jueves, 27 de junio de 2013

El mensaje de la Santísima Virgen a Bernardita



Contemplemos algunos cuadros:

            La pequeña, oscura y fría mazmorra donde vivía la familia Soubirous. Allí reinaba el hambre y la miseria; pero ni la una ni la otra destruían la paz de aquellas almas que confiaban en Dios.

            Bernardita, la primera de cuatro hermanitos, es una niña grácil que padece fuertes ataques de asma. Es el ángel de la casa, que se afana en ayudar a la madre y que procura por cuanto le es posible esconder su enfermedad, con el único fin de no contristar el corazón materno impotente para proveerla de cuanto le era necesario.

            Bernardita, es de sentimientos profundos y delicados, pero a los catorce años de edad no logra aprender las lecciones de catecismo con que se la prepara a la Primera Comunión. Su corazón comprende y saborea cuanto la memoria se niega a retener y por eso muy bien sabe consolarse cuando las maestras le dicen: “No serás más qué una ignorante”, repitiendo para sí: “También si no sé nada, puedo decir el Santo Rosario y amar al Buen Dios de todo corazón”.

11 de febrero de 1858:

            En casa, el padre está enfermo y el fuego se ha apagado. Bernardita obtiene de su madre permiso para ir con una de sus hermanitas y con una amiga a recoger leña en el bosque vecino. El frío era entonces, punzante. Cerca de la Gruta de Massabielle deben atravesar un torrente. Las dos compañeras pasan y Bernardita queda incierta. No sabe si mojarse los pies exponiéndose a un nuevo acceso de asma o esperar de este lado el regreso de las niñas. Poco a poco, y en silencio, amontona algunas piedras con la esperanza de formar un pasaje. Convencida de que este esfuerzo no será realidad se decide a descalzarse.

            Ninguno se cuidaba de Bernardita; y si los ilustres de Lourdes: el médico, el filósofo, el síndico, hubieran debido decir su pensamiento sobre aquella niña, todos habrían movido la cabeza sentenciando: una vida inútil; para qué vivir así en la miseria y en la enfermedad sufriendo siempre. Las personas devotas, tal vez murmurarían: el Señor la lleve al cielo para que su vida de dolor y sufrimiento no se prolongue más sobre la tierra.

            La Reina del Cielo, en cambio, seguía a su predilecta que en medio .de tantas penas se consolaba con poder decir el Rosario y enseñar las oraciones a sus hermanitos.

Y aquel frío atardecer de febrero, en la Gruta de Massabielle le aparece entre nubes de oro rodeadas con luces de cielo.

            No era inútil la existencia de Bernardita; no era ella el alma que debía afanarse para alcanzar el cielo, que debía morir para dar fin a sus dolores.

            Mensajera de María, Bernardita debía vivir y anunciar al mundo el programa de misericordia y salvación que la Madre del Cielo venía a ofrecer.

            La Santísima Virgen prepara a Bernardita a la Misión que le quería confiar. Las cinco primeras apariciones miran casi exclusivamente a esta preparación.

            La Belleza y la Bondad de la mirada de María extasían a la joven Bernardita y la llenan de suave nostalgia. La Virgen la invita a la oración: señal de la cruz, Santo Rosario. La oración es el medio con el cual se corresponde a la gracia divina y se entra en contacto con Dios.

            La Virgen le quita toda duda. Acercándose con una dulce sonrisa responde a su invocación: “Si vienes de parte de Dios, acércate”.

            La Virgen, pide a Bernardita su libre consentimiento en la misión que quiere confiarle: “¿Quieres, le dice, venir aquí por quince días seguidos?”.

            Le asegura una recompensa real; “yo te prometo,- hacerte feliz, no en este mundo, sino en el otro”. Y la dulce, materna sonrisa convence a Bernardita de que la tal promesa no será una ilusión.

            La Santísima Virgen se muestra satisfecha de la fidelidad de la niña en venir a la Gruta y la reconoce digna de recibir grandes revelaciones.

            Finalmente le enseña una oración, única y especial para Bernardita; la cual, ésta nunca revelará y que debió ser la síntesis de cuanto le había enseñado. Bernardita recibe su oración y cada día la repetirá como expresión de su amor, como perenne éxtasis de unión con la bella Señora.

            Este es el mensaje personal de la Virgen a la joven Bernardita.

            Han pasado diez días, del 11 al 20 de febrero, Bernardita, es la misma niña pobre, ignorante, afectuosa y pía de antes, pero una nueva energía que la sostendrá en la vía que debe recorrer para enseñar a los otros cuanto aprenderá en las arcanas revelaciones de la Virgen, ha entrado en su corazón.

