jueves, 18 de julio de 2013

“…Reina de Colombia por siempre serás…”


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica Colombiana

Los Paramillos de San Juan, esas lluvias repentinas y pasajeras que caen a fines de junio, ponen en alerta el alma nacional. Es el tiempo del bambuco y la guabina. Es la hora de pagar las promesas, alistar las mandas y los guámbitos para presentarlos ante la Patrona, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

El tropel de necesidades y bendiciones rememoró sus costumbres. El jueves, 4 de julio, en Choachí (Cundinamarca) una prole devota salió a pie para recorrer los 187 kilómetros hasta el santuario mariano. A ellos se unirían los de Sutatausa (Cundinamarca), acompañados por la madrugada del domingo 7. En las rutas se encontraron con los caminantes de Boyacá que no olvidaron la totuma para la chicha ni el tiple redentor. La romería desató su fuerza atávica para inundar las viejas trochas con el paso apasionado de una infantería de titanes. 

El contingente de promeseros, movidos por el llamado de María, colmó de gozo las sendas, los ríos, las carreteras y las aerovías. Nativos de Chocó, Bolívar, Nariño, Santander, Tolima, Valle y Casanare,  entre otros, cumplieron una cita con la gracia.

Esa tradición surgió cuando sus bisabuelos fueron testigos de la coronación de La Chinca. Los mayores participaron en un multitudinario acontecimiento que destrozó las rejas de hierro que custodiaban a la estatua de Bolívar en la Plaza Mayor. El 9 de julio de 1919 escribió en el corazón de los de ruana, con tintas de aguacero bogotano, la razón de un reinado celestial.

El cielo, otra vez, les recordó la hora del gran retorno con una lluvia pertinaz. La logística institucional para cubrir las necesidades de los andariegos también estaba avisada y lista. En la Capital Religiosa de Colombia, los padres dominicos soportarían el peso de los pecados y de las esperanzas.

El atronador pasitrote de los romeros despertó a los gallos porque querían estar de primeras en el confesionario. La prisa fue recibida con acogida de lujo. El obispo emérito de Magangué, Leonardo Gómez Serna, O.P., se sentó a confesar a las cuatro de la mañana en la Capilla de la Reconciliación.

La bendición del prelado les permitió a los penitentes rescatar su pulcritud moral de la oscuridad del yerro. El sacramento hizo que los forasteros sonrieran satisfechos cuando los polvoreros rompieron el amanecer con el tronar de sus voladores encendidos en amapolas de fuego. En ese primer minuto, de las cinco de la mañana, la alborada se fue por entre la trayectoria de un fulgor incandescente.

La ciudad iluminada mostró la invasión de un ejército de patriarcas cuyos rostros ajados parecían hechura de los alfareros de Ráquira. En sus calabazos olía a toronjil, agua de panela, leche de ordeño, masato fermentado, guarapo y aguardiente tapetusa para el brindis democrático. El perfume de la tierra ardió sobre el vigor religioso de una mansedumbre labriega. La Nación de los poetas y los desvaríos se sosegó bajo el delicioso encanto de postrarse ante el altar de la Patria. Para muchos, cesó la horrible noche.

El martes 9 de julio de 2013, se abrió feliz a los festejos de la celebración oficial de los 94 años de la coronación de Nuestra Señora en su advocación del Rosario de Chiquinquirá.

La Capilla de la Renovación soltó sus campanas al vuelo para anunciar una etapa de profundo significado.

La anarquía se volvió disciplina y el espacio público se ocupó con el cuidado del esmero. Las procesiones uniformadas avanzaron seguidas por los fieles que apretaron sus camándulas de tagua en un salterio victorioso ante la voluntad del Eterno.

La réplica del lienzo original de la Virgen de Chiquinquirá comenzó a moverse. Anduvo como antaño, sobre los hombros de los varones boyacenses. Su señorial porte, adornado con una bandera tricolor tejida de flores amarillas, azules y rojas se ganó el aplauso del sentimiento glorioso.

Un desfile monumental precedido por el turiferario, los frailes dominicos y los pendones, abrió la procesión. Los participantes  abarcaron cuatro cuadras antes de conectarse con una multitud aglomerada entorno de los cargueros.

La marcha apretujada logró romper la dinámica del estrujón. La  gigante manifestación se adaptó al sendero de las calles de la Villa de los Milagros. Los Legionarios de María portaron sus estandartes con marcial humildad. Atrás, seguían los señores obispos que caminaban entre su grey al singular compás de su empuje apostólico.

