispos heterodoxos y exclaman como el de quien nos cuenta Chapman: “¿Qué voy a decir a estos dos buenos hijos míos? Creo que ambos predican una doctrina herética (el uno había predicado sobre la Inmaculada Concepción, el otro había dicho en el púlpito que Jesús era hijo natural de José), ¡y no puedo hacer nada!”, probablemente porque se acordaba de Io que se dice en el libro de los Jueces: Cada uno hizo lo que estaba bien a sus propios ojos”.

Pero por otro lado son los obispos mismos que escandalizan a sus clérigos, y quizá no haya habido en la Iglesia anglicana uno más avanzado y por tanto más “escandaloso” que el Obispo Barnes de Birmingham quien defendió públicamente en Inglaterra la regulación de nacimientos y calificó de magia al Santísimo Sacramento del altar. “La impotencia de los demás obispos anglicanos frente a él; el que en la “House of Commons” aconsejaran, incluso los no cristianos y ateos, sobre la liturgia de la Iglesia anglicana y que la “House of Bishops” decretara que el Santísimo Sacramento debía guardarse en la Sacristía dentro de un armario, en vez de tributarle honores y la adoración que corresponde a Nuestro Señor, todo esto quebrantó más y más mi fe en la Iglesia anglicana”. (Narayan).


La falta de autoridad

Estas últimas palabras demuestran claramente que estamos todavía en pasos preliminares, destructivos sí de la fe protestante, pero sólo con la cuestión de la “falta de autoridad” acompañaremos a nuestros conversos en sus primeros pasos positivos hacia la verdad. Apenas comiencen a preguntar por el “por qué” de estas desuniones, disputas dogmáticas eternas y de su consiguiente confusión, desacuerdo entre obispos y clérigos e intromisión de los colegios laicos en cuestiones de fe, caen en cuenta que la razón fundamental es la “falta de autoridad”, y autoridad divina e infalible que juzgue y guíe en esta materia de fe cristiana. Porque donde no hay autoridad que pueda reclamar legítimamente la sumisión del intelecto humano, allá no puede haber sino subjetivismo, individualismo y disensiones.

Y no se crea que tal sumisión sea una cuestión puramente intelectual. Antes y más que esto, es una cuestión moral, de las virtudes de humildad y obediencia, es una cuestión de la voluntad humana.

Muy claramente lo expone el ex-ministro anglicano Dudley: Una vez que la inteligencia se ha convencido, todo depende del hombre y de la gracia de Dios. La conversión significa, efectivamente, la incondicional sumisión de la voluntad a Dios; y esto no es ninguna pequeñez para un protestante; porque su orientación espiritual está determinada por sus inclinaciones, y él está acostumbrado a su religión que cuesta poco y tolera las opiniones particulares; por eso no puede soportar que se le diga lo que ha de creer y hacer; pues, en virtud de su posición espiritual admite todo lo demás, pero no la sumisión incondicional en el aspecto religioso. Cuando el anterior arzobispo de Canterbury declaró que ni él ni los adeptos de la Iglesia de Inglaterra entrarían jamás por una puerta (a Roma) que llevara escrita la palabra “Sumisión”, no hizo más que dar expresión a la actitud de todos los protestantes en general. Seguramente no sospechaba que la sumisión a la Iglesia católica es equivalente a la sumisión a Dios”. (Dudley).

No hay suceso más significativo de la carencia de autoridad en las iglesias protestantes que el famoso incidente sobre el “open pulpit” en los Estados Unidos, por el cual se daba acceso a todo predicador protestante en cualquier púlpito para predicar aunque no compartiera las opiniones de la iglesia que le permitiese su púlpito. Esto podría aparecer al hombre moderno como una admirable amplitud de criterio; en verdad no se puede negar que con esta medida se destruye toda fe autorizada por Dios como verdad, para reemplazarla por los miles de subjetivismos de cualquier secta.

La etapa final de nuestra conversión (cfr. nro 41 arriba) fue debida a la actuación de la Convención. General de 1907, cuando los Obispos de la Episcopal Church, casi unánimemente, permitieron la predicación de los ministros de cualquier secta en los púlpitos anglicanos. Esto nos pareció la negación de la Revelación divina. Dejar que la predicación dependa de la inventiva y opiniones personales de cada ministro, demostraba la indiferencia por la verdad. El “púlpito abierto” como popularmente era conocido, sería sólo el primer peldaño de la apostasía progresiva”. (Hawks).

“La legislación del “open pulpit” parecía y era realmente subversiva de cualquier precisa autoridad de enseñar en el anglicanismo”. (Chapman).

Este incidente y otros similares en otras iglesias protestantes que trataban de remediar con semejante remedio delicado y equivocado la desunión, para aparentar una unión de amor, pone para todos los clérigos en primer plano el problema fundamental de la autoridad en materia de religión. Y esta cuestión, bien resuelta, es ya el paso más importante en el acercamiento a la Iglesia católica: habrá fe, unidad y sumisión en lugar del subjetivismo.

Un ministro discrepa del otro y no existe autoridad que pueda decir quien lleva la razón y qué es lo que está bien o mal. Si debe uno vivir según su conciencia, como el propio padre se lo ha enseñado, debe desechar el protestantismo liberal tan caro al padre y a la madre”. (Vanderpool). Esta cita, en su tenor tan natural, revela lo decisivo de este paso. Agreguemos para mayor claridad, algunas citas más sobre este importante punto.

Pero, para decir verdad, cuanto más intenté resolver las claras contradicciones y desacuerdos que existen entre los fieles y aún también entre el clero -siendo así que unos y otros declaraban pertenecer a la misma iglesia- más me parecía todo caótico y más fallidas quedaban mis esperanzas. La autoridad suprema brillaba por su ausencia”. (Rush).

