jueves, 28 de enero de 2021

Un recorrido con María por el Antiguo Testamento

 


 

Diácono Gonzalo Sandoval Romero.

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Summarium

 

La madre del Mesías Redentor aparece en el Antiguo Testamento como Prometida en el Génesis: a Adán, Abraham, Isaac, Jacob; en Éxodo, a Moisés y demás jefes del pueblo escogido, y en Isaías y en Miqueas. Vislumbrada, bajo diversas figuras tales como: el Arca de la Alianza, la esposa del Cantar de los Cantares, el Tabernáculo, la Nube del Carmelo, la Torre de David. Prefigurada, como encarnada en mujeres de particular relieve llamadas a desempeñar misiones o en la cadena genealógica del Mesías como Judit, Esther, Abigail, María, la hermana de Aarón, Tamar, Rayab, Betsabé y Ruth.

 

 

 

El A.T. presenta la semblanza de María bajo figuras e imágenes como: las de “Nueva Eva”, “hija de Sión”, “Pobre de Yahvé”, “Arca de la Alianza”, “Madre de Emmanuel”, etc.

 

Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como la Tradición, manifiestan la función de la Madre del Salvador en la economía de la Salvación.

 

Los del Antiguo Testamento narran la historia de la Salvación en la que paso a paso se prepara la venida de Cristo al mundo.  Estos primeros documentos tal como se leen en la Iglesia y como se interpretan a la luz de la Revelación ulterior dan plenas evidencias acerca de la figura  de la Mujer Madre del Redentor.

 

La función de la Madre del Salvador evidenciada a la luz de la Revelación, la encontramos bajo tres aspectos y diferentes interpretaciones:

 

§     La Prometida

§     La Vislumbrada

§     La Prefigurada

 

 

La Prometida

 

La primera promesa de salvación que leemos en el Antiguo Testamento es la de Génesis 3,15 “Enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje.  Ella te pisará la cabeza mientras asechas tú su calcañal”.

 

a.               Interpretación Naturista.  El texto recoge la etiología de la enemistad secular entre el hombre y la serpiente; es la interpretación mitológica del sentimiento del miedo que el hombre experimenta ante la serpiente, que parece acometer al hombre.

 

b.               Interpretación Ética. Representa la lucha entre el bien y el mal.

 

c.                Interpretación abierta a un sentido salvífico. Se considera con esta interpretación que el texto es salvífico, porque de una o de otra manera se afirma la victoria del bien sobre el mal que se logra por medio de Cristo.  En el marco de esta interpretación es donde cabe el contenido mariológico del Génesis 3,15.

 

 

Sentido Mesiánico

 

En los pasajes del Antiguo Testamento referidos a María hay que comenzar por descubrir su significado mesiánico, porque sólo en unión con Cristo puede advertirse en ellos la presencia de su Madre.  El sentido mesiánico se descubre cuando se produce explícita e implícitamente la victoria del bien sobre el mal realizada por un individuo, no por una colectividad; en Génesis, como la realización es de un individuo no de toda la colectividad, la oposición comienza entre dos individuos, la serpiente y la mujer.

 

La lucha continúa entre dos colectividades: el linaje de la serpiente contra el linaje de la mujer para concluir con dos individuos.

 

Vemos como queda patente en el texto que la victoria sobre el mal es por un descendiente del linaje de la mujer que no puede ser otro que el Mesías.  Si aceptamos este significado, vemos cómo estamos sometidos a muchas acechanzas; puede verse implícitamente anunciada la victoria mesiánica, para ello es necesario tener en cuenta todo el proceso histórico salvífico.  Veamos cómo la promesa hecha por Dios a Adán en el Paraíso se repite en Abraham (Gn 12, 1 ss), Isaac (Gn 26, 2-5), Jacob (Gn 28 13-15), Moisés (Ex 3) y los demás jefes del pueblo escogido.  Es la promesa de una tierra, un reino, una protección, una bendición, una salvación; puede decirse que esta profecía del antagonismo de dos poderes que se enfrentan es un esbozo de la historia de la salvación, cuyos hechos se enhebran en un Plan Salvador victorioso que conduce a un Mesías Libertador.

