miércoles, 7 de mayo de 2014

Presencia del Espíritu Santo en la Santísima Virgen María






Pbro. Padre José Manuel Tobar C.
Sociedad Mariológica Colombiana


La relación Espíritu Santo – María, es objeto desde hace tiempo de un clamoroso descubrimiento.

No obstante el binomio Espíritu Santo – María, contiene en sí una ineludible carga de dificultades. Además del “filioque” y del problema de la procesión del Espíritu con los orientales.

María es también objeto de un contencioso entre católicos y protestantes, muchos de los cuales continúan viendo en la doctrina mariana una síntesis de todas las herejías católicas.

Algunos por su parte como en el lema: “A Jesús por María”, se omite indebidamente el papel del Espíritu Santo se pretende aquí destacar el papel de María en la vida de la Iglesia, en la comunión de los santos y en la historia de la salvación operada por Cristo. Pero se descuida el papel fundamental del Espíritu en la santificación de las almas tal como se desprende de la escritura que habla del camino “al Padre por Cristo en el Espíritu”. (cfr: Ef 2,18, Gál 4,6, Tit 3,6).


Los autores sagrados han dado indicios para la comprensión de la relación entre el Espíritu Santo y María, sea en los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, sea en el relato Lucano de Pentecostés.

En Mateo 1, 18 se lee: - Estando desposada su Madre, María, con José, antes de que cohabitasen, se halló que había concebido por obra del Espíritu Santo y poco después (1,20) el ángel del Señor dice a José: “José, Hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”.

En Lucas 1,35 el ángel revela a María: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo cual, aquel que nacerá de ti será Santo e hijo de Dios”. El mismo Lucas, hablando de la Iglesia de Jerusalén a la espera de Pentecostés, escribe (Hc 1,4): “Todos eran asiduos y concordes en la oración, junto con algunas mujeres, y con María, la madre de Jesús y con sus hermanos”. Tanto el nacimiento del redentor como en el nacimiento de la Iglesia; ambos son obra del Espíritu, y en los dos María tiene un papel de gran relieve.

La expresión “nacer del Espíritu Santo”, presente en el Nuevo Testamento en Mt. 1.20 (concepción virginal) y en Jn 3.5- 6.8 (diálogo con Nicodemo, generación desde arriba, indica que la concepción virginal de Jesús está ordenada a la del nuevo pueblo de Israel, es decir a la fundamentación de la Iglesia –¿Será temerario afirmar que María, en este contexto, al hacerse Madre de Jesús, es constituida también Madre del nuevo pueblo de Dios, mediante la acción del Espíritu a Santo?

Lucas por su parte considera a Cristo y su acontecimiento como el centro de la historia de la salvación y la consumación del movimiento salvífico del A. T. Por la glorificación de Cristo tiene comienzo la vida de la Iglesia.

Otro protagonista de tal evento salvífico es el Espíritu Santo, que es el poder de Dios que lleva a Jesús en la concepción virginal y en el bautismo, y es también el poder que Cristo ofrece a los creyentes en Pentecostés.

También para Lucas la concepción de Jesús y su venida al mundo por medio de María constituyen la nueva creación en un contexto escatológico se advertiría que la maternidad virginal de María está ligada a la creación desde lo alto de una era de gracia. María, además, cobijada por el espíritu se convertiría en el santuario escatológico.

Otros subrayan otro esquema interpretativo: el de la transparencia personal. María más que templo escatológico, es sobre todo una persona. La presencia del Espíritu en ella implica una serie de elementos de dialogo interpersonal (ausentes por ejemplo en Mateo).

a)      María la amada de Dios.
b)      Dios dialoga mediante un ángel con ella para significar que la presencia del Espíritu se realiza mediante un encuentro respetuoso de llamada y respuesta.
c)      La presencia del Espíritu, finalmente, depende de la respuesta positiva, del Fiat. Por tanto sí el Espíritu es el poder de Dios que se actúa en el dialogo interpersonal, María con su Fiat se convierte en una expresión del Espíritu: Es un momento del poder y la realidad de Dios entre los hombres. María no es solo Pneumatofora sino también Pneumatoformis Pentecostés lleva a la madurez la relación Espíritu Santo – María.

También María en dialogo con el Espíritu de Dios, recorrió un camino de fe que encontró su culminación en la disponibilidad al Espíritu de Pentecostés. El pueblo de Israel, representado por María, se convierte en principio de la Iglesia.

Mediante el Espíritu María descubre no solo ligada al hijo, sino también a su cuerpo místico, a la comunidad eclesial.