La confusión sienta sus reales en el mismo centro de la doctrina, y con ella una ausencia de autoridad efectiva”. (Robinson). “Había indiferencia y a veces desacato hacia la autoridad eclesiástica. Cada clérigo en su parroquia parecía dueño para obrar según su capricho”. (Young).

“Una vez fui llamado (siendo ser Superintendente de Distrito de las “Asambleas de Dios”) para ver de solucionar una seria disputa de partido en una de las asambleas. Durante todo un día estuve conferenciando con el pastor en busca de una solución que fuera más o menos aceptable para todos. Existía, al parecer, la manera de resolver la dificultad aquella, pero debía ser impuesta a este propósito una solución tajante, autoritaria, disciplinar. El ministro que se estaba paseando, de repente se paró, gritando: “Quiero que venga alguien con autoridad apostólica”. Quedé muy perplejo, preguntándome por qué no tendría yo este poder apostólico. Había sido elegido legítimamente para mi cargo, había ido a la asamblea a indicación de mi compañero que era más antiguo en edad y en el cargo; pero me di cuenta de que desgraciadamente algo fallaba. Si mi iglesia, según ella decía, era de orden divino, con misión divina para tener cura de almas, ¿por qué no habíamos recibido de alguna parte autoridad semejante a la poseída por los apóstoles en los primeros días del cristianismo? Podía yo suplicar, podía aconsejar, podía advertir; pero una congregación cualquiera podía dominarme por una mayoría de votos. Nosotros carecíamos en absoluto de autoridades superiores para ser guiados en la interpretación de la Escritura y éramos, dentro de ciertos límites, absolutamente libres para fijar por nuestra cuenta el sentido aún de los pasajes más difíciles de la Sagrada Escritura. En otras palabras, nos faltaba la infalibilidad”. (Brant).

“Comprendí que la Iglesia católica disponía para defender sus dogmas, los mejores argumentos, así como que los exégetas protestantes habían torcido y retorcido la Escritura para probar teorías absolutamente extrañas, al cristianismo primitivo. La llamada “reforma” es la negación total de algunas de las más comunes enseñanzas de la fe cristiana. Aparecía, a la razón, más claramente que nunca en mí espíritu que siendo la religión cristiana divinamente revelada, debía necesariamente tener un solo significado, y que la preservación del mensaje divino exigía absolutamente una autoridad oficial”. (Farmer).

“Si las doctrinas del cristianismo, como sucede fuera de la Iglesia católica, dependen del juicio de los particulares, y por consiguiente, la religión cristiana está supeditada a las opiniones de los hombres, nadie tiene el deber de creer. ¿Por qué iba yo a imponerme deberes ante las opiniones de los demás? Al que rechaza la infalibilidad de la Iglesia, no le queda ya ningún otro criterio”. (Dudley).

Todos los conversos podían resumir este paso suyo con las palabras del ex-ministro Thomson: “Pude comprender que la unidad de la Iglesia católica no dependía de una organización eficiente, ni de la unidad jurídica de sus estatutos. No es la unidad que viene de fuera. Es la unidad perfecta de un organismo vigoroso, de un cuerpo vivo. La magnífica visión de la unidad católica aumentó en mí el disgusto por la dolorosa disgregación de La iglesia anglicana, tan dividida y minifundiada. La Iglesia a que pertenecía, se me hacía responsable de la profunda y fundamental división que sufría, tan profunda y tan fundamental que llegaba a constituir una enfermedad del más descorazonador diagnóstico: el de incapacidad de regeneración”.


La identificación de la iglesia de Cristo

Tres importantes batallas ha perdido el protestantismo en la vida de los conversos que estamos observando y analizando:

1ª -La muralla inicua de los perjuicios intencionalmente creados no le ha servido para proteger a sus adeptos ni para contenerlos dentro de sus muros: uno por uno ha venido desmoronándose, y si el protestantismo procediera conforme a la verdad, podría haberse ahorrado esta vergonzosa derrota por sus propios adeptos libertados por la observación y la lógica. No queremos negar, sin embargo, que aún los prejuicios tan comunes no se deben al invento malicioso de fulano, sino son una herencia triste de los siglos.

2ª -La disgregación del protestantismo en innumerables sectas o partidos dentro de sus iglesias grandes ha producido el fatal efecto de irritación, ha llevado a sus ministros al examen del por qué de este grave fenómeno que no alcanzan a compaginar con la voluntad de Cristo, fundador de la iglesia cristiana quien antes de morir rezó en forma conmovedora e insistente por la unidad. Las asambleas ecuménicas del protestantismo, este esfuerzo enorme de reunir unos 370 millones de cristianos sobre una plataforma común y aceptable para todos y por esto de carácter general, reconocieron por “pecado formal” del protestantismo esta desunión.

3ª -Y finalmente, el examen del porqué de esta desunión ha dado por resultado la clara convicción de que ella se debe a la falta de autoridad en materia de fe, falta que, como pertenece a los mismos fundamentos del protestantismo, parece irremediable y letal.