 

El autor deja ver su inspiración en una victoria conseguida por un libertador singular.  También vemos como la historia de la salvación es conducida por instrumentos de Dios y cómo se espera en el futuro ese gran libertador definitivo.

 

Es el Nuevo Testamento que nos revela que Cristo es el vencedor y por Él, nosotros (Rom 16, 20).

 

 

Sentido Mariológico

 

Parece evidente que la mujer que aparece en Gn 3,15 ss no es otra que Eva.  Es importante notar cómo se le da importancia a la mujer en la enemistad con el mal y su participación en la victoria, por eso hay que distinguir dos planos: El primero o más superficial apunta a Eva; el más profundo prefigura o alude a otra mujer, cuyo papel en la enemistad con el demonio y la lucha contra él ha sido verdaderamente relevante.  En el cumplimiento de la promesa en el Nuevo Testamento, encontramos una mujer,  “llena de gracia”,  al lado del Redentor: MARÍA.

 

Desde el siglo II los Padres de la Iglesia establecieron el paralelismo Adán – Cristo  con las mujeres asociadas: Eva y María.  La primera, desobedeciendo se constituyó en causa de muerte para sí y para todo el género humano.  María obedeciendo, fue la causa de la vida para todos los hombres.  Muchos Padres de la Iglesia, al explicar la relación entre Gn 1, 3-15 y Lc 1, 28 comentan que la profecía se cumplía de una manera perfecta, sólo en María; en Eva, únicamente de una manera imperfecta.

 

Tanto el Papa Pío IX en la bula definitoria de la Inmaculada Concepción como Pío XII en la Asunción de María recurren a este argumento Bíblico – Patriótico de la asociación de María a la obra de redención, profetizada ya en el protoevangelio.

 

Otra famosa promesa en el Antiguo Testamento es la que se encuentra en Isaías 7,14: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”.  Se trata del anuncio como garantía de que Yahvé salva a su pueblo.  El signo es el nacimiento del hijo de una doncella (la Virgen es traducción griega de ha_almah, hebreo, con artículo determinado, lo que lo hace aún más significativo, pues no es cualquier doncella o virgen la que va a parir).  Emmanuel, significa “Dios con nosotros” como se lee un poco más adelante en el mismo Isaías (8,10).

 

Se trata de expresiones plenamente mesiánicas: Dios salva a Judá con este niño que nacerá de la doncella; en el Evangelio de San Mateo 1, 22-23 se evoca este texto para hacer ver que ya estaba anunciada proféticamente la concepción virginal de Cristo en el seno de la Virgen María.

 

Las expresiones del capítulo 9 de Isaías, en que se llama al Niño que nos ha nacido y nos ha sido dado: Admirable-Consejero, Dios-Poderoso, Siempre-Padre, Príncipe de la Paz, forman parte de un himno de entronización, en que se cantan los atributos de un rey ideal, a quien se espera en el futuro.  Isaías se expresa como un perfecto profeta para indicar la certeza de un acontecimiento futuro.

 

El profeta Miqueas escribe después de Isaías.  Su vaticinio parece un reflejo de Isaías.  Los dos anuncian el nacimiento del libertador de la Invasión Asiria (Is 9, 5-6, 7, 16 y Mq 5, 1-5), los dos hablan de una desolación del pueblo que dura hasta la llegada del libertador (Is 7, 18, 18 ss y Mq2 5 2-4).  Los dos anunciaron la madre que va a dar a luz al dominador que salvará al Rebaño de Dios (Is 7, 14 y Mq 5, 1).

 

Mateo ve cumplido este oráculo en el nacimiento de Cristo en Belén, según la respuesta de los sumos sacerdotes y escribas de Jerusalén a la consulta del Rey Herodes interrogando a los magos (Mt 2, 1-6).