            Bernardita no es la única mensajera de la Santísima Virgen. Cada alma, y en particular cada alma consagrada al apostolado, es mensajera de María Santísima y de Jesús al mundo. Nosotros somos los heraldos de María.

 La Santísima Virgen nos prepara a la vida misionera.

            Un poco de cielo ha penetrado en nuestra alma, y hemos sentido las palabras de la Virgen: “¿Quieres venir? Te haré feliz en la otra vida, te comunicaré arcanas revelaciones. Siente mi presencia. Reza siempre”.

            La bella y buena Señora, fascinaba a Bernardita que sin conocerla aún, intuía venir del cielo.

            Nosotros también hemos tenido siempre la certeza de que Dios nos hablaba y a Él hemos escuchado.

            Nos hemos encontrado todavía débiles, enfermos, inquietos, pero do-minados por una nueva realidad que actuaba secretamente en nosotros y que los demás no podían comprender. Realidad irresistible, santa, sublime: la elección divina a la cual María nos venía preparando.

El mensaje de María Santísima al mundo

Oración y penitencia:

            Hasta aquella mañana del 21 de febrero, Bernardita había gozado de la presencia y de la sonrisa da la bella Señora. Ahora está lista para recibir las grandes revelaciones.

            En el éxtasis de la visión, se la vio avanzar de rodillas hasta la gruta, luego levantar las manos y palidecer notablemente mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos.

            Terminada la visión, ella misma contó cuanto había sucedido. “La Virgen Santísima, había retrocedido algunos pasos, y ella como sumida en profunda desgracia la había seguido de rodillas. Después la Gran Madre de Dios había levantado los ojos y con su mirada había abrazado toda la tierra con sus innumerables iniquidades y con su número inmenso de almas pecadoras. Su rostro se había puesto triste, melancólico como el de una persona afligida por gran amargura, mientras detiene con esfuerzo el curso de sus lágrimas. Bernardita, miró la aflicción de su Señora, y afligida también, le preguntó: “Oh Señora, ¿qué tenéis? ¿Qué debemos hacer?”. Y la Virgen con un acento de gran piedad le respondió: “Rogar por los pecadores... Besar la tierra por los que no cesan de pecar”.

            Desde entonces, no vio más Bernardita la sonrisa sobre el rostro de la bella Señora, sino una profunda tristeza. No hubo, desde entonces para la vidente, éxtasis de felicidad, sino transportes de dolor, lágrimas. Desde entonces Bernardita lloró mucho. Debe ser muy triste el espectáculo de las iniquidades de la tierra y la infeliz suerte de los pobres pecadores.

            Bernardita comenzó así la misión expiatoria en favor de los pecadores. Las visiones posteriores son una mezcla de dicha y de angustia, de dulce reposo y de espasmódico sufrir.

            En el mismo día se iniciaron las persecuciones de las autoridades civiles que culminaron con la firme prohibición de que Bernardita volviese a la gruta. Prohibición que fue confirmada por sus padres.

            El día siguiente, Bernardita, para no desobedecer no iría a la gruta, pero ya sentía como una fuerza interior que la empujaba hacia el lugar de las revelaciones. A hurtadillas, escapó hasta la gruta, pero la bella Señora no apareció. Bernardita, retornó a casa y explicó a su madre cuánto en aquel día le había sucedido. De ella obtuvo permiso para volver a Massabielle.

            El día siguiente, la bella Señora aparecía radiante y esperaba a su elegida.

            Éxtasis de dicha y de dolor, Bernardita cumple el acto de penitencia y de humildad, besando la tierra y caminando de rodillas. Luego, largo coloquio con la Virgen que le confía tres secretos que miran exclusivamente a Bernardita. Es el premio de la buena Señora por las penas pasadas, por la desilusión del día anterior. Preparación al mensaje que por su medio, la Virgen quería anunciar al mundo. Esta vez, Bernardita se entristece con la Virgen, y ofrece en espíritu de reparación sus penitencias.

            Ahora no debe quedar sola. Comienza a ser no solo víctima sino mensajera y por eso, volviéndose al mundo grita: “Penitencia, penitencia, penitencia” y llora mientras avanzando de rodillas llega cerca de la gruta y besa la tierra.

            Tres puntos de un programa que no solamente debemos admirar en la vida de Bernardita, sino que debemos vivir en nuestra vocación misionera.

            El triste espectáculo de la iniquidad de la tierra nos empuja a reparar con la oración y la penitencia, a dedicarnos totalmente al apostolado, seguros de que María nos acompaña aumentando con secretas comunicaciones nuestra unión con Dios.

            Oh Virgen Santa, revélanos los secretos arcanos de amor, de fidelidad, para que nos sostengan en las insidias y desilusiones que se nos presentan tan pronto nos encaminamos al sacrificio y al apostolado.

Perennidad de la presencia de María

            El pueblo sentía la presencia de la Virgen y se asociaba a la invitación de oración y de penitencia. Por eso, como para premiarle María perpetúa su presencia en Lourdes beneficiando así a la humanidad.

            Es por eso que María invita a Bernardita a lavarse en el agua de la fuente milagrosa en donde a través de los años tantas almas encontrarían allí el agua de salud y de vida.

            En las apariciones siguientes la Santísima Virgen manda a Bernardita, donde los sacerdotes con el mensaje especial de que se levante una capilla y de que se venga hasta la gruta en solemne procesión.

            La fuente, manantial de milagros espirituales y materiales, la presencia de Jesús en la procesión y en la Iglesia, la acción de María que inunda de gracias las almas de los miles de peregrinos, conserva a través de los siglos aquel ambiente de oración, de penitencia y de apostolado que forma el mensaje de Lourdes al mundo.

Para Bernardita el oficio de mensajera de la bella Señora la empujó siempre más en su misión de primera discípulo de María.
            Al sufrimiento físico agrega el sufrimiento moral. Bebe el agua sucia, y mastica la hierba de la gruta permaneciendo impasible a los gritos del pueblo que la tildan de ilusa, de impostora. Bernardita, sigue firme, nada la impresiona, nada la hace cambiar su decisión, valerosa cumple el deber que en la visión le fuera impuesto sin cuidarse del éxito inmediato de cuanto debe hacer.

            Doble, importante, esencial lección para cada apóstol: sufrir moralmente y alegrarse más del deber cumplido que del resultado que pueda obtenerse.

            Pero la bella Señora, no desampara a Bernardita; sobre ella continúa su protección de madre que la anima y sostiene con íntimos coloquios.

            La perseverancia es virtud difícil. “Reza, y haz penitencia por los pecadores”. “Sí” responde Bernardita. “¿Te cansa y te repugna besar la tierra y llegarte hasta la gruta de rodillas?” “No”, responde Bernardita.

            Afortunados los misioneros que saben escuchar la doble demanda de María y que a ella responden constantemente sí sin desmayar en el trabajo, sin retroceder en la consagración que hicieron. Afortunados aquellos que diciendo sí a la lucha, saben decir no al desaliento, no al cansancio, no a la seducción de una vida y actividad cómodas, no a las atracciones sonrientes del descanso.

            Bernardita no tenía ninguna duda de que la bella visión venía del cielo.

            Tampoco dudaron de ello los miles de peregrinos que se amontonaban en torno a la gruta ni los laboriosos constructores que después de jornadas fatigosas, trabajan con amor espontáneo en la preparación de los caminos que suben a la gruta. También el párroco con sus sacerdotes sentía la presencia de lo sobrenatural, aunque disimuladamente insistiera: “Diga su nombre, pruébelo. Haga florecer el rosal”.

            María Santísima premia su fe y revela su nombre: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta revelación no es solo una respuesta a cuanto se le había dicho y pedido, es el sello con que la misma Reina Celestial confirma la definición dogmática de su Inmaculada Concepción, hecha cuatro años antes por Pío IX.

            Así María agradece a la humanidad el público reconocimiento hecho a su Concepción Inmaculada.

            Con su mensaje de oración y de penitencia redime y rinde inmaculados a todos los hombres, también si son pecadores. Para todos sonríe, gracias a María, la esperanza de la eterna felicidad del cielo.

La respuesta de Bernardita a la Virgen

            Revelando el nombre de la bella Señora, Bernardita cierra su misión de mensajera de la Inmaculada, pero continúa viviendo su parte en la actuación del programa que la Reina del Cielo ha trazado a la humanidad.

            La parte que personalmente más la interesa, porque la llevará al cielo.

            Aunque el apóstol ordinariamente no cumpla su misión entre misiones y mensajes, cierto es, que hay en su vida períodos durante los cuales la influencia divina se siente más próxima, menos velada. Después, este fulgor interior, desaparece y la vida continúa como de costumbre, entre espinas y piedras por senderos iluminados tan solo por la antorcha de la propia fe que arde en el corazón.

            María Santísima quiso aparecer a Bernardita por dos veces más todavía.

            Los hombres habían levantado un obstáculo para impedir el ingreso a la gruta. Bernardita, llega hasta la orilla del Gave y desde ahí en rapto de amor alarga los brazos, los tiende hacia Ella exclamando: “Hela aquí. Sí, es Ella. Mirad cómo nos sonríe y saluda desde el obstáculo. Nunca la he visto así tan bella. Qué dulce es la Señora”. Esta fue la última visión.

            Aquel obstáculo puesto intencionalmente para impedir todo acceso a la gruta, representa la materialidad de la vida que en adelante la separará la bella Señora, pero que no le impedirá vivir en la atmósfera de amor de la visión celestial.

Su puerto. El buen Dios lo sabe.

            Los tres secretos revelados por la Santísima Virgen a Bernardita, ¿no habrán sido tres enseñanzas sobre el modo cómo debía recibir y comportarse en las apariciones?

            Inútil es discutir sobre tal asunto; pero debiendo nosotros reducir a esquema de vida el designio maravilloso de María sobre Bernardita, podemos imaginarlo.

            Bernardita con su sencillez y desenvoltura características, sabe encontrar su puesto en el intrincarse de actos y deducciones que se suceden después de las apariciones.

            Actos milagrosos y el celestial influjo de María atraen a Lourdes filas no interrumpidas de peregrinos que esperan afanosos la palabra decidida de la autoridad eclesiástica que proclamó: “Nosotros juzgamos que la Inmaculada Madre de Dios, realmente ha aparecido a Bernardita Soubirous”.

            Humildes peregrinos e ilustres personajes, laicos y eclesiásticos impulsados por la fe rinden a Bernardita su tributo de admiración y devoción arrodillándose a sus plantas pidiendo una bendición.

            Bernardita siempre sencilla y aureolada de humildad todo lo dirige a la gloria de la celestial visión. No la turba la sarcástica sonrisa de los incrédulos ni las complicaciones de pseudo visionarios que pululan en torno de la gruta. Tampoco las difíciles interpretaciones de los hechos con que tantas veces, civiles y eclesiásticos quisieron atemorizarla. Nada logra mover el pedestal de fe pura y sencilla sobre el cual se apoya.

            “No soy sabia para poder discutir. Ya os he dicho aquello que sucedió en la gruta. Examinad vosotros y determinad lo que se debe pensar”.

            Bernardita sabe aquello que debe concluir para sí misma: “Confianza y reposo en Dios”.

            “Esta agua que cura a otros ¿por qué no te ha curado?”.
            “La Santa Virgen quiere que yo sufra”.
            “¿Y por qué quiere que tú sufras?”.
            “Oh, porque tengo necesidad”.
            “¿Y por qué sólo tú tienes necesidad y los otros no?”.
            “Oh, el Buen Dios lo sabe”.

            Para cada uno de nosotros termina pronto el período de la vida en el cual el pensamiento está fijo delante de un sueño de esperanzas y promesas.

            Pronto somos envueltos en el hilo sutil, pero tenaz de nuestros actos, de las responsabilidades que nos han sido encomendadas, de las resoluciones que hemos de tomar... El pasado no se destruye, el presente es aquello que es, y el futuro una consecuencia del pasado. Cada uno de nosotros se encuentra siempre así individualizado, rodeado de obstáculos, de dificultades.

            Entonces es cuando debemos saber escoger la vía por la cual María Santísima quiere llevarnos al cielo.

            También para nosotros: confianza y reposo en Dios, especialmente cuando nos damos cuenta de ser volubles, inquietos, presumidos, orgullosos, negligentes, inhábiles, descontentadizos.

            La vía de los otros nos parece siempre la mejor. Cuántas veces pensamos que si Dios solicita algo de nuestra mezquindad debiera habernos hechos distintos, puestos en caminos diferentes y colocados frente a un futuro pleno de esperanzas.

            Todas, divagaciones inútiles y dañosas. Todo podemos hacerlo no so-lamente bueno sino óptimo tomándolo desde un aspecto espiritual que valorice nuestra vida. Nos basta para ello: querer, creer y confiar en Dios.

            Dios ha preparado nuestro puesto en la tierra, y la senda que hemos de recorrer para llegar al cielo.

            Todos los por qué tienen una respuesta si sabemos concluir: “El buen Dios lo sabe”.




