jueves, 11 de julio de 2013

Oración de Consagración de Colombia a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá por el Presidente, teniente general Gustavo Rojas Pinilla. Bogotá, diciembre 8 de 1954.
        
En el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción que solemnemente clausura el Tercer Congreso Mariano Nacional, como presidente de Colombia y ferviente católico, consagro la República a la Santísima Virgen.

Una vez más la patria proclama su realeza con firme voluntad de continuar bajo su maternal dirección. A esas insignias imperiales del cetro y la corona de los humildes en comunión espiritual, agrego hoy, interpretando el querer de mis conciudadanos, la Cruz de Boyacá, que ha sido suya desde aquel luminoso día de 1586, cuando por renovación milagrosa se acercó más a nosotros, al aparecer resplandeciente sobre el lienzo horadado y maltrecho, para fijar su definitiva morada en los fértiles valles de Chiquinquirá, a donde llegan desde entonces en desfile no interrumpido, gentes de todas condiciones y clases, a dejar en su corazón de Madre angustias y esperanzas.

Con profunda devoción me uno al fervor del pueblo, para implorar del Altísimo por conducto de tan excelsa mediadora, la protección divina para gobernantes y gobernados, a fin de que los primeros sean probos, efectivos y diligentes en el concepto y aplicación de los postulados de paz, justicia y libertad, y para que los segundos, en homenaje a todas las madres colombianas que desde la cuna nos enseñan a pronunciar con veneración y cariño el dulce nombre de María, en sincero acto de contrición, olviden las injurias y calumnias de que hayan sido víctimas y perdonen a los enemigos que por hacerles mal, sacrifican tan impía e implacablemente a la patria.

Que ella como Señora y Madre vigilante, aparte de nuestro suelo el comunismo que amenaza a las creencias y corrompe la nacionalidad, haga imparciales las conciencias de los jueces, apacigüe las ansias demasiadas de fácil enriquecimiento que llevan al peculado, mantenga vivo el sentimiento del deber para evitar el despilfarro de los dineros públicos, extinga en el piélago del amor de Cristo los odios fratricidas, detenga el golpe artero que vaya a terminar con la vida de nuestros semejantes y conserve siempre firme y ejemplar la unión de las autoridades civiles y religiosas, para bien de Colombia.

Que en su infinita bondad y misericordia, impida que se borren de  nuestra memoria las sangrientas enseñanzas que dejó la violencia política, y que no se olvide que nos cubre la misma bandera y nos ampara el mismo cielo.

Que en su bienhechora sabiduría, ilumine a las inteligencias de quienes orientan la opinión pública y tienen a su alcance los medios hablados y escritos para divulgar el pensamiento, a fin de que no se equivoquen en la interpretación y alcances de los derechos humanos que, explotados demagógicamente con estrecho criterio materialista se conviertan en amenaza social, y, ajustados a los preceptos cristianos y deberes recíprocos, son fuente de paz y garantía verdadera de la convivencia nacional.

Y como Madre de Dios y Reina de los mortales  haga de nosotros buenos ciudadanos, fieles a los mandatos de la Iglesia católica, y respetuosamente de sus legítimos representantes, para que tranquilos de conciencia, esperemos la hora de la muerte y el fallo justiciero de nuestros actos en la eternidad.

El Creador nos dio una tierra compendio de toda hermosura, emporio de todas las riquezas, venero de todas las posibilidades. La Santísima Virgen María nos asistirá para que aprovechando esos dones, se levante el nivel de vida del pueblo y no quede un solo colombiano sin educación, sin techo y sin pan. Así sea.


Tomado de la revista El Voto nacional, enero de 1955.

No hay comentarios:

Publicar un comentario