Para Lucas la Iglesia de Pentecostés está fundamentada no solo sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas; sino también sobre el fundamento de toda la comunidad Pentecostal cristiana, en la cual sobre sale el papel de María. Sí en Lc. 1,35 el Espíritu Santo viene sobre María con vistas a la realizaron del misterio de la encarnación en los Hechos de los Apóstoles viene con vistas a la realización del misterio de la Iglesia, en cuya raíz está también la presencia de María, para indicar su indisoluble vínculo con el Espíritu y, mediante el Espíritu, con Cristo y con la Iglesia.

En el símbolo de fe NICENOCONSTANTINOPOLITANO se sintetizó este dato: “incarnatus est de Spiritu Santo ex Maria Virgine”, (se encarnó del Espíritu Santo y de la Virgen María).

Por su parte Santo Tomás a la pregunta de sí la encarnación de Cristo haya de atribuirse al Espíritu Santo, contesta afirmativamente: “debe decirse que las tres personas de la Santísima Trinidad han cooperado a la concepción del cuerpo de Cristo sin embargo es atribuida al Espíritu Santo por tres razones:

1). El Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo. Es evidente que es el amor sumo de Dios a la humanidad lo que motivó a su hijo a asumir la carne humana en el seno de la virgen María, como afirma San Juan. “De tal modo ha amado Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito”.

2). La intervención del Espíritu Santo tiene también un nexo íntimo con el motivo de la encarnación por parte de la naturaleza asumida. Pues la presencia del Espíritu Santo en el misterio del Dios humano quiere indicar que nuestra naturaleza ha sido asumida por el Hijo de Dios en unidad de persona.

3) Ahora bien, sea la filiación divina, sea la santidad, se suelen atribuir, como a primera fuente el Espíritu Santo. Por Él, en el efecto, los hombres llegan a ser Hijos de Dios, como nos asegura san Pablo: “porque sois hijos mando de Dios al Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, el cual grita Abba (Padre)” (Galt 4,6).

“Cristo por virtud del Espíritu Santo fue concebido en la santidad, como convenía al Hijo natural de Dios”, (Sth111. q. 32. a.4).

A continuación veamos algunas indicaciones tomadas del Concilio Vaticano II.

En el concilio se recogen los datos de la tradición bíblico – Eclesial acerca de la relación entre el Espíritu Santo y María buscando un equilibrio que evite un exagerado Marianocentrismo y, por otra parte un injustificado Pneumatrocentrismo.

El Concilió afirma la verdad central de tal relación: El Hijo de Dios “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo de la Virgen María. (LG52).

“Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a él con un vinculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso Hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo, con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las demás criaturas celestiales y terrenas. (LG 53).

El concilio después asimila a María a la Iglesia. “creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta por la sombra del Espíritu Santo”. (LG 63).

El concilio en lo referente al Espíritu Santo y María en cuanto a su relación; se centra en el acontecimiento ejemplar de la encarnación. María en efecto, es llamada “Madre del Verbo” y “Sagrario del Espíritu Santo” (LG 53).

El Espíritu Santo inhabita a la Santísima Virgen de un modo del todo singular y superior a los demás cristianos.

El Concilio subraya también la santidad de la Santísima Virgen desde el primer instante de la concepción inmaculada y tal santidad es obra del Espíritu Santo, que plasma a María como una nueva criatura.

La Iglesia por otra parte (así lo afirma el concilio) considera a María como tipo ejemplo (LG53).

La Iglesia a imitación de María y con la ayuda del Espíritu Santo es al mismo tiempo Madre, porque engendra a los Hijos de Dios y Virgen porque conserva integra la fe, la esperanza y la caridad.

María afirma Heribert Mühlen se encuentra enteramente bajo el dominio del Espíritu Santo como ninguna otra persona.

El Espíritu Santo, ha promovido en ella todos los procesos biológicos necesarios para el crecimiento de la humanidad de Cristo en su seno, y María por su parte, ha permitido la realización de tal acontecimiento con un acto de libertad personal y única.

Por esto la cooperación de María con su Hijo divino se ha realizado a través de la mediación del Espíritu Santo, “mediación ella misma intermedia”.

Mühlen afirma que hubiera sido muy útil, y hasta necesario, añadir que la función de la Virgen en la economía de la salvación depende plenamente también de la función mediadora del Espíritu de Cristo, del cual es una participación subordinada.

La maternidad divina de María fue, por tanto, una consagración desde lo alto. Fue un acontecimiento sustraído a su libre autodeterminación, y que no podía ser destruido por un simple acto personal.

La teología occidental ha atribuIdo siempre el “incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine” el carácter de modo de hablar y apropiación. La encarnación sería un acto de toda la trinidad en la unidad de la omnipotencia divina que milagrosamente fecundó a la Virgen.