Este triple proceso o victoria de los conversos los ha llevado a las mismas puertas de la Iglesia católica, sobre cuyo umbral leen esta terrible palabra tan odiada en el protestantismo “sumisión”. Si no se estanca allí el proceso por el horror a esta palabra y a sus consecuencias inevitables, es lógico que nuestros conversos tienen que emprender ahora (sabiendo que la iglesia protestante a que pertenecían, no es la iglesia verdadera de Cristo) una labor de identificación de esta iglesia que buscan, con la Iglesia católica. Esta tiene el consuelo de que sólo los elementos verdaderamente llamados por la gracia de Dios y que a la vez la aceptan y colaboran con ella, penetrarán en su sagrado recinto. Los que se dejan detener por argumentos o motivos humanos (de orgullo, económicos o lo que fuera), quedarán por fuera. Sin embargo los que se salen de sus iglesias protestantes, no por eso se convierten en jueces de conciencia de los que quedaron atrás. No serán -la experiencia general lo demuestra- renegados furibundos contra el protestantismo que acaban de abandonar. EI mismo recuerdo de las ingentes dificultades que tuvieron que vencer, los hacen misericordiosos, comprensivos y los inducen a orar continuamente por la conversión de sus hermanos.




La Iglesia católica y la iglesia primitiva

El primer paso que darán, es el de comparar la Iglesia católica de hoy, con su pretensión de ser la verdadera iglesia de Cristo, con la Iglesia primitiva. Es para el converso más fácil irse a los tiempos apostólicos y empezar su labor por aquel lado para saber si la Iglesia católica efectivamente ha venido corrompiéndose para ser algo distinto, algo supersticioso, algo casi pagano, o si ha conservado la pureza de la fe, de las costumbres y de los sacramentos que la Iglesia primitiva innegablemente debía poseer, si es que Cristo no fracasó en su intento de dejar una iglesia según sus ideas y su voluntad.

Sabía que esa gloriosa profesión de la Fe Cristiana (el Credo en la misa católica) había sido cantada por los Santos de Dios a lo largo de los siglos; para ellos fue, sin duda alguna, una verdadera profesión de aquella “fe una vez comunicada a los santos” y cuando ellos lo cantaron, ese Símbolo de los Apóstoles, lo creían con todo su corazón y no intentaban privarle de su significado original, o mutilarlo, cual una facción en una reciente Conferencia General de la Iglesia Metodista lo había propuesto, suprimiendo o cambiando Las palabras “Santa Iglesia Católica”. Hago esta cita para demostrar cuán poco respeto tiene la iglesia protestante para con las cosas más sagradas de la primitiva cristiandad. Si no hubiera sido por la Iglesia Católica, las Sagradas Escrituras, el dogma, los símbolos de la Fe, etc., todo hubiera quedado reducido a la nada mucho tiempo ha, y el sentido original de la Revelación que el Hijo de Dios trajo sobre la tierra, hubiera desaparecido, como desaparecieron en las denominaciones protestantes, pues la multiplicidad de sus divisiones y credos es un testimonio, siempre presente, en contra de ellos”. (Farmer).

“Como los anglicanos afirmaban que el cristianismo de los primeros siglos había sido el más puro, tenía yo sumo interés por conocer los escritos de los cristianos primitivos. Partiendo de esta concepción de la Iglesia, recorrió mi espíritu la historia eclesiástica y encontró que la Iglesia católica de hoy es en su fe, en su culto y en su administración la continuación lógica de la Iglesia primitiva”. (Narayan).

“Quizá la obra que más me ayudó fue el Ensayo sobre la revolución de la doctrina de Newman, pues muestra que la Iglesia de Roma posee una continuidad con los tiempos apostólicos a través de un legítimo desenvolvimiento de la Teología y de la práctica, y que tal continuidad es real”. (Nutting).

La Iglesia que yo vi, era vertical -dada por Dios al hombre y no horizontal -un grupo de hombres reunidos para decidir sobre su naturaleza-. Nuestro Señor había llamado y elegido a los Apóstoles; no fue elegido por los Apóstoles como su “caudillo”. No fue el ejecutor de su programa, sino que diera a los Apóstoles el programa para que estos fueran sus administradores. Sólo la Iglesia de Roma dice poseer las características que yo entonces concluí eran esenciales a la Iglesia por su misma naturaleza, y según los principios sobre los que yo había estado pensando durante tantos años”. (Price).

“Esa cuestión (de la verdadera iglesia) es tan difícil y enmarañada que nosotros, gente ordinaria, y de ocupaciones (los ministros) hemos de dejarla a los eruditos. Contentémonos con nuestro ministerio apostólico y los sacramentos; la sumisión a la Santa Sede es un paso demasiado serio, para tomarlo por causa de una mera duda. …Pero las notas o señales que Dios había impreso a la verdadera iglesia, para discernirla de toda falsa religión, deberían estar al alcance de los “pobres”, de los “pequeñuelos”; y todas las demás consideraciones estaban fuera de lugar. De esta suerte, era completamente cierto que para cualquier dificultad que surgiese, y uno puede esperar muchas, no había de faltar la respuesta satisfactoria. Me era, pues, necesario presentar en forma sencilla un cuerpo doctrinal que llevara las marcas que Dios había señalado en su Iglesia, conviene a saber: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Fallando una de ellas, todo se venía abajo, juntamente con las promesas de Cristo, pues ha de haber una Iglesia que indefectiblemente pueda discernirse por dichas señales, las cuales han de resplandecer con tal evidencia, que realmente guíen al pueblo ignorante y de sentido común ordinario a conocerla; no han de ser meras propiedades espirituales, que necesiten probarse por otras consideraciones, pues de ese modo se invertiría el método divino, dispuesto por la economía de la Encarnación, alterando la naturaleza de las notas”. (Gorman).




Conclusiones definitivas

Hemos llegado al fin del problema: la iglesia protestante no es ni puede ser la Iglesia de Cristo, a causa de su desunión y de una completa falta de autoridad divina en materia de fe. Debe haber una iglesia, desde los primeros tiempos, que es una, santa, católica y apostólica, y ha conservado tanto el tesoro del dogma divino como también su legítima descendencia de autoridad apostólica y no hay sino una con esta pretensión y en capacidad de poderlo comprobar: la Iglesia católica. No lo pueden comprobar las sectas modernas, ni siquiera la Iglesia anglicana o luterana, ni tampoco la griega-ortodoxa, porque todas ellas nacieron por el sistema protestante de la disgregación de la iglesia anterior. Ya se hallan nuestros convertidos en las mismas puertas de la Iglesia católica, de la Iglesia de Cristo, bien identificada.