 

En Miqueas 5, 1-3 dice: “Mas tú Belén de Éfrata aunque eres la menos entre las familias de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel y cuyos orígenes son de antigüedad desde los días de antaño.  Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz”.  Todo el pueblo tenía la convicción, como se demostró el día de la llegada de los magos a Jerusalén, que el Mesías habría de nacer en Belén, de donde el alboroto de toda la gente (Mt 2, 1-6).  Según esto, la “parturienta”, o “la que ha de dar a luz” no es otra que María, la Madre del Mesías.

 

 

Vislumbrada

 

Los cristianos deben leer el Antiguo Testamento para reflexionar sobre la Virgen, personificación de un colectivo especial, escogido, depositario de promesas de preferencias divinas.

 

La figura de María en Lumen Gentium dice: “Sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de Él la salvación.  Finalmente con ella misma, Hija Excelsa de Sión, tras la prolongada  espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía al tomar de Ella la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de liberar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad (n-55).

 

La conciencia de María de pertenecer a los humildes, sencillos y pobres, que de ninguna otra parte podría provenir para María sino de su formación en el Antiguo Testamento, la manifiesta en su respuesta al mensaje “Yo soy la sierva del Señor” y en las expresiones del MAGNIFICAT  sobre la humildad y pequeñez de su sierva.  Por su parte, la Hija de Sión, figura del pueblo elegido, lleva la promesa que se cumplirá en la plenitud de los tiempos.

La excelsa Hija de Sión aplicada por excelencia a María es propia del Vaticano II:

La gran revelación de los tiempos nuevos es la Hija de Sión, madre de un pueblo real, sacerdotal, profético.  Los privilegios de María, su misión, tienen siempre como fin a Jesús.  En esta perspectiva se coloca el aporte de la Hija de Sión en el Antiguo Testamento no se agota, sino que se actualiza en MARÍA.

 

Ella es el Israel cualitativo, el Arca de la Alianza Escatológica, por ser Madre del Mesías.  El redescubrimiento del tema de la Hija de Sión supone un esfuerzo de investigación no solo para los católicos sino también para las Iglesias Ortodoxas y Reformadas.

 

 

Prefigurada

 

En los libros del Antiguo Testamento, tal como se interpretan a la luz de la revelación posterior y como los lee e interpreta la Iglesia, se perfila la vida de María de varias maneras. a) En llamamientos – vocaciones que requieren una respuesta de fe.  b) Como encarnada en mujeres de particular relieve en el colectivo del pueblo escogido, llamadas a desempeñar misiones en la historia del mismo pueblo o participantes en la cadena genealógica del Mesías.  c) En objetos o hechos que permiten vislumbrar aspectos de la relación María – Cristo o María Iglesia.

 

 

Llamamiento – Vocaciones

 

En el Antiguo Testamento hay una historia de fe, acompañada de exigencias de fe.  Es la de Abraham.

 

Por vocación se entiende una llamada de alguien a alguien para algo.  En este caso la iniciativa es de Dios, el destinatario es Abraham, el objeto, los designios divinos sobre la historia y la vida del Patriarca, para lo cual debe asumir un sacrificio doloroso como, la muerte: dejar su pueblo (Gen 12), sacrificar a su hijo único (Gen 22) y sobre todo, debe acoger como veraz a Dios, que lo llama.  La respuesta es global: Cree y cumple, “toma a tu hijo, a tu único hijo, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécelo allí en uno de los montes, el que yo te diga” (Gen 22, 2).

 

El Patriarca que confiaba en la promesa hecha por Yahvé, de tener una gran descendencia y ser padre de un pueblo, sentía por otra parte la contradicción de la inmolación de su hijo al Señor que le exigía.  Se puso en camino y esperó contra toda esperanza” (Rom 4, 18).  Abraham es la figura, en su fe.

