lunes, 15 de diciembre de 2014

El significado de las antífonas de la O y la fiesta de la Expectación del Parto



Para calmar la impaciencia de nuestro espíritu, la Iglesia ha establecido la fiesta de la Expectación del Parto o la espera del divino alumbramiento. Esta fiesta fijada en el 16 de diciembre, continúa hasta Navidad. Desde el día precedente la Iglesia canta en las vísperas las grandes antífonas. Se llaman vulgarmente antífonas de la O, o las O de Navidad, porque principian con esta invocación. Imposible es tener fe y no entrar a recitarlas en los sentimientos que expresan, y unirse a los suspiros y gemidos de los Patriarcas. Estas antífonas expresan por su variedad las diferentes cualidades del Mesías y las diversas necesidades del linaje humano.

El hombre es desde su caída un insensato privado casi de razón y sin gusto hacia los verdaderos bienes; su conducta inspira horror y compasión y necesita la sabiduría. La Iglesia la pide para él con la primera antífona: O Sapientia: ¡Oh Sabiduría que saliste de la boca del Altísimo, que alcanzas tu fin con fuerza, y dispones todas las cosas con dulzura! Ven a enseñarnos la senda de la prudencia”.

El hombre es desde su caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso Libertador. La Iglesia lo pide para él con la segunda antífona: O Adonai: “¡Oh Dios poderoso y guía de la casa de Israel, que te mostraste a Moisés en la zarza encendida y le diste a ley del Sinaí!” Ven a rescatarnos con el poder de tu brazo”.

El hombre desde su caída está vendido a la iniquidad, y necesita un Redentor. La Iglesia lo pide para él en la tercera Antífona: O radia Jesé: “¡Oh raíz de Jesé, que está expuesta como una bandera a los ojos de las naciones, ante la cual guardarán silencio los reyes, y a la que ofrecerán los gentiles sus oraciones! ven a rescatarnos, no tardes”.

El  hombre es desde su caída un preso encerrado en la cárcel tenebrosa del error y de la muerte, y necesita una llave para salir. La Iglesia la pide con la cuarta antífona: O clavis David: “¡Oh llave de David, que abres y nadie cierra, que cierras y nadie abre! Ven y saca al preso de la cárcel, al desgraciado que yace en las tinieblas a la sombra de la muerte”.

Él es ciego desde su caída, y necesita un sol que le ilumine. La Iglesia lo pide para él con la quinta antífona: O Oriens; ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia! Ven y alumbra a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte.”

El hombre desde su caída está enteramente mancillado, y necesita un santificador. La Iglesia lo pide por él con la sexta antífona: O Sancte Sanctorum: ¡Oh Santo de los Santos, espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad! Ven a destruir la iniquidad y traer la justicia eterna”.

El hombre es desde su caída como una gran ruina, y necesita un restaurador. La Iglesia lo pide para él con la séptima antífona: O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones, Dios y Salvador de Israel, piedra angular que unes en un solo edificio a los judíos y a los gentiles! Ven y salva al hombre que has formado del barro de la tierra”.

El hombre desde su caída  ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las tiranías, y tiene necesidad de un legislador equitativo. La Iglesia lo pide para él con la octava antífona: O Emmanuel: “¡Oh Emmanuel, nuestro rey y Legislador, expectación de las naciones y objeto de sus deseos! Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”.

El hombre desde su caída es una oveja descarriada y expuesta al furor de los lobos, y necesita un Pastor que le defienda y le guíe a buenos pastos. La Iglesia lo pide para él con la novena antífona: O Pastor Israel: “¡Oh Pastor y dominador de la casa de David! Tú que eras en el principio desde el día de la eternidad, ven a apacentar a tu pueblo en toda la extensión de tu poder, y reina sobre él en la justicia y la sabiduría!”

¿Han oído cosa más interesante y completa que estas magnificas invocaciones? Nos parece que una de las mejores preparaciones para la fiesta de Navidad es el repetir con frecuencia estas bellas antífonas, empapándonos en los sentimientos que expresan. ¡Oh! Sí; si queremos pasar santamente el tiempo del Adviento, unamos nuestros suspiros a los de la Iglesia, los Patriarcas, los Profetas y justos de la antigua Ley; adoptemos alguna de sus ardientes palabras; que sea nuestra oración jaculatoria de cada día, y si es posible, de cada hora del día, para que Dios pueda decir de nosotros: He aquí un hombre de deseo, y nos atenderá. Si lo preferimos, elijamos entre las oraciones siguientes que son igualmente propias para formar en nosotros las disposiciones que pide la Iglesia: Te suplico, Señor, que envíes al que has de enviar, Ven, Señor Jesús, y no tardes; cielos ábranse y dejen que baje su rocío. Divino Niño Jesús, ven a nacer en mi corazón para desterrar de él al pecado y colocar tus virtudes.


Texto trascrito por José Gálvez Krüger 
Director de la Revista de Humanidades Studia Limensia
Para ACI Prensa y la Enciclopedia católica

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