Con los ojos abiertos a la verdad y llenos de admiración, el corazón lleno de gratitud a Dios por su gracia que los ha conducido allí, los conversos descubren ahora en las cuatro señales toda la belleza espiritual de esta “mística esposa de Cristo”.

A veces, leyendo autores católicos, uno se da cuenta de cuán consecuente es y ha sido siempre en sus enseñanzas la “rama de la Iglesia romana”. Es una en la fe, una en las costumbres, una en da autoridad, siempre y en todas partes. Pero uno no debe acariciar demasiado este pensamiento. El Superior anglicano te ha advertido del peligro de la “fiebre romana”. (Vanderpool).

Las doctrinas de la Iglesia católica son verdad según este principio (de que la verdad resista un examen completo). Nunca han cambiado. Son las mismas hoy que eran en el siglo XVI (el de la reforma) y las del siglo XVI eran las mismas que las del siglo I. La Iglesia católica enseña hoy las mismas doctrinas que Cristo enseñó a sus discípulos y que les encomendó que las predicasen a todas las naciones. Les dio también la seguridad que el apostolado por él instituido se conservaría lejos de todo error a través de Los siglos”. (Young).

La Iglesia católica Romana de hoy no es otra que la de los siglos pasados, y sus enseñanzas y disciplina han sido siempre las mismas”. (Farmer).

“Sólo dentro de la Iglesia católica-romana se ha conservado auténticamente y puede anunciarse el verdadero Evangelio de Jesucristo y la pura e incontaminada palabra de Dios”. (Thieme).

“Aún quedaba la principal dificultad: la infalibilidad del Papa. Pero poco a poco fui comprendiendo el alcance de este dogma. Si no se diera la infalibilidad del Papa, pensaba para mis adentros, no habría seguridad para nada. De no admitir al Papa, volvía a la inestable posición en la que emplearía toda mi vida buscando la verdadera religión sin poder alcanzarla”. (Murdick).

Después de la unidad de la fe, descubren la santidad de la Iglesia católica en los sacramentos y en sus santos.

La Iglesia Episcopaliana Protestante usa indistintamente dos fórmulas de ordenación sacerdotal. La una hace mención del perdón de los pecados: “Los pecados que perdonares, serán perdonados, y los que retuvieres, serán retenidos”. La otra omite estas palabras para no ofender la sensibilidad protestante. Mi obispo ordenante, en atención a mis preferencias católicas, usó la primera en mi ordenación, pero pocos años después declaraba en público que consideraba las órdenes del clero episcopaliano iguales a las del clero presbiteriano. No comprendí en aquel entonces la intención de mi obispo al ordenarme, pero después, con el correr del tiempo, he llegado a la conclusión de que no tuvo la menor intención de intentar lo que entiende la Iglesia católica al imponer las manos al neo-presbítero, dándole eficiencia para renovar en la Santa Misa el Sacrificio del Señor” (Thomson).

Durante semanas enteras anduve en un estado de inseguridad; irresoluto conmigo mismo, en la duda de si estaría obligado, en conciencia, a seguir adelante o no; abatido por el presentimiento de que podía ser verdad lo que “Roma” decía: de que mi “misa” acaso no fuera tal misa; de que mi absolución tal vez fuera inválida. “Cuánto más rezaba, tanto más irreal me parecía mi sacerdocio”. (Dudley).

Al mismo tiempo, y sin que él lo pretendiera, me mostraba (el sacerdote católico que le daba clases de instrucción), la nobleza, elevación de miras, sinceridad, erudición, abnegación, grandeza y santidad del sacerdocio católico. ¡Cuán distinta venía a ser la realidad de mis deformadas y preconcebidas ideas protestantes!”. (Farmer).

“Tampoco la nota de la santidad resplandecía claramente en la iglesia anglicana; pues aún admitiendo todo lo que se pudiera sostener sobre la posesión de los sacramentos válidos y el tipo ordinario de la santidad en la masa de sus creyentes, no se veía ningún esfuerzo por afirmar la santidad heroica de alguno de los hijos de “su estéril vientre y sus pechos secos” desde el tiempo en que el Catolicismo le reprochaba su posición cismática. Al contrario, en la Iglesia católica aparecían eminentes santos, como todos saben, y en gran número: santa Teresa de Jesús, san Alfonso, san Felipe Neri, san Vicente de Paúl, san Francisco Javier; y aún en Inglaterra, lo que se llamaba según la moda el cisma italiano, dio buenos frutos, como san Juan Fisher, santo Tomás Moro y otros”. (Gorman).

“Mi primera reacción fue de alegría, porque ahora los santos me pertenecían. Había leído sus vidas, les había pedido su intercesión, pero entonces yo me sentía un extraño. Ahora, no. San Francisco, san Antonio de Padua, santa Catalina de Sena, santo Tomás Moro, santa Teresa, todos estos hijos de Dios ahora eran míos. La Santísima Virgen también me pertenecía”. (Jess).


Prosigue la identificación de la Iglesia

También comprenden la belleza del centro del culto católico, engarzado en hermosa liturgia, la sagrada Eucaristía. Los protestantes no creen en la presencia de Jesús en este sacramento por medio de la Transubstanciación y por tanto hay en las sectas no sólo menosprecio de este tesoro, sino se oyen los reproches más violentos y hasta blasfemias contra la doctrina católica, como si se tratara de un culto idolátrico y abominable.

Un domingo, después de la comunión sobró algo de pan y me dispuse a consumirlo. Fui primero a la puerta para saludar a los feligreses y cuando regresé, el pan había desaparecido. Pregunté qué había sido del pan a la señora a cuyo cargo estaban los preparativos de la comunión. Ella replicó: “Se lo eché a las gallinas. ¿He obrado mal?”. Esto me hizo pensar”. (Jess).

“Un sabio profesor de teología explicaba que el pan y el vino de la comunión presbiteriana representaba simplemente el cuerpo y la sangre de Jesús; no eran en realidad el cuerpo y la sangre del Salvador. Inmediatamente me pareció sentir cierta insuficiencia, cierta negación de un profundo principio dogmático. Pregunté al profesor: “¿Cuál es el verdadero sentido de las palabras de Nuestro Señor?” “Sí no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. (Joh. 6, 54). La respuesta no fue clara, ni lógica, ni satisfactoria”. (Lacy).

“Yo había perdido toda mi fe en el protestantismo. Estaba persuadido de que la celebración de la Cena del Señor era una parodia, y no quería prestar mi asistencia a una ceremonia en la que todo proclamaba su falsedad. ¿Qué valor tenía, en consecuencia, la ordenación recibida? Absolutamente ninguno; era sólo una fórmula o ceremonia sin contenido”. (Farmer). Debemos leer a los mismos conversos que después llegaron a ordenarse por el verdadero sacramento de orden, cómo se llenan de felicidad al poder celebrar en verdad la santa misa, y al saber que entonces sí tienen en sus manos y en su corazón el cuerpo y la sangre real de Jesús.


La Virgen, Madre de Dios

También la Madre de Jesús, la Virgen María, contra la cual se oyen tantas “groserías”, según nos dice el converso Faber, ocupa en el proceso de la conversión un puesto significativo.

“No hacía poca mella en mis convicciones religiosas ni ver que la secta protestante a que estaba afiliado, desechaba el culto de la Santísima Virgen, por no estimar su preciosa vida, o por mirarla como una madre cualquiera o sólo una mujer piadosa”. (Hurter).

“En una mirada de conjunto retrospectiva, creo que la razón por la que me pareció tan huera la Iglesia episcopaliana, fue porque era una mansión sin Madre. A causa de la diversidad de sus pensares y decires, la Santísima Virgen María no tiene un trono en la Iglesia Episcopaliana. La devoción a María no es sólida… Me hallo ahora no sólo en la mansión de la fe, sino que estoy en casa de verdad, porque nuestra Madre María está aquí”. (Rush).

La Santísima Virgen, un problema para la mayor parte de los protestantes, no lo fue ciertamente para mí. Creyendo en la filiación divina de Jesús, parecía razonable creer en el nacimiento virginal y en todas las otras glorias de María. Un día, mientras meditaba, me vino un pensamiento: “No tienes por qué preocuparte sobre lo que la Iglesia católica dice de María. Ella es todo eso y más” (Jees).

Con María, en efecto, han llegado nuestros conversos hasta el seno de la Iglesia católica. El que haya comprendido a María, ya no conoce obstáculo alguno para incorporarse a la Iglesia de su Divino Hijo. Ella, Jesús y su Iglesia son en verdad inseparables. Sólo nos faltaría leer en estas autobiografías de ex-ministros los últimos renglones con que suelen terminar sus relatos de conversión, para sentir con ellos la dicha, la inefable felicidad del día en que consiguieron el perdón de sus pecados por medio de la confesión; en que se unieron místicamente con Jesús a quien por largos y tortuosos caminos habían buscado, en la santa comunión; y en la vida de muchos de ellos, la íntima satisfacción al llegar al verdadero sacerdocio para poder trabajar entonces sí con la misma autoridad de los apóstoles por el Reino de Jesús en la tierra.

III

Todo ser vivo creado por Nuestro Señor, exige las preciosas condiciones de vida ideadas por Dios. El pez no vive sobre la arena seca de la costa, sino en el agua; el ave no puede existir sino en el aire y el hombre necesita una precisa mezcla de oxígeno (21 partes) y nitrógeno (78 partes), proporción que no permite variación considerable sin poner en peligro la vida del hombre. La Iglesia de Cristo, organismo vivo, también necesita su atmósfera en que vive, y es en esta atmósfera también donde hay que buscarla y sólo en ella puede ser hallada por los conversos. Un sectario que dice de la Iglesia católica ser producto del diablo, jamás la hallará. Tampoco el que no quiera poner al lado de sus esfuerzos intelectuales la reforma moral de su vida, la encontrará.


El relativismo y las verdades absolutas

Naturalmente, desde un sistema de relativismo, el hombre puede unirse para fines religiosos (culto, consuelo, educación, etc.) en la forma que considere oportuno. Así se podrían, desde tal sistema, fundar nuevas iglesias como mejor les parezca a los hombres interesados en tales proyectos.

Al contrario, la Iglesia católica cree en verdades y valores absolutos; para ella, la cuestión de cómo hacer una iglesia es cuestión no de proyectos humanos, sino de fundación divina, es cuestión de hecho, que no es dado a los hombres alterar según sus opiniones, conveniencias o caprichos. Ella desprecia el relativismo. Y más porque todo relativismo no sirve sino para una vida concebida como pasajera. Se gana un sueldo “relativamente” bajo; se cambia una casa “relativamente” incómoda por otra mejor; se busca para una colección una estampilla “relativamente” rara y se afilia a una secta “relativamente” nueva. Todas estas expresiones apuntan en sus relaciones hacia algo más absoluto, revelando así la insuficiencia de cualquier relativismo.

La Iglesia busca en lo alto las verdades y los valores absolutos. El relativismo es como un avión comercial que da vueltas dentro de la densa atmósfera de la tierra material y pasajera, para fines terrestres; la Iglesia católica, al contrario, trata de lanzar al hombre hacia lo alto, fuera de la atmósfera de este globo pasajero, hacia el Eterno. Para ella, detrás de todas las conveniencias relativas, existen verdades y valores absolutos, que no admiten cambio, y que eternamente son verdades y no pueden ser a la vez no-verdades (mentiras, errores). Las verdades matemáticas, como el “dos por dos son cuatro”, para ella no tienen carácter más absoluto que la verdad “Dios existe”, y no puede ser que a la vez Dios exista y no exista. Jesucristo es persona divina y no puede ser que a la vez no lo sea. La Iglesia católica es fundada por Cristo y por tanto de origen divino, y no puede ser que a la vez lo sea y no lo sea. Si tantos hombres en nuestra época dudan de Dios y no lo encuentran, es porque son víctimas de tal absurdo relativismo. “Todo es relativo”.

Pero en esta esfera de relativismo tampoco se puede llegar a la verdadera Iglesia. En esta esfera se encuentran sectas, pero no la Iglesia verdadera.

Al contrario, el que empiece a creer en verdades absolutas, está prácticamente ya en camino hacia la Iglesia de Cristo, aunque tal vez no se dé cuenta todavía de este rumbo ignoto. Las autobiografías de los conversos marcan todas con perfecta claridad este paso decisivo: cuando se abandona el relativismo humano y se empieza a creer en verdades absolutas, con toda seguridad algún día se descubre en esta esfera de lo absoluto, también la Iglesia de Cristo. No importa con qué nombres se disfrace el relativismo: puede llamarse criticismo, liberalismo religioso, individualismo, subjetivismo, existencialismo o lo que se quiera; no se trata de nombres, sino de una postura. El que se adhiere al relativismo, no penetrará la capa material que rodea al hombre, ni llega a la esfera de Dios y de su Iglesia.

La fe católica y la fe protestante

El camino hacia las verdades y los valores eternos, absolutos, lo tiene que andar el intelecto humano, porque para este fin se le ha dado este don divino. La razón humana investiga, discierne, usa las impresiones sensibles para la abstracción de ideas, todo en busca de la verdad absoluta detrás de las apariencias. El intelecto quita una por una las envolturas de las cosas creadas para llegar al corazón, a la medula de ellas. Interpreta los fenómenos visibles de las cosas para llegar a deducir el significado y el perenne valor de estas cosas. Así se origina en el hombre la religión natural, concluyendo de las cosas creadas a su creador.

Pero en esta labor intelectual, el hombre llega a ciertas cosas y hechos que, encerrados en forma tangible, sin embargo revelan de una manera especial y llamativa su origen divino. La religión cristiana, la figura de Cristo, la Biblia son de esta clase de cosas que en forma accesible a la razón, revelan ser de lo alto. La razón asegura su credibilidad -Jesús realmente vivió en esta tierra- pero su contenido no es accesible sino a la fe. La fe, en este sentido, es como una prolongación del esfuerzo intelectual del hombre, porque ella, lo mismo que el intelecto, media conocimientos; conocimientos que son de la esfera inmaterial de Dios. La filosofía aplana el camino para la Teología, pero ésta es la señora y aquélla la sierva.

El que de la credibilidad de los hechos mencionados no pasa a la fe, no llega a las verdades y los valores divinos. Insistimos en que la fe es una prolongación del esfuerzo del intelecto humano. Fue el trágico error de Lutero falsificar la esencia de la fe.

Para Lutero -y se comprende este error por la dolorosa situación existencial en que se hallaba, no sólo transitoriamente, sino por su talante de duda y desesperación (José Luis Aranguren) la fe se convierte en confianza, y renunciando a su valor cognoscitivo se convierte en algo que más tiene que ver con la voluntad (o desesperación) que con el intelecto y los conocimientos. Esta fe “fiducial” de Lutero ya no alcanza a subir a los valores intelectuales de la verdad eterna y objetiva, sino serpentea de una manera lamentable sobre la tierra, dándole al hombre deseoso de salvarse, consuelo en este negocio. La fe “católica” presenta y proporciona al hombre la verdad revelada que el hombre tiene por “verdadera, por garantía del Dios que revela”; la fe “protestante” sólo inspira confianza en el asunto de salvación, hace que el hombre-pecador se humille ante Dios y consiga el perdón. No es que el credo católico no conozca la “confianza” en la misericordia de Dios y en el perdón de los pecados, pero no confunde la fe con la esperanza. La Iglesia católica conoce tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; el protestantismo no conoce sino dos virtudes teologales, la fe (“fiducial”, mezclada con la esperanza) y la caridad.

Pero por falsificar la fe en esperanza, Lutero perdió el sentido para lo objetivo, lo absoluto; todo se le volvió un asunto angustioso personal, y la revelación divina, la Iglesia fundada por Cristo, la ciencia natural de la recta filosofía, todo mereció sólo su desdén. Su sistema es profundamente individualista y subjetivo, toda religión ya no es más que “su salvación”. Se hizo en este sistema superflua la Iglesia como depositaria y guardián de las verdades reveladas y absolutas. La Iglesia visible de Cristo se convirtió en una iglesia invisible, comunidad de todos los que pensaban lo mismo que él de la fe fiducial. El creer en las cosas invisibles porque Dios las había revelado, se convirtió en el sentir, contra la “duda y la desesperación” existencialista de Lutero, la seguridad de la salvación.