 

En continuidad con el modo de ser de Dios, que se manifiesta constante en su proyecto salvador, María, como Abraham, ofreció a su hijo en el templo, con un ofrecimiento que llegaría a su cima en el Calvario: Jesús es el “Primogénito” ofrecido como Isaac pero no perdonado; además, todo primogénito hebreo era signo de la “liberación” de la esclavitud.  Los primogénitos hebreos en Egipto fueron perdonados, mientras Jesús, primogénito del Padre y por tanto primogénito por excelencia, no fue perdonado, y a precio de su sangre nos ha ganado la nueva y definitiva liberación.

 

María se nos presenta no sólo como aquella que se somete a las leyes que mandan la oblación del primogénito y la purificación de la madre, sino también y sobre todo como tipo y modelo de la aceptación y de la oblación: acoge al Hijo del Padre para ofrecerlo por nosotros.

 

Así, Jesús es en su humanidad “la descendencia de Abraham” (Gal 3,16) no solamente según la carne y la sangre (Mt 1, 1),  (Lc 3, 34), sino también la fe: una fe israelita en la cual desde su infancia, fue educado por Maria su madre.

 

 

MUJERES FIGURAS DE MARÍA

 

No debemos pretender ver a María en todas las mujeres que sobresalen en el Antiguo Testamento.  Tampoco conviene ver en ellas una contraposición femenina, no es justo ni conveniente ver en estas formas la trascendencia de la Palabra de Dios, el mismo que creó al hombre y a la mujer.  Sobre toda condición sexual, hay que entender lo que Yahvé realizó en distintas mujeres israelitas o en su pueblo por mediación de ellas, aprender cómo actúa el Señor salvíficamente según su proyecto a favor nuestro para entender luego un poco mejor la elección de María y la obra que en ella y por ella tuvo como protagonista al Altísimo.

 

Las  mujeres de la Biblia, las figuras de María, al mismo tiempo son imágenes de mujer e imágenes de un pueblo.  Esas mujeres independientemente de la veracidad de su existencia histórica, realizaron hazañas extraordinarias capaces de salvar al pueblo de diferentes maneras y en diversas situaciones.

 

A través de sus actos se revela la fuerza de Dios que salva al pueblo.  Se revela no solo la resistencia y lucha de las mujeres, sino la resistencia y lucha del pueblo.  En las que llenas de defectos humanos, entran por disposición divina en la ascendencia mesiánica, se manifiestan los caminos misteriosos de Dios en la preparación de la Encarnación, y en las condiciones de ellas, por contraste de algunas anti-figuras de María.

 

Tamar fue una mujer cananea, esposa del primogénito de Judá, ER así se llamaba, murió sin dejar descendencia de su esposa, por lo cual la dió a su segundo hijo Onán, quien no quiso cumplir con su deber de marido y desperdiciaba el semen, por lo que el Señor lo hizo morir.  Judá, temeroso de que acaeciere otro tanto al tercer hijo, despidió a su nuera Tamar quien, disfrazada de prostituta, y con el rostro cubierto, sedujo a su suegro y con él concibió a Fares.  A través de esta generación, Tamar queda incorporada entre los antepasados de Jesús (Cf. Gen 38, 6-30; Mt 1,3).

 

María, profetiza y hermana de Aarón.  “Tomó en sus manos un tímpano y todas las mujeres la seguían con tímpanos y danzando en coro, y María les entonaba el estribillo: cantad a Yahvé pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro” (Ex 15, 20).  El canto y la alabanza de las mujeres es el canto y la alabanza del pueblo.  María representa a la mujer y al pueblo capaces de dar gracias después de una experiencia salvífica concreta.

 

Rayab era una prostituta pagana de Jericó, quien hospedó y protegió a los espías que había enviado Josué.  Protegida a su vez por los israelitas después de la toma de Jericó por orden de Josué, se unió a uno de los espías, desconocido, y con él concibió a Booz, quien también, según la genealogía de Jesús, del evangelio de San Mateo, es ascendiente de Jesús.  Así, la ramera Rayab entra en los antepasados del Mesías (Cf Jos 2, 1-21; 6, 22-25; Mt 1,5).

