jueves, 30 de octubre de 2014

El Espíritu Santo y María



Por  Juan Alberto Ramírez Ochoa
Sociedad Mariológica Colombiana

Introducción

“El estudio, la investigación y la enseñanza de la Mariología tienden – como a su última meta -, a la adquisición de una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la espiritualidad cristiana. En su camino hacia la plena madurez de Cristo (cfr. Ef. 4,13), el discípulo del Señor, consciente de la misión que Dios encomendó a María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, la toma como “madre y maestra de vida espiritual” (Marialis cultus, 21): con ella y como ella, a la luz de la encarnación y de la pascua, imprime a la propia existencia una decisiva orientación hacia Dios por Cristo en el Espíritu, para vivir en la iglesia la propuesta radical de la buena nueva y, en particular, el mandamiento del amor (cfr. Jn.15,12)” .

“Por espiritualidad entendemos, aquella vida en el Espíritu, de la cual el primer agente, es precisamente el Espíritu Santo, cuya acción es sutil, pero al mismo tiempo, eficaz (Cf. PI, 19). Efectivamente María recorrió su camino de fe siempre guiada por este Espíritu a cuya acción respondió, con docilidad, entrega y fidelidad.
Cuando hablamos de espiritualidad mariana, entendemos aquellos lineamientos de vida espiritual que hicieron de María la “hija predilecta del Padre”, “La madre del Hijo” y “la esposa del Espíritu Santo” y que, por tanto, la hacen compañera de camino para todo discípulo y discípula del señor Jesús; ese mismo discipulado que encarna todo aquel que desea caminar en pos de Cristo consagrando su vida al servicio del reino mediante la perfección de la caridad”. 

El presente estudio hace parte de una obra titulada: Mariología pneumatológica que el  autor pretende elaborar en tiempos posteriores. Por ahora, se ofrece aquí, un resumen, basado en el escrito de Xavier Pikaza titulado “María y el Espíritu Santo” de ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca, España. 1994. Páginas 72 y siguientes.
Espera, el autor, ofrecer una interpretación del versículo 35, del primer capítulo del evangelio de San Lucas que dice: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios”. Además, con textos escogidos de San Lucas tanto en el evangelio, como en los Hechos de los apóstoles, expresar quién es el Espíritu Santo.

                                                                                                                             El autor.

I

El Espíritu Santo

Aunque el Espíritu Santo está presente en toda la Biblia, desde el génesis 1,2: ”la tierra era soledad y caos y las tinieblas cubrían el abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”, hasta el Apocalipsis 22,17: "el Espíritu y la esposa dicen: ven. El que escuche diga: ven. El que tenga sed que venga y, el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”, es en el evangelio de San Lucas en donde se destaca como principio orientador, como protagonista de su historia salvadora.

Desde luego, un protagonista es Cristo: está en el centro de la historia, de tal forma que todo lo que hay antes le prepara y , todo lo que sigue, continúa y expansiona su camino. Pero, hay otro protagonista: el Espíritu Santo.

Si bien el Espíritu no está personificado en un hombre, como Cristo, podemos decir:

a)            El Espíritu es poder de Dios que lleva hacia Jesús; así lo muestran, en especial, dos pasajes: Lc.1, 35. Y Lc.3, 21-22. “el Ángel le contestó y dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios” (Lc. 1,35): porque el Espíritu de Dios viene a María y la transforma, ella se convierte en Madre del Salvador, y, el hijo de Dios nace, a través de ella, sobre el mundo.

Este misterio de originación pneumática de Jesús, tiene tal fuerza, que, en el fondo del relato del bautismo, se recibe la impresión de que el Espíritu se expresa y actualiza por el Cristo: siendo Hijo de Dios, parece presentarse como la “corporalización” del Espíritu: “aconteció, o es, cuando todo el pueblo se bautizaba que bautizado Jesús y, orando, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se dejó oír del cielo una voz: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Lc.3,21-22).

b)           El Espíritu es el poder divino de Jesús, como una fuerza que le adviene desde Dios, capacitándole para realizar la obra de salvación; pero, al mismo tiempo, ese Espíritu es su vida más intensa. Los planos se superponen de tal forma que, en un primer momento, es Jesús quien aparece como “función del Espíritu” (“el Espíritu del señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los cautivos, para anunciar un año de gracia del señor”: Lc.4,18 y ss.) y en otro es el Espíritu el que viene a desvelarse como “fuerza de actividad y entrega salvadora de Jesús” (“esto es, cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y, como pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”: Hch.10,38).