Afirma que el Espíritu Santo es en la Virgen María amor fecundante, no es al Espíritu ni divinizar la persona de María.

Es simplemente afirmar que el Padre envía al Espíritu, comunicándole la potencia engendradora de su amor infinito.

Resumiendo podemos afirmar: el don del Espíritu, que permitió a María acoger al Hijo de Dios en su vida de mujer, fue precedido del don pleno del Espíritu, aunque invisible.

Cuando la modeló y formó como una nueva criatura (tal como los afirma el Concilio). María, en efecto, habría sido predestinada nada menos que a ser la Madre de Dios según la carne por obra del Espíritu Santo. Por eso el Concilio habla de una obra maestra por parte de Dios, María es la Madre del Hijo, que asumirá la naturaleza humana formada en su seno; es la hija predilecta del Padre, que ha enviado a su Hijo a su seno, es el santuario VIVO del Espíritu que la edificado en forma de nueva criatura capaz de dar al mundo a Cristo encarnado fruto de su seno.

En la Encíclica Marialis Cultus, el Papa Pablo VI subraya la importancia de dar uno de los contenidos esenciales de la fe: La persona y obra del Espíritu Santo. Al respecto afirma:

“La reflexión teológica y la liturgia han subrayado cómo la intervención, santificadora del Espíritu en la Virgen de Nazaret ha sido un momento culminante de su acción en la historia de la salvación.” (MC. 26).

En la carta encíclica Dominum et vivificantem. El Papa Juan Pablo II. Refiriéndose al misterio de la encarnación, misterio clave de la fe, afirma:

“Por obra del Espíritu Santo SE HIZO HOMBRE AQUEL QUE la Iglesia, con las palabras del mismo símbolo confiesa que es el Hijo del Padre: “Dios de Dios, Luz de Luz Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, se hizo hombre” encarnándose en el seno de la virgen María”. Esto es lo que se realizó al llegar la plenitud de los tiempos”.
(D. V. No. 49).

El Santo Padre añadirá como el misterio de la encarnación se realizó por obra del Espíritu Santo. Lo realizó aquel Espíritu que consustancial al Padre y al Hijo es, en el misterio absoluto de Dios uno y trino, la persona amor, el don increado, fuente eterna de toda dadiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la auto comunicación de Dios en el orden de la gracia.

Igualmente el Santo Padre destaca aquí el papel jugado por María:
El Espíritu Santo que dio comienzo en María a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente obediente a aquella auto comunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana”.

María entró en la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don, ante la auto comunicación de Dios por el Espíritu Santo.

El conocido mariólogo Roschini, publicó un estudio sobre el Espíritu Santo y María: Il Tutto Santo e la Tutta Santa (el cual constituye el canto del cisne de este gran estudioso).

Estudio agrupado en torno a tres periodos:
Presencia del Espíritu Santo en María antes durante y después de la Anunciación.

A)     Antes de la Anunciación.
Comprende la presencia del Espíritu Santo en la predestinación de María a su singular misión, en la predicación profética relativa a María, en su inmaculada concepción en la presentación y estancia de María en el Templo y en sus esponsales con José.
Particularmente es significativa la presencia del Espíritu Santo en la concepción Inmaculada de María. El Espíritu Santo estuvo siempre presente en María desde el primer instante de su vida. María pues fue concebida sin pecado original en orden a una futura maternidad divina.

B)     En la Anunciación.
La maternidad divina de María es fundamental para su maternidad espiritual respecto a los cristianos. Siendo Cristo la nueva cabeza de toda la humanidad regenerada a la vida natural de la gracia, recapitulando en sí mismo a todos los miembros de la humanidad nueva.

La Virgen durante toda su vida fue guiada por el Espíritu Santo más que por su propio Espíritu.

El Espíritu Santo fue el Espíritu de su Espíritu, el alma de su alma, el corazón de su corazón.

María es la “Panaguia”, obra maestra del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo da sus dones, y María los recibe con una adecuada correspondencia humana.

El papel que juega María en el acontecimiento salvífico está en dependencia del Espíritu como causa principal; ella, en cambio, obra como causa instrumental (como la humanidad de Cristo, de la cual María es indisociable y a la cual está completamente subordinada.

María, instrumento consiente y libre del Espíritu Santo recibe toda su virtud al actuar de la causa principal que es el Espíritu Santo.

Roschini introduce el misterio de María en el ámbito más completo del misterio Trinitario se destaca la interdependencia existente entre María y las tres personas de la Trinidad. Por lo cual María no es solo la obra maestra del Espíritu, sino también la obra maestra del Padre y del Hijo.