Su vida. “Dios me queda y él me basta”

            ¡Qué diferencia entre la sencillez estática de Bernardita en su unión con María y aquel genuino formulismo de que pensamos debe revestirse la perfección religiosa! Bernardita en el convento debe seguir su ideal de santidad en una forma aparentemente fría, esquemática si se piensa que ha vivido ya por varios instantes la plenitud y la espontaneidad de lo divino.

            ¿Cómo comprender y valorizar las enseñanzas de maestras buenas, pero personalmente caracterizadas, limitadas, después de haber escuchado las sublimes enseñanzas de la Buena Señora, que sin violencia, sin limitación alguna unía a Dios aquello que había encontrado en el alma de la niña?

            ¡Cómo se sentiría Bernardita que tenía secretos que guardar, cuando su corazón sencillo e ingenuo revelaba cándidamente aquello que debía esconder 1 Bernardita no pierde nunca la paz, se humilla, obedece, se adapta a la vida común y acepta con profunda sencillez la obra de sus maestras.

            Cuánto hubiera sufrido ella, tan sensible, al ser juzgada susceptible; ella tan obediente si alguna vez se le considerará obstinada. ¡Cuántas veces repetiría la oración de la Virgen que ella sola conocía!, ¡y cómo después de revivir aquellos éxtasis de amor bajaría la cabeza y continuaría fiel a sus deberes, consolándose con lo que ella misma un día aconsejara a una de sus cohermanos: “Pasad, pasad pobres criaturas. Dios me queda y Él solo me basta!”.

            Importante lección. Hay en cada uno de nosotros algo de personal, de propio y característico a lo cual no podemos renunciar, Este algo, puede ser un lado bello, meritorio para nosotros y para los demás si sabemos desenvolverlo a la luz de la gracia que viene de Dios. Este algo, puede ser también causa de perdición para nosotros mismos y tormento para los demás si con él sólo satisfacemos nuestro orgullo, nuestra susceptibilidad.

            Oh María! Enséñame a conocer en mí aquello que viene de Dios. Dame bondad y fuerza para usarlo en unión con mis hermanos para la común y única satisfacción de todos.

Su fidelidad generosa. “Haré todo por el cielo”

            La esencia del mensaje de María en Lourdes: “Rezad, y haced penitencia por los pecadores”.

            Bernardita, en su breve e intensa vida mortal lo ha actuado totalmente.

            Segura de que la tierra está inundada de pecadores y convencida firmemente de que también ella era una pecadora: cree en el dolor que el pecado causa en el corazón de la bella Señora y en la suerte infeliz que espera a cuantos en él persisten.

            Generosa, ofrece al Señor lo poco que ella puede ofrecer: esfuerzo en el estudio, esfuerzo en la perfecta observancia de su vida religiosa, esfuerzo en el soportar los dolores físicos y morales consumiéndose como holocausto en aras de amor.

            Esta es la respuesta de Bernardita al mensaje de María.

            Desde Lourdes, la Santísima Virgen sigue atrayendo a los hombres con gracias y milagros pero especialmente con el influjo celestial de fe y de espiritualidad. El agua de Lourdes corre aún, sanando los cuerpos y lavando las almas. Bernardita, lejos de la gruta, en el silencio del claustro, se extiende sobre su cruz y con su ejemplo más que con la palabra continúa repitiendo: “Penitencia, penitencia, penitencia”.

            La vida no es igual para todos. También entre los mismos misioneros hay destinos diversos; pero para todos hay una fórmula de identificación común: ofrecer a Dios la vida y el trabajo para salvar las almas.

            Los largos años de estudio y de preparación; la adaptación a la vida Misionera con sus exigencias lingüísticas y costumbristas, con sus afanes, fatigas y desengaños, los muchos años de labor, o las largas horas de enfermedad que nos rinden inhábiles y que nos acercan a la tumba: todo, todo tiene un fin: ser nuestra respuesta a la invitación y a la elección de María: Rezad y hacer penitencia por los pecadores.

            El dinamismo de una actividad no interrumpida, la cotidiana preocupación por los problemas, la sistematización de situaciones, etc., tienen valor solo si son reflejo del ansia de salvación eterna para todo el mundo.

            La primera exigencia es salvar nuestra alma; por eso, la misma Santa Virgen nos recomienda vivir en gracia de Dios: “Ve a la fuente, bebe y lávate en sus aguas”. Sin la gracia, algo puede hacerse en favor de los demás, pero nada para nuestro propio provecho. Dios quiere ser glorificado primero en nuestras almas, después exige la salvación de los demás.