Por lo mismo la predicación luterana se convirtió en la predicación de sentimientos en lugar de exposición de doctrina; culmina esta nueva predicación en -la típica arenga soteriológica del Ejército de Salvación- (Erweckungs predigt) y en cuanto al culto litúrgico se observa igual resbalamiento hacia lo subjetivo: En aquella atmósfera no era posible el verdadero culto cristiano”. (Robinson).

Sólo cuando se le devuelve a la fe cristiana su sentido original de aceptar en ella como verdad absoluta lo que Dios se dignó revelar, sólo entonces se hace posible una conversión del protestantismo a la Iglesia católica.



La religión sin autoridad

La Iglesia católica, sabiendo que la verdad absoluta religiosa vino del cielo por revelación y quiere ser creída por humilde aceptación por parte del hombre, tuvo que darle suma importancia a la fiel conservación del tesoro revelado y en ella depositado. De ahí su desconfianza contra todo lo que sea puramente personal e individual. El protestantismo, solución del problema de salvarse uno individualmente, al contrario, tiene profunda sospecha contra todo lo que no sea personal, no sea individual, contra todo lo que se llame Iglesia, depósito de la fe, tradición, magisterio, etc.

La Iglesia católica, organización visible instituida por Dios para la conservación de la religión revelada, tiene conciencia de su autoridad e infalibilidad. Sin ellas, la verdad no se habría podido conservar entre los hombres. La autoridad apostólica, el Primado de Pedro, la infalibilidad papal, el valor de la Tradición y de sus definiciones conciliares, son sólo expresión de esta su conciencia.

Su unidad es señal indispensable para no dilapidar el tesoro confiado. Ella no puede permitir que la verdad, la autoridad, la unidad y la santidad sean furtivamente extraídas de su seno para fundar con ellas al capricho iglesias humanas, sectas variables. Pero es tanta su fe en las verdades y valores objetivos que custodia, que la Iglesia católica ni siquiera niega que el atentado humano sectario pueda tener éxito: así reconoce la validez del sacerdocio cismático, del bautismo de los herejes y reconoce los restos de la verdad sustraída en las sectas pasajeras. La única lógica defensa contra este hurto es su excomunión. De ahí viene, al lado del reconocimiento de tales valores sustraídos, su intolerancia, su intransigencia contra las sectas, cuando éstas, después de causar todos estos males, proponen una “branch-teoría” o sea proponen que la Iglesia católica se considere igual a todas ellas y se siente en la misma mesa donde ellos deliberan sus proyectos ecuménicos de reunión de lo disgregado. La Iglesia católica bendice estos esfuerzos, los acompaña con sus fervorosas oraciones, pero en todo lo demás muestra a la palabra escrita sobre el umbral de su puerta: sumisión. El camino para llegar a un solo rebaño, no puede ser que ella también vaya al desierto; sino que los demás de sus desviaciones vuelvan al redil.

Así se explica que en las verdaderas conversiones, los conversos siempre tienen la impresión de no perder nada de lo que en realidad, era verdad y valía en sus sectas, sino que por su conversión llegan solamente a la plenitud de estos valores divinos, por medio del regreso a la Iglesia fundada por Cristo. No renuncian ni siquiera a los valores personales: dignidad, libertad, derecho a la verdad y a la santidad. No ven en su regreso nada vergonzoso, como si cometieran una infidelidad con su secta de origen. Fue la contestación más natural la que el conde de Stolberg diera un día a un amigo quien le dijo: “A mí no me gustan las gentes que cambian de religión”. “Tiene usted toda La razón”, le dijo el Conde; “a mí tampoco me gustan y si mis tatarabuelos no lo hubieran hecho en la Reforma, no tendría yo necesidad de rectificar su error”.

Son, por tanto, el relativismo, el menosprecio de la razón humana, la confusión de la fe con la esperanza, el subjetivismo soteriológico y el atentado contra la unidad de la Iglesia fundada por Dios, como unos ingredientes venenosos en la atmósfera que la Iglesia necesita para vivir, como las aves necesitan el aire para su supervivencia. La conversión a la Iglesia católica no es otra cosa que una fuga de una atmósfera envenenada por el error y el orgullo humano; para respirar nuevamente la única atmósfera saludable, señalada por Dios para nuestra vida religiosa.


Los ateos modernos y los conversos

El hombre ateo se puede comparar, cuando busca a Dios y empieza a rezar, a un hombre, perdido en un mar tempestuoso y oscuro en su embarcación frágil, el que empieza a emitir señales de Morse religioso. “...  .__  .__..  __ __ __ ;  ...  .__  .__..  __ __ __ ;  __..  ..  __ __ __  ...”. “Halo, halo, Dios!”. Busca contacto con el Ser desconocido, con el gran ignoto, hasta que reciba de Dios la prueba de su existencia. El converso, y aún más el ex-ministro heterodoxo que busca ya no a Dios, sino a su verdadera Iglesia, emite sus señales, tiende su radar hacia las iglesias existentes, buscando en ellas las señales de identificación: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad, hasta que llegue a identificarla por estas señales de una manera inconfundible. Se aparta de las sectas que no muestran ninguna de estas señales o no todas, hasta que se une, con sincero alivio a la única Iglesia que las muestra. Este proceso de identificación es largo y doloroso, se prepara en pasos preliminares y culmina en pasos positivos. Primero se ha de hacer el despejo de los escombros (prejuicios, desunión, falta de autoridad), pero finalmente llega el momento en que la verdad brilla y atrae irresistiblemente. La envoltura humana de la Iglesia que, desfigurada en los prejuicios, escandalizaba tanto, ahora se comprende como tal y los ojos penetran hasta la esencia de la Iglesia.