Leonardo Boff por su parte, habla de una relación hipostática entre el Espíritu Santo y María.

En la reflexión cristiana en general, el carácter femenino de Dios ha sido atribuido sobre todo al Espíritu.

Las referencias al Espíritu como Madre se dan en el ámbito del Judeo – Cristianismo. Boff establece la hipótesis de que “la Virgen María, Madre de Dios y de los hombres, realiza de forma absoluta y escatológica lo femenino, porque el Espíritu Santo ha hecho de ella su templo, su santuario y su tabernáculo, de manera tan real y verdadera que debe ser considerada como unida hipostáticamente a la tercera persona de la Santísima Trinidad. Por eso María se convierte en el verdadero rostro materno de Dios.

El teólogo Español Xavier Pikasa responde al texto de Hch 1,14 afirma que se trata pues, del periodo intermedio entre la experiencia de Cristo resucitado y el nacimiento y expansión de la Iglesia.

El puesto de María en la Iglesia primitiva tenía un significado preciso. María aporta y testimonia a la Iglesia naciente el nacimiento humano de Cristo, su infancia y su crecimiento. Ella aparece además como la carismática, pues está entre las personas favorecidas por el Espíritu. Formando parte de la comunidad fundadora de la Iglesia, fue bautizada por el Espíritu.

Además de Jesús el otro decisivo protagonista en la teología de Lucas es el Espíritu Santo. La acción del Espíritu de Dios sobre María señala la actuación radical del misterio del altísimo.

Pikasa habla del esquema de la transparencia personal, en el que pone de relieve el dialogo interpersonal entre María la predilecta de Dios, y Dios mismo.

Esto supone que la presencia del Espíritu se realiza en un encuentro respetuoso de llamada – respuesta, y depende de la respuesta positiva de María. Este dialogo interpersonal continua hasta Pentecostés.

También María hubo de crecer en el Espíritu desde el Fiat de la anunciación.

María avanza hacia la cúspide eclesial de su camino de fe con la venida del Espíritu.

En conclusión Pikasa afirma:

1)      Por su inserción en el campo de la esperanza de Israel, María inicio su existencia en apertura total al Espíritu.
2)      Por su gracia especial (Cfr: Lc. 1,35), María recibió del Señor, para el comienzo del camino de salvación, la totalidad del Espíritu de Dios como fuerza fecunda dirigida al nacimiento del Mesías.
3)      Por la fidelidad al camino de Jesús, en gesto de fe abierta y de esperanza activa, María ha dirigido a los hombres hacia el don de las nuevas nupcias, hacia el Espíritu de Cristo. (Jn 2,2 – 12).
4)      Como respuesta transformante de Jesús glorificado. María recibe, al comienzo mismo de la Iglesia, el Espíritu de Cristo.
5)      Finalmente, por su actividad en la totalidad del misterio de salvación (AP12) puede situar el signo de María sobre el fondo de la lucha de la historia como señal de la presencia del Espíritu de Dios entre los hombres.

Una de las interpretaciones ortodoxas de María, la sofíanica, presenta a María como signo o imagen del Espíritu, como su revelación hipostática, ya que María, aun siendo y permaneciendo una persona creada, se revela como expresión y reflejo, transparencia y actuación, del Espíritu.

En la relación Espíritu – María esta última se propone y revive en sí algunas características fundamentales de la tercera persona trinitaria.

El Espíritu en María se revela como signo de acogida y de docilidad de Dios. María es el ámbito de la creatividad del Espíritu de Dios.

El significado teológico: El Dios de la alianza y la esposa icono del Espíritu.

La imagen que se presenta en el misterio nupcial del que María es al mismo tiempo lugar, protagonista y testigo es el del Dios de la alianza. El Dios que, a pesar de seguir siendo totalmente otro, se ha hecho totalmente interior y cercano, próximo al esfuerzo humano de vivir, para ofrecer al hombre la salvación en su amor creado y redentor.

De otra parte aquel que en la eternidad de Dios es receptividad absoluta, es en el tiempo el salvador que al unirnos a Él nos hace receptivos de Dios, Hijos en el Hijo. Ante Él se sitúa por libre elección y por pura gracia del altísimo, como verdadera Madre, la Madre de Dios. Es el Espíritu Santo el que cubre a María con su sombra, después de haberla modelado en la gracia, uniendo en ella al Padre engendrante y al Hijo engendrado por ella en el tiempo. En el Espíritu Dios sale de sí mismo; él es aquel que, actuando en la encarnación y en Pentecostés, hace presente al Hijo en la historia humana.