Las religiosas inclinaron sus cabezas junto a los clanes agrupados por sus tradiciones al abrigo de sus devociones. Los militares se mezclaron entre la masa apretada para prestarle guardia a la solemnidad embriagante del ambiente. Los músicos callaron ante el estruendo vociferante de un parlante enorme instalado sobre un automóvil para transmitirles las oraciones al gentío. Los foráneos participaron asombrados de ver el movimiento ordenado de las gentes unidas por la nobleza histórica de su santuario.

Los cargueros gastaron treinta y cinco minutos en el corto trayecto del parque Julio Flórez a la Plaza de Libertad. Allí se ajustaron nuevamente los espacios hasta colmar cada rincón con un romero a manera de lámparas votivas. La Patrona contemplaba a sus hijos reunidos bajo el amparo de su manto tutelar. Las andas quedaron bajo custodia de la Policía Militar.

A las 11:15 a.m., el arzobispo de San Luis Missouri (USA), Robert J. Carlson, se preparó para concelebrar la misa en compañía del obispo de Chiquinquirá, Luis Felipe Sánchez Aponte, y monseñor Leonardo Gómez Serna, O.P.

Desde la tarima, el maestro de ceremonias presentó al Movimiento Juvenil Internacional Dominicano con sus delegados de Italia, Haití, Brasil, México, Filipinas, Aruba y Canadá. La aglomeración escuchó saludos en inglés, francés e italiano. El don de lenguas hizo de la urbe un lugar de oración en la conciencia mundial.

Al final de las escalinatas, comenzó a aglutinarse el conjunto de aproximadamente unas 50.000 personas que seguían atentas los oficios. Las sombrillas, los paraguas, las pañueletas, las mantillas y las gorras se ajustaron para cubrir las cabezas. Un sol canicular por ratos rompió los nubarrones grises con sus calores cundiboyacenses. El encuentro no contó con el patrocinio de una luz ambiente propicia para la fotografía.

Entre los feligreses se vivía una situación de mística incomodidad. Algunos venerables ancianos, de rancia estirpe calentana, dejaron a sus consortes sin las sillas Rimax. Ellas las trastearon en sus delicadas espaldas y ellos las usaron para descansar a pierna suelta. El patriarcal machismo fue atenuado por unos abuelos que se turnaron las bancas plegables de madera marcadas en letras negras con el nombre de la Reina Morena. La mayoría de los asistentes estuvieron de pie. Dos mujeres permanecieron de rodillas durante toda la Eucaristía sin inmutarse. Las yertas baldosas soportaron su impecable sacrificio bajo el amparo del humilde anonimato.

Entre la concurrencia orante circulaba el comercio con sus costosas promociones. Una niña, vestida con el traje de su primera comunión, ofrecía los banderines estampados con la figura de la homenajeada. Los vendedores de ocasión feriaban el disco compacto en forma de recordatorio por mil pesos. Junto a ellos pasaban los aguadores con sus tarros plásticos, cansados y sedientos. La rutina del mercadeo la cambiaron los miembros de la Librería Paulinas al donar separadores de páginas ilustrados con una oración a la Virgen de Chiquinquirá.

La homilía, de brillante sermón sobre la familia y la fe, culminó de forma oportunamente pastoral porque los miembros de la Cruz Roja entraron en acción. Los socorristas atendieron a una víctima del bochorno, el guayabo, el trasnocho, el ayuno y sabrá Dios que más síntomas agitaban al pálido personaje en trance de desmayo.

El ritmo litúrgico renovó sus bríos para su segunda parte.
Los visitantes apiñados respondían con júbilo cuando las circunstancias lo requerían. Eran un solo cuerpo en electrizante movimiento de brazos en alerta sobre el agobio. Especialmente cuando la procesión de ofrendas fue acompañada por los acordes musicales de la guabina chiquinquireña.

Los sacerdotes, los frailes y los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión se injertaron entre la muchedumbre para llevar el Pan de Vida.
Antes de la bendición final, media docena de jóvenes seleccionados para participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, recibieron una medalla de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para portarla en el pecho como emblema de su nacionalidad. Momentos después, se otorgó la indulgencia plenaria, regalo del Año de Fe. La misa campal terminó a las 12:45 p.m.

