jueves, 21 de enero de 2021

San José, el devoto de María

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

El santo del silencio se convirtió en el primer mariólogo después del Dios, trino y uno. Su tarea respetuosa soportó el desdoro y la gloria en un instante de su existencia. Dolor humilde.

La Santísima Trinidad acudió en su ayuda porque este varón justo, creyó oportuno no interponerse en la voluntad de su Señor. Sin embargo, sería él un colaborador insigne en la obra mesiánica.

“El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús”. (Mt 1, 20-21).

La respuesta a su obediencia lo encontró en la gruta de Belén. Era el padre putativo del Dios encarnado y protector de la Sagrada Familia.  Allí pudo contemplar una escena sublime e irrepetible: la maternidad divina de la Virgen María. José, defensor de aquel dogma.

“Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. (Lc 2,16).

Y sus faenas de patriarca silente encontraron la razón mariana del servicio al Mesías indefenso.

“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno”. (Lc 2,21).

El buen José, fiel a su misión paterna, y cumplidor de la ley por su herencia davídica tomó a su consorte y marchó al templo para dejar el testimonio de una profecía.

“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.  (Lc 2, 34-35).

Luego aquel hogar escribió una historia de coraje heroico sin par. María, la Madre Virgen, y el Niño Dios se confiaron a los cuidados absolutos de José en una peligrosa travesía por el desierto hacia una tierra de gentes paganas.

“El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. (Mt 2,13).

“…Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dice el Señor por el profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’…” (Mt 2,15).  “Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: será llamado Nazareno”. (Mt 2, 21-23).

La huida a Egipto y la aventura del retorno no lo pudieron preparar para responder a una pregunta de María Inmaculada: “¿dónde está Jesús?” El insondable martirio para los cónyuges debió estremecer al universo que les anunciaba un calvario.

“Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles”. (Lc 2, 44-46).

Después del episodio cruel, búsqueda y encuentro, José, el carpintero, construyó un lugar sencillo. La luz del amor divino alumbró con su ternura el cálido encanto de una bendición para un clan anónimo. Una mirada de su castísima esposa bastaba para que san José hiciera la voluntad de Dios, su Hijo.

1 comentario:

  1. Tu silencio contemplativo oh glorioso patriarca, al lado de la Madre Inmaculada, se constituye en la mejor escuela para aprender a vivir en la Voluntad Divina.

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