Hay quienes ven en María la esposa del Espíritu Santo: “Como Dios Espíritu Santo, estéril en la divinidad, esto no lo produce ninguna otra persona divina, se ha hecho fecundo por el concurso de María, con quien se ha desposado.

¿En qué consiste esta relación que se da entre el Espíritu Santo y María, la Esposa en el misterio de la Alianza?

Confesar plenamente la divinidad de la tercera persona de la Trinidad y reconocer en María la Theotocos, a la “Madre de Dios”, fue el modo con que la Iglesia proclamó y defendió contra todos los posibles reduccionismos la verdad de la encarnación del Hijo de Dios y suprema actualidad salvífica. El vínculo entre la Virgen Madre y el Paráclito aparece así sólidamente anclado en el corazón de la fe.

“El Espíritu Santo ha hecho de Ella su templo, su santuario y su tabernáculo de manera tan real y verdadera que debe ser considerada como unida hipostáticamente a la tercera persona de la Santísima Trinidad. María Madre del Hijo de Dios, hija predilecta del Padre, María es “El templo del Espíritu Santo”, su “Sagrario, expresión que subraya el carácter Sagrado de la Virgen convertida en mansión estable del Espíritu de Dios”.

Lo que el Espíritu Santo realizo en la anunciación, aparece al mismo tiempo como una prolongación armónica de lo que realiza en la Trinidad y como el principio ejemplar de lo que realiza en la Iglesia mediante la misión que comenzó en Pentecostés.

María es la “Toda Santa”, ya que es la criatura inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo; en ella totalmente Santo, el Espíritu Santidad; actúo de forma inminente y ejemplar desde su elección eterna, luego en la anunciación y en la totalidad de su vida terrena hasta su cumplimiento celestial.

La otra dirección en que la Esposa se ofrece como ícono del Espíritu es su condición gloriosa.

Asunto por estar totalmente modelado y conducida por el Espíritu Santo. El icono del Espíritu, que es el totalmente Santo, se completa de este modo en María “Regina Caeli” Madre del Rey Mesiánico, que participa ya plenamente de la gloria celestial del Hijo.

“La realeza de María, por analogía con la de Cristo, se verifica también en el Espíritu Santo. El Espíritu desarrolla al máximo la potencialidad unitiva que empuja a la Madre hacia el Hijo.

María es Reina del Cielo exactamente por el mismo motivo que es “esclava del Señor” en sentido radical y pleno, esto es, por ser la criatura acogedora, modelada por el Espíritu, su imagen pura y luminosa.

       El servicio de María al Espíritu Santo.

María es la sierva del Señor; no solo de su Hijo, sino del Dios Trino, y su docilidad al Espíritu es también obediencia a la misión que le encomienda el Padre. En la anunciación María se abrió totalmente por la fe a la acción del Espíritu, no solo a nombre propio, sino ante todo de su pueblo. María pone su fe y su seno a disposición de la obra mesiática que realizará su Hijo, y se consumará por el Espíritu en la Iglesia.

En el Concilio I de Constantinopla la Iglesia definió quien es el Espíritu Santo en respuesta a la herejía de los Peumatómocos (“enemigos del Espíritu”) El concilió señalo:

“Por nosotros los hombres y por nuestra Salvación se encarnó por obra del Espíritu Santo” (DS 150).

El Papa Pablo VI enseña que la intervención del Espíritu hizo fecunda la Virginidad de la Madre de Dios.

“Consagró la virginidad de María, y la transformó en aula del Rey, Templo o Tabernáculo del Señor, Arca de la Alianza o de la Santificación”. (MC 26)

Por su parte en la intocabilidad del Sagrario del Espíritu Santo ve Santo Tomás la razón de ser de la Virginidad perpetua de María: Está al servicio de la tercera persona de la Trinidad.

Finalmente veamos como la unión del Espíritu Santo con María tiene la característica insupresible de ser Cristo céntrica: La misión del Espíritu Santo en María, como en los cristianos, es la de hacer nacer a Cristo, esta es la base de la espiritualidad Cristiana. Por lo cual se podría afirmar algún dicho tradicional transformándolo así: “Ad Jesum in Spiritu Sancto cum María matre ecclesiae”.

María es por excelencia la Pneumatofora (portadora del Espíritu) y por eso puede exultar desde lo profundo de su corazón: “El Señor ha hecho en mí maravillas”.

Que el Espíritu Santo, siga derramando a través de María todos sus dones e ilumine el caminar de nuestra sociedad Mariológica; en este aniversario de sus Bodas de Oro que con regocijo estamos celebrando.


Tomado de la Revista Regina Mundi

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