jueves, 11 de diciembre de 2014

Chiquinquirá sufre la dictadura de la libertad



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Los derechos de Dios, respeto y obediencia, no pueden ser aislados por las manifestaciones culturales.

La romería, el aguinaldo, el turismo y el comercio son fuerzas de la expresión folclórica de la nacionalidad. Ellas convergen en una zona neurálgica de la Ciudad Promesa: la Plaza de la Libertad, donde está la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

El impacto de una verbena frente a ese lugar, tan sagrado por el afecto y la identidad ancestral, genera la ocasión del caos cuya consecuencia es el acto sincrético. El pueblo soberano acostumbra a mezclar sus pasiones paganas con sus cultos de hiperdulía y latría.

El meollo del asunto ya pasó por la oficina del Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez, que pidió que estas fiestas fueran trasladadas para proteger los derechos fundamentales de las minorías.

La respuesta fue vehemente. La efervescencia y el calor de una parte de la comunidad, acostumbrada a la dinámica del bochinche, expresó la dimensión de su desagrado. Eso es parte integral de la expresión territorial de su alma levantisca.

Los primeros en ser llevados al paredón de la calumnia fueron los frailes dominicos, guardianes del santuario. El prior, Jaime Monsalve Trujillo, tuvo que publicar un comunicado en la página web para enfrentar la crisis. Entre sus declaraciones, dice: “…Hemos recibido continuos señalamientos de algunas personas por redes sociales y medios radiales, culpando y responsabilizando a la comunidad de los Frailes Dominicos de haber instaurado directamente ante la Procuraduría General de la Nación una tutela u otro recurso.

Negamos enfáticamente haber instaurado queja o petición alguna a la Procuraduría General de la Nación; por lo tanto, exigimos que quienes han señalado lo anterior con carácter de certeza y fidelidad, en procura de mantener el orden y la concordia en nuestra ciudad, presenten dichas pruebas ante los organismos correspondientes, de tal modo que se garantice el derecho al respeto y al buen nombre…”

Los sacerdotes, testigos y promotores del folclor religioso entorno de la Patrona por espacio de 378 años, saben de las capacidades de sus ovejas bípedas para armar un patriótico jolgorio o la manifestación opuesta, su cólera.

Cada vez que al muy amado pueblo de Chiquinquirá se le imponen criterios de caja registradora ocurren situaciones vergonzosas. Ejemplo, cuando en julio de 1790 los hijos de Santo Domingo de Guzmán iniciaron el proceso de estudio y compra de los solares para la construcción de un templo, la ciudadanía se opuso de forma feroz porque sus ingresos se afectarían. La nueva edificación se levantó a una distancia de 400 metros de la Capilla de la Renovación (extramuros).

Y para no agitar la conciencia mercantilista de los que piensan en facturar se les recuerda que hoy se escucha el mismo argumento cruel que produjo el entredicho canónico de 1918: “Nuestras ventas se disminuirán”. La Historia no miente, solo mienten sus historiadores.

La falacia es inmensa. El negocio turístico de Chiquinquirá no depende de una verbena. La vida económica de la ciudad fluye, desde hace 428 años, por entre la marcha intacta de los romeros. Ellos vienen de Capitanejo (Santander) o de la Capellanía Católica Latinoamericana de Brisbane en Australia donde celebran la fecha patronal del 9 de julio.

Sin embargo, el asunto social, que se disputa un lugar en el alma de cada ciudadano y un baldosín en la plazoleta, lo definirá la profundidad moral de las costumbres. “…Pero hágase todo con decoro y orden…” (1 Corintios 14, 40). 

Es importante comprender que la acción canalla de un beodo cambia su condición trágica si se varía el punto geográfico. Un ataque al muro de un estadio pasa de ser una contravención y se convierte en un acto sacrílego en la puerta de una iglesia.