c)            El Espíritu es poder de Dios que Cristo ofrece a los creyentes. Así lo anuncia la primera gran promesa mesiánica: “viene el que es más fuerte que yo…; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc.3,16). El contenido del espíritu bautismal se precisa por medio de la obra de Jesús: es la promesa del Padre que el Señor resucitado ratifica en su ascensión (“pues yo os envío la promesa de mi Padre; pero habéis de permanecer en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto”: Lc.24,49. Y,: “porque Juan bautizó en agua, pero vosotros pasados no mucho días seréis bautizados en el Espíritu Santo”…”recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra”, (Hch 1,5 y 1,8) y ofrece a sus creyentes en Pentecostés (“exaltado a la diestra de Dios y recibida del padre la promesa del Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís”: Hch 2,33).

d)           El Espíritu es la actualización de Jesús. Para que el Espíritu de Dios pueda expandirse hacia los hombres debe estar actualizado en una historia humana. Es lo que acontece en Jesús. A través de un proceso de vida donde se define como el Hijo de Dios” (Cf: Lc.1,35), Jesús nace del Espíritu, vive desde el Espíritu y, plenificado su camino, puede ofrecer su mismo Espíritu como poder de madurez y transformación de Dios para los hombres. Siendo la promesa y realidad de salvación  de Dios, el Espíritu es la hondura del origen, vida y don de Cristo.

 II

El Espíritu Santo vendrá sobre ti: Lc 1,35

A la pregunta de María: ¿cómo será esto pues no conozco varón?, el ángel le responde: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá; por eso, lo que nazca de ti será santo, le llamarán (=será) Hijo de Dios” (Lc.1, 35).

Este planteamiento permite vislumbrar dos campos de fuerza del pasaje de la anunciación. En un primer momento hay dos personajes centrales: el ángel y María. (Lc. 1,26-27). Pero el ángel va quedando en un segundo plano a la sombra de la acción de Dios. El foco de luz se encuentra en la figura de María: “alégrate, llena de gracia, el señor es contigo” (Lc. 1,28). Esas  palabras contienen como en ciernes todo lo que sigue: a) la gracia de Dios sobre María; b) El nacimiento de un hijo salvador (Lc. 1,30-33). La pregunta posterior de María, sirve para explicitar el misterio: lo que importa es descubrir, desde María y para el conjunto de la Iglesia, el sentido del nacimiento de Jesús, sus componentes fundamentales, sus líneas de sentido.

Ante la radicalidad inaccesible de la presencia de Dios, emerge la pregunta: “¿cómo será esto, pues no conozco varón? (Lc.1, 34). Lo que va a suceder se sitúa más allá de toda posibilidad genética del mundo, en el abismo de la fecundidad de Dios. Desde aquí se entiende la respuesta, con sus dos momentos: a) “el Espíritu Santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá” (Lc.1, 35ª); así se indica la acción del espíritu de Dios sobre María; en ella se actualiza, de manera radical, el misterio (Espíritu-Fuerza) del Altísimo. b) Por eso, lo que nazca de ti será Santo, le llamarán hijo de Dios (Lc.1, 35b); solo porque María es lugar de la presencia del Espíritu, podrá ser madre del Mesías, más aun solo porque el Espíritu actúa por María, puede nacer sobre el mundo, el hijo de Dios. De esta manera se han unido de manera radical los dos momentos de la revelación de Dios: la presencia de su Espíritu y el nacimiento de su hijo sobre el mundo.

Dado el carácter de este estudio, sólo podemos profundizar en la primera parte del Lc.1, 35: la presencia del Espíritu en María: ¿cómo entender la acción-respuesta del Espíritu en María? Los esquemas que se pueden emplear son tres: creación escatológica, inhabitación sacral y transparencia personal.

Con el esquema de creación escatológica se piensa que la presencia del Espíritu sobre María ha de entenderse a partir de los relatos de la creación (gen.1,2) que se sitúan ya en contexto escatológico. Así, como el Espíritu de Dios estaba activo en la creación del mundo, del mismo modo había que esperar a ese mismo Espíritu también en su renovación. Se saca fácilmente la conclusión de que la entrada del Redentor en el escenario de la historia, era la obra del Espíritu y, esto, explica la introducción del Espíritu en los relatos de la anunciación. La entrada de Jesús en el mundo constituyó la inauguración de la nueva creación por parte de Dios y, por tanto, tiene su única analogía verdadera en el génesis. Desde esta perspectiva, se deducen dos consecuencias fundamentales: a) La primera sobre el acontecimiento salvador: la concepción de Jesús y su venida al mundo por medio de María, constituyen la nueva creación a la que aludieron los profetas, la culminación de la realidad, el mundo nuevo. b) La segunda consecuencia se refiere a María: ella es la tierra verdadera, aquella madre tierra que, siendo por si misma infértil, caos y vacío, Dios mismo fecundiza con su espíritu. En esta línea, a través de la esperanza judía, el cristianismo habría asumido y transfigurado, concentrándolo en María, el viejo mito agrario de la tierra como Diosa-Madre: ella es signo de fecundidad, origen de los vivientes.

“Esta relación de María con la creación ha sido delineada por los padres de la Iglesia: ella es la madre tierra, es la tierra virginal, no arada. La tierra virginal produce su fruto, y su fruto agota la fecundidad de la creación entera: la tierra ha dado el fruto (Sal. 66,7). Como la vida divina del padre agota su fecundidad en la generación del hijo, así, la creación agota, por obra del Espíritu Santo, su fecundidad, en el nacimiento de Cristo de María siempre virgen. Cristo es hijo del hombre porque es hijo de María. Así, toda la vida del universo encuentra en María su cumplimiento. En la maternidad de ella, la creación encuentra su razón última, su valor supremo”.
“Los padres de la Iglesia han visto en el misterio de la encarnación del Verbo una relación con la creación de Adán. Adán viene formado de la tierra virgen; el nuevo Adán viene formado de la nueva tierra virginal, de una nueva creación de Dios pura e inocente: La Virgen Santa”. 

“Ya los padres de la Iglesia han visto una relación de María no tanto con las figuras de Sara y Raquel en el Antiguo Testamento, como la relación a la tierra virginal de la cual fue hecho Adán. El segundo Adán, que es Cristo, viene hecho de la tierra virgen que es María, virgen porque “in nullo corrupta”. Es María la tierra virginal, tierra que no ha conocido el pecado”.

El esquema de la inhabitación sacral ha sido utilizado especialmente por los autores católicos de tradición francesa. María representaría la verdad y cumplimiento de aquello que indicaba la presencia fecundante de Dios en Israel (en la ciudad de Jerusalén, el templo de Sión, el Arca de la Alianza). La referencia fundamental la ofrece R. Laurentin que compara Ex. 40,35 y Lc. 1,35. Se dice en Éxodo: la nube cubrió el tabernáculo y la gloria de Dios llenó el santuario. Nube y gloria de Dios son para Lc. 1,35, los signos del Espíritu de Dios (Pneuma-Dynamis) que viene a descender sobre María y fecundarla de su gracia. Más o menos matizada, esta opinión se ha vuelto común a los católicos: la presencia del espíritu de Dios que viene a cubrir a María se interpreta sobre el fondo de la nube que llena el tabernáculo o el templo (num.9,18-22;2cron.5,7-14;Cf Ez 36,26-27, etc.)… María es, por lo tanto, el santuario escatológico de Dios entre los hombres.

Ya en el siglo V Proclo de Constantinopla decía: “veneramos a María como que fue madre y sierva, nube y tálamo nupcial y arca del Señor… arca no ya de la ley sino que contiene al mismo legislador… ¿con qué colores de alabanza pinto esta imagen virginal? ¿Con qué expresiones de elogio adornaré este modelo incontaminado de la pureza? Ella es sagrario íntimo de la inocencia; es el templo santificado de Dios; el altar dorado de sacrificios; ella es el arca dorada por dentro y por fuera, santificada en cuerpo y en espíritu, en la cual se guardaba el incensario dorado; ella es la urna que contiene el maná y todo lo demás que hemos mencionado antes”.
De esta perspectiva se deducen también dos consecuencias: a) La primera sobre el acontecimiento: lo que a Lucas le interesa, al hablar de la anunciación, es mostrar el cumplimiento de las promesas de Israel. b) La segunda sobre María: ella es el templo verdadero; es el campo de presencia del Espíritu el lugar sagrado donde habita la divinidad, para expandirse desde allí, hacia el pueblo. Evidentemente, esa presencia es dinámica: el espíritu de Dios está en María, para que ella se haga madre, lugar de surgimiento del Cristo salvador.

Hay una tercera interpretación que se llama de transparencia personal. La defienden aquellos que se sienten incómodos ante las imágenes anteriores. María es para ellos más que tierra vacía a la que viene el Espíritu de Dios para crear (contra la primera visión). Es más que un templo, más que objeto sagrado o tabernáculo donde se visibiliza la nube de Dios (contra la segunda visión). María es una persona y, las leyes de su encuentro con Dios, han de ser matizadas desde lo personal: la presencia del Espíritu en María implica una serie de rasgos de diálogo interpersonal y libertad de llamada y de respuesta, de amor y de obediencia, que, desborda las imágenes anteriores. Veamos: a) María es la agraciada (la amada, la llena de gracia) de Dios, cosa que no puede asegurarse de la tierra o tabernáculo. b) El mismo Dios le habla dialogando con ella por el ángel; esto supone que la presencia del Espíritu se realiza en el contexto de un encuentro respetuoso de llamada y de respuesta. c) Además de eso, la presencia del Espíritu, depende de la respuesta positiva, del Fiat de María. Ha llegado el momento en que junto al “hágase”(Gn 1,3) originario de Dios, que es un “hágase” sin condiciones ni presupuestos, como palabra que explicita la presencia del Espíritu sobre las aguas primeras del caos, tiene que ponerse el “hágase” de María (Lc.1,38), un Fiat o hágase optativo de deseo, que no se atreve a imperar, pero, que deja la puerta totalmente abierta a la acción de Dios.

Esto conduce a un campo inesperadamente nuevo de presencia de Dios y de sentido del Espíritu que puede concretarse en estas consecuencias generales: a) El Espíritu aparece ante María como el poder de Dios que se actualiza en forma de diálogo: es el campo de palabra y de respuesta de Dios, aquel encuentro donde el poder del Altísimo y libertad amorosa y confiada del hombre se encuentran. b) Desde este momento, la realidad del Espíritu de Dios, como poder de creación y presencia salvadora en el pueblo de Israel no puede separarse de la actitud y la persona de María. En otras palabras: María no es como un objeto, una especie de tierra sobre la que adviene el Espíritu desde fuera. Con su aceptación y su respuesta, su ser amada y su obediencia transparente, María se convierte en expresión del espíritu, en un momento del poder y realidad de Dios entre los hombres. Así lo ha entendido Lucas.

Ciertamente, a Lucas le interesa, antes que nada, el fruto de María, esto es, el nacimiento del hijo de Dios, pero, como teólogo acostumbrado a la manera de actuar de Dios y, situándose dentro de la tradición de la Iglesia, Lucas sabe que ese nacimiento no puede interpretarse ni entenderse sin la fuerza y la presencia del Espíritu en María. Por eso, aunque la intervención de Lc.1,26-38 resulte originalmente cristológica (no mariológica), debemos añadir que a Lucas le interesa la figura de María. Ella no es un instrumento mudo, no es un medio inerte que Dios se ha limitado a utilizar para que nazca el Cristo: ella es el lugar de plenitud del Espíritu, la tierra de la nueva creación, el templo en que el misterio habita. Más aun, ella es la persona que, en diálogo de libertad con Dios, allí donde culmina el camino de la historia y la esperanza, vive y actualiza (quizá mejor: personifica) la presencia del espíritu de creación y maternidad de Dios.

Conclusión

Se puede decir que el Espíritu es, o constituye, antes que nada el signo de la vida interior (espiritualidad): es la capacidad de concentración de los seres que son dueños de sí mismos y viven en gesto de intimidad. Según eso, el Espíritu es la misma intimidad de Dios. En María se desvela cómo el gesto de su vida interna: es el gesto de su acogimiento en libertad, aquella hondura que le vuelve capaz de recibir la voz de Dios y responderle. Solo porque Dios hace a María “espiritual” puede ofrecerle la voz de su palabra y debe aguardar su respuesta (Cf. Lc.1, 26-38).

