jueves, 31 de octubre de 2013

¿Cuál fue el coronel que blasfemó contra Nuestra Señora de Chiquinquirá en la batalla del Pantano de Vargas?



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica de Colombia

La pregunta surge del discurso de fray Francisco Mora Díaz, O.P.,  leído el 9 de julio de 1944  junto al Capitolio Nacional, en las Bodas de Plata de la coronación de la Virgen de Chiquinquirá como Reina y Patrona de Colombia.

El fraile afirmó: “…Bolívar se postró ante la Virgen del Rosario de Tutazá pidiendo su auxilio en la jornada que iba a principiar, y en la que casi perdida la batalla del Pantano de Vargas, acudió a la misma Señora; amenazó a un coronel que blasfemaba contra la Virgen de Chiquinquirá, con fusilarlo por la espalda si continuaba atacándola…” (Cf. Fray Mora Díaz, O.P. Historia de los santuarios marianos de Colombia. Tomo I. Talleres gráficos Mundo al Día, 1950).

Para intentar resolver el misterio sobre el in suceso mariano es importante recordar que el pantano era parte de un angosto valle ubicado a cinco kilómetros al oriente de Paipa (Boyacá). Por allí pasaba una quebrada que le dio el nombre al formar con sus aguas desbordadas, grandes y peligrosos tremedales. En ese sitio, gracias a la genialidad bolivariana, unas tropas formadas por llaneros, labriegos y soldados que representaban a las Provincias Unidas de Nueva Granada, la República de Venezuela y la Legión Británica luchaban por salir de ese berenjenal para enfrentar a la Tercera División del Ejercito Expedicionario Español, ubicada en los sitios del Picacho y el Cangrejo, terreno seco y  alto.

Lo apurado y crítico de la situación permite vislumbrar que el momento no era el indicado para entablar una compleja conversación sobre táctica y estrategia.

Entendido el problema militar, vale preguntarse qué motivó el insulto a La Chinca. La respuesta debe surgir de aquel caos hecho emergencia. Es posible que entre los azorados campesinos reclutados a última hora en las veredas cercanas, para cubrir las bajas causadas por el paso del Páramo de Pisba y de las acciones de Gámeza, Tópaga y Corrales, algunos conscriptos aterrados ante el empuje de los Húsares de Fernando VII, invocaran a la Patrona con la tradicional jaculatoria: “¡Virgen de Chiquinquirá, amparadnos!” Esa súplica, voceada entre las filas, sacó de casillas a un desmontado coronel de caballería enardecido por ver como se perdía la justa. La frustración se desahogó con irrepetibles imprecaciones. En la escuela de la guerra a muerte no había espacio para la piedad cristiana.

El meollo del asunto se complicó porque las historietas de academia, tan amantes de fabricar ídolos grecorromanos sobre la alpargata muisca, no dicen nada sobre el tema. Sin embargo, las palabras del dominico, documentadas para una ocasión trascendental, y lanzadas frente a un conglomerado de conspicuos representantes del gobierno liberal tienen una grave acusación contra un alto mando del Ejército Libertador.

El mutismo institucional ratificó la aseveración del vehemente predicador. Pero el punto clave siguió sin resolverse porque en el famoso enfrentamiento estuvo un puñado de comandantes que ostentaron los grados de Teniente Coronel y Coronel Efectivo.

Entre los más destacados aparecen, en orden aleatorio: 1. Juan José Rondón Delgadillo (venezolano). 2. Lucas Carvajal (venezolano). 3.  Leonardo Infante Álvarez (venezolano). 4. Diego Ibarra (venezolano). 5. Bartolomé Antonio de la Concepción Salom (venezolano). 6. Antonio Obando (colombiano). 7. Ambrosio Plaza (venezolano). 8. Justo Briceño Otálora (venezolano).  9. Manuel Manrique (venezolano). 10. Ramón Nonato Pérez (¿venezolano?). 11. José la Cruz Carrillo (venezolano). 12.  Antonio Morales Galavis (colombiano). 13. Arthur Sanders (irlandés). 14. James Rooke (irlandés). 15.  Hermenegildo Mujica (venezolano). 16. José Florencio Jiménez (venezolano). 17. Pedro Fortoul (colombiano). Son 12 venezolanos, 3 colombianos y 2 irlandeses.
  