            Esta fue la preocupación inmediata de María Santísima por Bernardita y es su preocupación por cada Misionero. Ella nos espera en el Cielo, por eso nos ha mostrado algo de celestial sobre la tierra al darnos la preciosa y bella vocación Misionera. Los destinos son distintos, pero el camino para ir allá, al paraíso, es siempre el mismo, común a todos: Evitar el pecado.

            A Bernardita se le preguntó: “¿La Santísima Virgen te ha dicho lo que debías hacer para ir al cielo?”. “No, ya desde antes lo sabía. No era necesario”, respondió la niña.

            La gracia será la luz que iluminará nuestra vida y la antorcha que la rendirá útil para los demás. Tengamos constancia, perseveremos, aceptemos y valoricemos todos los acontecimientos, situaciones y circunstancias de la vida para atraer frutos de salvación sobre las almas.

            María Santísima manifestó por Bernardita la misma predilección especial que manifiesta por cada misionero. Las manifestaciones de esta preferencia mariana las tenemos en aquella suave inspiración a una vida perfecta, en aquel dulce anhelo de santidad, de apostolado.

            Bernardita, respondió sí a todos los deseos de María con el heroísmo de sus virtudes. Con qué amor y ansia materna, María Santísima espera también del Instituto y de cada uno de nosotros, aquella misma respuesta en el esfuerzo cotidiano de hacernos mejores, de rendirnos más útiles, de ser santos.

            Bernardita en Lourdes cerraba el ciclo de las apariciones con un éxtasis beato, contemplando a la dulce Señora: “Nunca la he visto así tan bella”.

            Bernardita cierra su existencia terrena en Nevers con el tormento de una agonía confortada únicamente con el pensamiento de contemplar pronto la belleza y la gloria de Nuestro Señor de quien la Virgen le ha dado clara idea. “La ha visto... tan bella... Cómo tiene prisa de verla nuevamente”.

            Los últimos días de Bernardita nos indican precisamente la vía de la perseverancia en el servicio de Dios: entre luchas y tormentos, sólo nos debe confortar la esperanza en los méritos de Jesús y el amor a María Santísima.

            “Tengo miedo... he recibido tantas gracias, y cuan poco he aprovechado de ellas”.

            “Vete Satanás... Vete Satanás”. “Jesús mío, tú sabes cuánto te amo”.

            “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora..., pobre pecadora...”

            Bernardita cierra sus ojos a la vida terrena temblando y rezando, para abrirlos beata en la paz y en la gloria porque ha realizado su programa: “Haré todo por el cielo... Encontraré a mi Madre Celestial con todo el esplendor de su gloria”.

            En el ansioso andar y fatigar de nuestra vida y del desarrollo del Instituto, sentimos tu presencia, oh Madre Celestial.

            A Ti, oh María, se abren los corazones inocentes de los pequeños estudiantes de nuestras escuelas: llénalos de santo entusiasmo por la belleza que en Ti, Inmaculada, tiene plenitud de perfección.

            A Ti, oh María, miran los jóvenes clérigos de nuestros seminarios: revélales tu celestial bondad para que te sigan, Corredentora de los hombres.

            A Ti oh María, se consagran los nuevos sacerdotes y religiosos: hazlos tuyos, a fin de que en Ti encuentren siempre la energía para trabajar, para orar, y para sacrificarse por las almas.

            A Ti, oh María, confían los misioneros sus penas y esperanzas: ayúdalos a llevar la pesada responsabilidad de su labor.

            A Ti, oh María, recurren los apóstoles ancianos de tu Hijo: confórtalos con el recuerdo de tantas batallas ganadas en tu nombre y con la visión de un prometedor desarrollo del Instituto y de las misiones.

            A Ti, oh María, aclaman Reina, miles de fieles que tus misioneros han llevado hasta tus plantas: sostenlos en la fe y conviértelos en germen de nuevos cristianos.

            La oración, y los homenajes que del Instituto y de las misiones se elevan en este año jubilar a la Virgen Inmaculada obtengan al Instituto la gracia de continuar siendo aquello que quiso fuese el veneradísimo Padre Fundador: Crisol de apóstoles santos y amantes de María para la evangelización del mundo.

            El amor a la Madre Celestial refuerce la caridad fraterna que nos une y que nos hace más firmes en la vocación y generosos en la total entrega al Instituto y al apostolado.

Padre Domingo Fiorina, I. M. C.
Superior General del Instituto de Misiones de la Consolata, Turín, Italia.


Tomado de la  Revista Regina Mundi

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