En segundo lugar, el Espíritu es creatividad: el poder de comunicar la vida desde dentro, como acaece en un ámbito materno que, desde la intimidad de sí mismo se convierte en campo de creación abierta y principio de existencia. Sabemos por el Antiguo Testamento y toda la revelación bíblica que el Espíritu de Dios se autodefine como fuerza creadora: es el ámbito fecundo de su vida y de su gracia en donde todo se cimienta. Esto resulta claro en el misterio de María: como intimidad y fecundidad femenino-maternal, ella transparenta y actualiza el ámbito de creatividad del Espíritu divino; de esa forma la palabra de su intimidad, fundada en Dios, se convierte en seno de su fecundidad pneumatológica, abierta al nacimiento de Jesús, el hijo.

Finalmente, el Espíritu es poder de comunión: es el encuentro que se vuelve realidad, aquel misterio de coesencia y apertura mutua en que se ligan y enriquecen las personas. El Espíritu es persona siendo encuentro de personas, es realidad divina siendo aquella especie de “nosotros” sustantivo donde el padre y el hijo vienen a encontrarse. Este misterio de mediación pneumatológica se expresa de manera abierta por medio de María. a) María es la persona a la que acude el padre para hacer que surja el hijo; por eso es mediación en el camino intradivino; así lo expresa el relato de la anunciación. b) De un modo correspondiente podemos afirmar que María es la persona por medio de la cual el hijo aprende a descubrir al padre. También en este campo ella realiza funciones mediadoras: visibiliza históricamente la mediación intradivina del espíritu.

Estas tres funciones pneumatológicas de María (espiritualidad, creatividad, comunidad) ofrecen dos vertientes. Por un lado, ella se integra en el diálogo del padre con el hijo. Pero, al mismo tiempo, ella actualiza ese misterio hacia la Iglesia. El mismo Espíritu de Dios, como misterio de unidad del Padre con el Hijo, es –a través de Jesucristo- el signo originario de unidad de los cristianos, una especie de persona superior que les vincula y plenifica. Apliquemos esto al caso de María.

Conforme al relato de la anunciación (Lc.1, 26-38), María es intimidad abierta a Dios a partir de su respuesta afirmativa y como efecto de la presencia del Espíritu, ella se convierte en lugar de la fecundidad intradivina. Esto lo sabemos. Pero debemos añadir que, conforme a la tradición que ha recogido, Mt.2,11, María no es solo aquella madre que da  luz y educa al hijo de Dios; ella es la mujer que lo presenta ante los hombres que vienen a adorarle. Igual sucede en el misterio de la visitación (Lc.1,39-56). Por intermedio de María Juan, el bautista, es colmado del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. De manera imperceptible, María ha venido a convertirse en lugar de mediación entre Dios y los hombres. También en este aspecto María es signo del Espíritu.

La mediación mariana entre Jesús y los hombres aparece mucho más clara en Juan: María es la que invita a los hombres a ponerse ante la hora de Jesús. Obedeciendo a su palabra (Jn.2,1-11). Por eso, ella se encuentra ante la cruz como madre de los amigos de Jesús (Jn.19, 25-27), trasmitiéndoles una historia de apertura y recibiendo con ellos el don del único Espíritu.

El misterio de María culmina en dos escenas que la Iglesia ha convertido en signos gratamente revelatorios de su vida. Por una parte, ella está en Hch1,14 recibiendo el Espíritu con el resto de la iglesia: es caminante con los caminantes, creyente con los creyentes. En segundo lugar su gesto de solidaridad pneumatológica la convierte una vez muerta y glorificada, en signo de la transparencia del espíritu; así lo han mostrado mejor que los teólogos aquellos artistas que han pintado la asunción-coronación de María con rasgos trinitarios: el Padre y el Hijo le ofrecen una corona de plenitud que termina identificándose con la misma vida del Espíritu. Ella aparece entre Hijo y Padre, como una visibilización del Espíritu; mucho más que la paloma o que la luz, más que la corona o que los rayos del sol, ella actualiza el misterio del espíritu. Está entre Padre e Hijo, pero está para los hombres, significando ante ellos el don de maternidad, de compasión y de esperanza del Espíritu de Dios en Jesucristo.


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