La comprensión de la forma humana de la Iglesia

Como que el converso, con la gracia de Dios, adquiere una vista total de la Iglesia, se le rectifican todos los errores parciales y sus prejuicios cerrados. Sobre todo se libra del error de la “Biblia sola”. Ve que no fue la Biblia la que hizo la Iglesia o la hace hoy en la forma por las sectas proyectada y al estilo protestante, sino que fue la Iglesia la que hizo la Biblia. Es la Iglesia que recibió el depósito de la fe de Cristo y ella se habría desarrollado lo mismo, teniendo la Biblia que no teniéndola. Si esta Iglesia que los protestantes creen tan corrompida, en realidad hubiera sido tan maliciosa de quemar, destruir, confiscar y eliminar todas las Biblias de modo que no se hubiera quedado ni una sola ¿qué habrían hecho los reformadores? ¿Sobre qué base hubieran construido la casa de sus errores?, ya que dicen que sobre la Biblia y sólo sobre la Biblia se han de fundar las iglesias cristianas. Y no vale decir que Dios nunca hubiera permitido semejante crimen de parte de la Iglesia católica; el que venga con tal argumento, sólo revela que no sabe pensar, raciocinar y concluir lógicamente. Sin Biblia no habría habido jamás secta protestante alguna, pero sin Biblia habría habido Iglesia católica lo mismo que hoy con Biblia. Gracias a la fidelidad de la Iglesia católica -¡trágica circunstancia!- Lutero pudo poner en marcha este enjambre de sectas desunidas que escandalizan en el campo de las misiones, como conocieron los mismos misioneros protestantes que dieron la voz de alarma y a quienes se debe en el fondo el esfuerzo ecuménico protestante de los últimos años.

Y en segundo lugar, el converso que tuvo que andar por los muchos caminos del error los cuales se redujeron por fin a uno solo, el de la verdad que se perdió dentro de la Iglesia católica, también se pierde por lo general dentro de la masa de los fieles. Pasados algunos años, en nada se distingue de los que han nacido dentro de la Iglesia católica. Hace la Iglesia suya como ella lo hizo suyo. Está capaz de trazar por este círculo integral de las verdades, diagonales de lado a lado: desde el niño que recibe el bautismo hasta el moribundo que expira con los consuelos de la Madre Iglesia; desde la anciana ignorante que musita las palabras de su sencilla oración quizá un poco supersticiosa, hasta la declaración “ex cathedra” del Santo Padre; desde la absolución del pecador reincidente hasta las alturas de los místicos; desde el tratado teológico en su sutileza racional hasta la hechura de un simple rosario o de la estatua de un santo de moda en yeso; en fin, su mirada ya abarca la totalidad de lo que es la Iglesia de Cristo, porque aprendió a distinguir entre lo esencial y lo contingente, quizá a veces con más acierto que los nacidos católicos, porque tomó su camino por entre las contingencias hasta que llegó a la medula de la esencia. Lo que el niño católico aprendió en la niñez, lo aprende y asimila el converso como hombre adulto, llegando ambos al mismo resultado.

Sí mira atrás, es con recuerdos de gratitud para con Dios y muchas veces también con sus antiguos correligionarios. A los católicos superficiales le provoca decir con uno de nuestros ex-ministros: “Los católicos tienen una grave responsabilidad, pues el único camino por el que los no-católicos tomarán en serio la afirmación de que su Iglesia es la sola verdadera, es por su ejemplaridad. Dar tal testimonio, es voluntad de todos los católicos, desde el Santo Padre hasta el último fiel. Su recompensa, más tarde o más temprano, son la seguridad espiritual y un gozo íntimo. El católico es primeramente un atleta espiritual. Nunca ha tenido mejor ocasión; ésta es su hora”. (Robinson).

Tomado de la Revista Regina Mundi

3 comentarios:

  1. Interesante artículo, muestra las debilidades de la fe protestante.

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  2. No cabe duda que el libro sagrado de ustedes debe ser MAQUIAVELO. Todo lo que aquí dicen es totalmente coincidente con ese libro y absolutamente contrario a la Biblia. Mentiras, es lo mínimo que podrían inventar, esas son sus bases históricas. Qué más podriamop esperar de una institución político-religiosa cesaropapista con una trayectoria tan oscura basada en el terror, el poder, guerras sucias, crímenes,negocios ilegales, que ha podido sobrevivir alimentándose del exceso de ignorancia de los pueblos. Y no es mi opinión. NO. Es la historia palpable,evidente y comprobable. Sólo basta con leer la tragica y deplorable trayectoria de ésta institución política (peor cosa no podría ser) mal llamada Iglesia.

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  3. La iglesia es santa porque fue instituida por un santo los hombres son pecadores.
    Haber protestante puedes refutarme esto dicho por Jesús " que sean uno conmigo como soy uno con mi padre"".... sabes lo que dice Jesús? es un solo cuerpo, una sola fe, un solo bautismo y un MISMO ESPÍRITU. Ese es espíritu es espíritu de la Verdad absoluta.... La IGLESIA DE CRISTO EN UNA O SEA UNIDAD....
    Cómo puedes decirme tu que esas sectas protestantes que son más de 36.000 y cada día sale una secta nueva.... entonces dónde está la UNIDAD'
    Martín Lutero es un herje y Jesús dice " salieron de nosotros pero no son de nosotros porque si hubieran sido de nosotros estuvieran con nosotros"....además dijo " después de mi lo que viene son falsos profetas .....
    Es una lástima el odio a los caólicos que es el principio universal de todos ustedes pero no hay fe, no hay un solo cuerpo y un solo espíritu asi que ustedes lo que tienen es un espíritu de ciguena ( espíritu inmundo) mientras que la Iglesia católica tiene el Espíritu Santo es la IGLESIA QUE TIENE PODER.

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