Difícil determinar cuál pudo ser el impío, pero la estructura de la hipótesis ordena reducir la muestra con base en lo expuesto por el  padre Mora. Él sitúa al irreverente muy cerca de Bolívar, es decir en la retaguardia, donde a pesar del fragor de la contienda lo puede escuchar y amenazar. Eso reduce la cantidad a ocho sujetos y a cuatro si se omiten los oficiales del Estado Mayor que debían estar ocupados en buscarle una salida a la debacle con cierta cortesía militar. Entonces, las probabilidades de hallar al responsable simplemente aumentan.

Los restantes sobresalen por estar sus nombres inscritos en las páginas del heroísmo, Rondón, Carvajal, Infante y Mujica. Ellos cargaron, por orden de Bolívar, desde la zona de reserva hasta la línea enemiga para convertir la derrota en una victoria a favor de las armas neogranadinas.

Juan José Rondón, el paladín de la caballería, se descartó por lo dicho en el punto dos de su testamento de 1822, poco antes de morir: “…Es mi voluntad que se diga por mi alma a intención veinte misas a Nuestra Señora del Carmen y otras tantas a la Pura y Limpia Concepción por la limosna de ocho reales cada una…” (Cf. Mayor Roberto Ibáñez Sánchez. Coronel Juan José Rondón. Imprenta Fuerzas Militares. 1972). Un hombre mariano no es un blasfemo.

Lucas Carvajal, el llamado León del Pantano de Vargas, demostró ser una lanza de temple guerrero sin igual como para estar vociferando injurias contra la Madre Dios. Su comportamiento en vida no se ajustó al de un soldado imprudente.

“…La gloria del Pantano de Vargas pertenece al coronel Rondón y al teniente coronel Carvajal, ambos de los llanos de Venezuela; a ningún otro se le concedió sino a ellos en aquel glorioso día el renombre de valientes…” (Cf. Francisco de Paula Santander. Escritos biográficos, 1820-1840. Biblioteca de la Presidencia de la República, administración Virgilio Barco. Bogotá. 1988.).

Quedan dos cuadros para tratar de esclarecer la identidad del presunto culpable, Mujica e Infante. El primero, silencioso y humilde, prefirió el anonimato del cuartel. El segundo es su opuesto. Es un afrodescendiente bullanguero, arrogante y amante del tropel.  Este personaje llama la atención porque sus habituales escándalos de faldas, chicha, verdades y bochinches fueron vinculados con un crimen de camorrero. Aunque el verdadero delito del coronel Leonardo Infante fue abrir su bocota muy cerca del oscuro despacho de Santander. Infante, conocido con el mote de El Negro, tenía dentro de su temperamento salvaje el vicio de vociferar epítetos denigrantes contra lo divino y lo humano porque se ufanaba de sus hazañas de coraje legendario en las Queseras del Medio.

Sobre su comportamiento dice el conspirador septembrino, Florentino González, en sus Memorias: “…Baldado de una pierna por una herida en Pasto vivía este coronel en Bogotá con tres o cuatro bravos, y pasaba con ellos el tiempo en groseras diversiones, y en aterrar a la gente del barrio de San Victorino, en donde habitaba, con las tropelías que cometía en las zambras nocturnas que armaba de continuo…”

El coronel Leonardo Infante fue acusado del asesinato del teniente Francisco Perdomo. El proceso, legalizado por las tinterilladas del señor Francisco de Paula Santander, hizo que la corte marcial profiriera sentencia condenatoria. Infante fue fusilado en Bogotá, el 26 de marzo de 1825.

Constancio Franco Vargas en su libro, Rasgos biográficos de los próceres y mártires de la Independencia, escribió sobre Infante un párrafo que curiosamente pareciera ratificar el castigo divino obtenido por causa de sus denuestos en el Pantano de Vargas: “…Concluida la campaña del Sur, volvió a la capital de Colombia, en la que fijó su residencia y en donde se le esperaba la triste suerte de lavar con su sangre las horribles gradas del patíbulo, ese andamio infame condenado por la moral y la filosofía cristiana…”


En síntesis, esta teoría protesta por uno de los tantos vacíos históricos que atormenta la memoria de la Patria. Si fue el coronel Leonardo Infante el blasfemo del 25 de julio de 1819, el silencio estatal lo encubrió con su vergüenza cómplice.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario