miércoles, 8 de octubre de 2014

Oración sacerdotal a María



¡Oh Madre Señora y Reina de los sacerdotes! desde el día grande y bello para la Humanidad en que comenzaste a ser Madre del Verbo Encarnado, comenzó tu Maternidad Sacerdotal. En ese Sacerdote Eterno que inició su sacerdocio en tus purísimas entrañas, estábamos personificados todos los sacerdotes de la tierra, a todos nos llevaste en tus entrañas, a todos nos diste algo de tu ser, ya que de esa unión misteriosa de Dios con el Hombre, que en tu virginal seno se llevó a cabo, brotó como fruto el Sacerdote Eterno de quien nosotros indignamente somos prolongación.

         Si todos los hombres tienen derecho de llamarte Madre, nosotros los ungidos del Señor tenemos un doble derecho, por hombres y por sacerdotes; eres pues por doble título Madre nuestra y si más nos gusta llamarte Madre, que Señora y Reina, es porque este nombre te es más dulce, más grato, más noble. Danos a todos tu ayuda y tu gracia, para dejarnos formar en tus entrañas, para que tú nos comuniques tu santidad y tu virtud y poder ser lo que fue tu Hijo, glorificadores del Padre, ya que esa fue su misión y debe ser la nuestra.

         Madre, así como en pobreza y en humildad lo diste a luz, así ayúdanos a nosotros a vivir pobres de corazón, pobres de espíritu, para que viviendo pobres, muramos pobres y seamos eternamente ricos; y humildes, Madre; tú sabes por experiencia, que la humildad es el cimiento de la santidad y que si los sacerdotes no somos humildes, no seremos santos, que es lo que todos debemos ser, para la gloria de Dios.

         En obediencia, en santidad y en gracia, debes vernos a nosotros crecer, pues sin ellas no seremos nunca los continuadores de la obra de Cristo.

         En la vida oculta, fuiste la compañera del Dios-Hombre-Sacerdote; a nosotros ayúdanos a amar la vida oculta, el recogimiento, el silencio, para que el amor a la vida oculta, al recogimiento y al silencio, nos lleve al silencio del amor y así envueltos en él y llenos de él, podamos desarrollar nuestro ministerio, que sería estéril e inútil sin el amor.

         En la vida pública de tu Jesús, aunque los evangelios callen, para agigantar tu humildad, tú estabas con Él, cuando no real, espiritualmente, nunca lo dejaste, nunca lo olvidaste; tampoco a nosotros nos dejes, no nos olvides nunca, aunque a veces nosotros por desgracia te olvidemos a ti, necesitamos tu compañía, necesitamos tu ayuda; hay días que parece, que todos nos olvidan, que, todos nos abandonan, que todo se oscurece. ¿No es verdad, Madre, que tú estás con nosotros?, ¿no es verdad que siempre nos acompañas?, ¿no es verdad que si hemos caído, tú eres la que nos has levantado?, ¿cuando hemos estado tristes, tú nos has consolado?, ¿cuando débiles, tú nos has fortalecido?, ¿y nunca en nuestro ministerio nos has olvidado?

         En la Pasión del Hijo de tus entrañas, sí que supiste acompañarlo, mirarlo y ayudarlo con tu amor; esas miradas tuyas fortalecían al que por el hombre se hizo débil. Oh Madre, todos tus sacerdotes necesitamos días de pasión y vida de pasión, para asemejarnos a tu Hijo, no serán nunca los mismos dolores, los mismos sufrimientos, la misma tristeza, pero sí necesitamos la misma ayuda, la misma compasión, la misma mirada amorosa.

         En la Cruz, cuando tu Hijo ofrecía al Eterno Padre el Sacrificio de su Vida, por la salud del Mundo, tú estabas con Él, oíste su último suspiro y lo recibiste ya muerto en tus brazos; a nosotros también asístenos cuando ofrecemos al Padre el mismo Sacrifico de tu Hijo, para que tengamos más fe y más amor. En el último instante de nuestra vida, cuando nuestra carrera hacia Dios termine y nuestra misión sacerdotal en la tierra toque a su fin, acompáñanos, Madre, y entrega nuestro espíritu al Eterno Sacerdote, para que Él nos presente al Padre y ante Él y con Él seamos sus eternos glorificadores. Amén.

Higinio Cubillos
Pbro.

Sopó (Cundinamarca).


Tomado de Regina Mundi nro 4

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