Las corajudas peticiones a la cordura, unidas a la ley penal, el orden cívico y las medidas de seguridad solo serán unos consejeros acorralados por el ímpetu desbordante de un negocio formal llamado Navidad.

La Capital Religiosa, escogido el espacio ideal para la gran velada, se prepara para perdonar a cada forastero que quiera participar en el guateque. Ella comprende que habrá situaciones repetidas, motivadas por la conducta de la euforia. El desparpajo se unirá a la belleza de la tradición. Inevitable instante humano.

El desenfreno dará paso al libertinaje de los excesos. Vendrán a sus feudos algunos dipsómanos a proclamar sus quejas de corte volteriano contra la Iglesia católica. “…El vino es pendenciero, los licores insolentes…” (Proverbios, 20, 1).

No faltará el consumidor de ilusiones que haga del espectáculo de fuegos pirotécnicos un escalón más de su ensoñación. Sus camaradas bailarán con las amigas de su prójimo en un duelo de cornúpetas.

El coplero de Vélez con su tiple buscará posada de promesero al ritmo de sus tonadas. Los buhoneros de feria llegarán con sus cachivaches al hombro para disputarles a los culebreros un toldo donde vender las pócimas y los amuletos para la suerte en el año nuevo. Los desamores se enredarán entre las camándulas de tagua y las rifas sin talonario. La bromatología romperá las dietas y los juramentos. La música, estridente impondrá la pachanga en el patio frontal de la casa de la Chinca. En ese tiempo las formas de expresión se fermentarán bajo el sortilegio del sofisma. La despreocupación del furor donará la solución para la conciencia lacerada. La frase de los mil alivios se repetirá después de visitar el sagrario: “El que peca y reza empata”.

La Colombia delirante marchará a paso de peregrino enamorado. Será feliz a su manera. Celebrará la trifulca callejera con cohetes y luces. Los estupendos chalanes harán caracolear a sus potros delante de las hermosas damas. Cada familia aportará sus cuitas y sus versos al brindis de la esperanza.

La muchedumbre jugará su destino a los astros y visitará a la Santísima Virgen María de rodillas. La gente de alpargate irá a pedir perdón y milagros regados con lágrimas deslumbrantes. Los días de la desmesura a voluntad relevarán a las multitudes primeras. Los sujetos alocados, diáfanos y desfallecidos, volverán a sus hogares sin más recuerdos que su persistencia en la impiedad. Un contingente de criollos asombrados pasará junto al estruendo. Se asomará para contemplar unas danzas del rico legado de la tierra  y volverán a partir sin saber siquiera donde estuvieron.

La dignidad campesina, regada por totumadas de chicha, caminará por un ladito del recinto donde miles de viajeros celebrarán convulsos el torbellino de la pasión decembrina. La guabina, las esmeraldas, los corridos de la guascarrilera y la Virgen Morena se integrarán a un pueblo que solloza cuando está feliz…

La mujer, de ruana y corazón humilde, se descubrirá la frente. Apretará el sombrero ajado por las trochas polvorientas y entrará en riguroso silencio a la basílica. Allí se persignará y dormirá la juma de guarapo, después de cuatro días de excursión por los caminos reales de la cordillera oriental.

El próximo año regresará con la esperanza de encontrar un coliseo adecuado para la juerga. Mientras tanto, la dictadura de la libertad le colocará los grilletes de la parranda a un sitio que debería llamarse la Plaza de la Anunciación. Sí, ya es hora de cambiar la  estatua de un foráneo, que le da la espalda al Santuario, por un ángel de rodillas ante la Reina del Cielo y de la Patria.

2 comentarios:

  1. Me sorprende tristemente que aún en estas festividades no se respete las creencias religiosas y las costumbres de las regiones. Sin identidad ni respeto se repetirán estos actos de ignorancia y festejos desmedidos que insultan la fe y demuestran la pésima conducta propia de personas con una deficiente educación y sin gratitud ni aprecio por los Santuarios de la Patria.

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