El alcalde del municipio aprovechó el tumulto para agradecer, pero la muchedumbre desapareció del lugar. La forma humana en cohesión se desvaneció en desbandada. En un lapso de 10 minutos la plazoleta estaba vacía. Las calles, los hoteles, los restaurantes y los barrios modernos recibieron el reingreso de los visitantes a sus puntos de partida. La fiesta no se acabó sólo se transformó. La Basílica volvió a abrir sus puertas para oficiar las celebraciones, pero en horario dominical. La acción sorprendió a una familia de Zipaquirá que entró a rezar el rosario y la recibieron con la frase: “La paz sea contigo”.

Los raizales reposaron el almuerzo en las cafeterías ubicadas en el centro histórico. En esos lugares, tan acogedores, se escuchaban charlas informales sobre la Santísima Virgen María. Los ponentes ilustraban a sus contertulios con interesantes conceptos nacidos de la piedad popular. Si ese bagaje cultural, lanzado a la deriva de las mesas, se pudiera llevar a la academia habría un torrente de Mariología para nutrir a los seminarios y universidades.

Los promeseros hablaron de la Virgen María con la propiedad de un concilio ecuménico. Así se sostuvo la tradición sobre el pedestal de la verdad. Allí no se cambió el magisterio de la Iglesia por opiniones feministas de sesgado tinte antropológico que manchan a la teología con sofismas de pupitre. Simplemente se discutió sobre unos conceptos que bordaron el anagrama de María sobre el telar de la clemencia católica.

La cátedra se almacenó en las remembranzas porque el amigo de este cronista, Marco Suárez, recordó las andanzas de su abuelo Lisandro en la vereda de El Quiche. Él, en el año de 1955, ejecutó una ronda diaria por las casas campestres con un cuadro de la Virgen de Chiquinquirá para restaurar la armonía en los hogares del sector. Curiosamente, algo similar anunció la Conferencia Episcopal Colombiana. La institución hará una peregrinación por el río Grande de la Magdalena, entre el 8 de septiembre y el 8 de diciembre. El periplo fluvial recorrerá desde La Dorada hasta Barranquilla para unir al país en una oración por la paz.

Ese plan ya se tejía con las camándulas de los parroquianos que seguían ingresando al templo para dejar sus “milagros”, figuras de cera, fabricadas por docenas para acreditar los favores celestiales ante la Virgen Madre. El testimonio de agradecimiento aún molesta a ciertos religiosos por considerarlo un ritual de idolatría. Los clérigos se olvidan de que las bendiciones son patrimonio del Altísimo y muchas son parte de la historiografía. La edición del periódico Veritas nro 3174 (de ese día) publicó dos beneficios recibidos contra la lógica de la sapiencia humana.

Mientras las sombras del intelecto y del atardecer se inclinaban ante el primer santuario de la América del Sur, los últimos viajeros fueron a visitar el Pozo de la Virgen para redactar sus mensajes en un cuaderno donde consignaron la gratitud embriagante de un suceso integrado a sus raíces ancestrales.

En ese sacro recinto se emitía, por circuito cerrado de televisión, un video con datos un tanto errados sobre la historia del lugar. ¿Sería por eso que los peregrinos salieron apresurados en busca de un confesor? No se supo. Lo cierto es que a las 4:35 de la tarde aún se hacía la fila para reconciliarse con Dios. Habían pasado más de 12 horas de continua predicación dominicana para limpiar el neuma del estigma de la transgresión. Lo cual ratificó las palabras de doña María Ramos, en 1586: “pues sois de los pecadores el consuelo y la alegría, oh madre clemente y pía, escuchad nuestros clamores”.

El sol anunció en el horizonte un resplandor de suspiros incandescentes, sin prisa ni final. El trajín continuaría con su labor  diaria. El peregrinaje parece eterno. Sólo se incrementará en cifras desproporcionadas, en octubre y diciembre, cuando se volverá a hablar en los caminos precolombinos de la gran romería.

Al término de la jornada, los atafagos del regreso se impusieron En la terminal de transportes, una anciana encorvada apoyada en un bastón metálico buscó a una operaria porque dejó olvidado un paquete de sacramentales en el baño. La funcionaria le sugirió contactar al encargado de las cámaras de seguridad para saber quién recogió las pertenencias.

La matrona se alejó para mascullar sus jaculatorias, repletas de una tristeza resignada. El resto de sus quejas se las tragó la parábola del retorno a su morada. Lo dolorosamente gratificante es que la octogenaria nana viajó íngrima para felicitar a la Virgen de Chiquinquirá en su nonagésimo cuarto cumpleaños como Reina de Colombia. 





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