Ana, esposa estéril de Elcaná, engendra al Juez Samuel, el cual desde su más tierna infancia se consagra al servicio de Dios y del pueblo.  Ana es mujer, pero es también el pueblo capaz de engendrar a sus servidores, servidores al mismo tiempo del Señor.  El evangelista Lucas la ha relacionado igualmente con el misterio de María, al poner en boca de ésta el Magnificat, en gran parte calcado del himno que en gratitud pronuncia Ana (1, Sam 2, 1-10).

 

Tanto en este caso como en otro de mujeres estériles como Sara, la esposa estéril y vieja de Abraham, vemos la intervención de Yahvé para provocar el nacimiento de hombres destinados a una misión importante en la historia de Israel.

 

Betsabé era la mujer de Urías el hitita, de la que se enamoró David y con ella cometió adulterio, e hizo morir en la guerra a su esposo para quedarse con ella.  En castigo por ambos pecados, el hijo de la unión murió enseguida.  Un segundo hijo fue Salomón quien, por intrigas de la misma Betsabé, fue el heredero del trono y por consiguiente de la ascendencia del Mesías (Cf 2 Sam 11; 1 Re 1, 11-31; Mt5 1, 6-7).

 

Los tres nombres que siguen corresponden también a libros del Antiguo Testamento, son mujeres por cuyo medio Yahvé realiza designios para su pueblo.

 

Ruth: Es una moabita, es decir, extranjera, despreciada por los hebreos.  Ha sido idealizada por el libro que lleva su nombre, como mujer modelo de fidelidad, de fe  y de dulce carácter.  Elimelec, su mujer Noemí y sus dos hijos acosados por el hambre que dominaba a Judá, emigraron a Moab.  Allí se casó el menor con Ruth la Moabita.  Elimelec y el joven esposo de Rut murieron; entonces Noemí regreso a Belén, llevándose consigo a Ruth y al otro hijo,  siendo muy pobres, tenían que ir a espigar lo sobrante de un campo de trigo.  Allí Ruth se relacionó con Booz, dueño de uno de estos trigales quien, cumpliendo la Ley del Levirato por la muerte del esposo de Ruth y del  hermano de éste, la tomó como esposa, pues era el pariente más cercano del difunto esposo y del otro hermano fallecido.  De este matrimonio nació Obed, abuelo de David y, por consiguiente, ascendiente de Jesús.  (Cf Ruth  4, 18-22; Mt 1, 5-6).

Mas no solamente por esta razón de ascendencia davídica y mesiánica.  En el libro se ve clara la intervención de Yahvé al enderezar la línea davídica del Mesías, valiéndose de una mujer pobre y extranjera.  El fruto de la fecundidad de Ruth lleva el sello divino: Dios “hizo que Ruth concibiera”, “es prenda de la esperanza y de la restauración futura, y sobre todo de la perpetuidad de la dinastía davídica”.  Ruth a su vez, simboliza al pequeño pueblo a punto de extinguirse, pero que finalmente, sobrevive gracias a la continuidad de la generación y la garantía de una descendencia.

 

Judit.  El libro de Judit es una parábola sobre la victoria del pueblo frágil simbolizado en la figura de una mujer.  El autor, probablemente de época muy tardía prescinde de las perspectivas históricas para presentar una especie de síntesis de acontecimientos nacionales que revelan la fragilidad del pueblo de Israel y el poder de Dios que lo defiende de todos los poderes del mal, personificados en Holofernes, militar poderoso y sensual, en esta ocasión por la mano de una mujer, Judit, nombre que significa Judía, con sus encantos femeninos, a los que Dios añade otro más.  En esta  victoria Judit se identifica al mismo tiempo con el pueblo de Dios y lo representa, así como María se identifica con la Iglesia y la representó en la cooperación a la Redención.

 

Ester es otro libro épico en el que encontramos otro detalle de la liberación del pueblo por parte de Yahvé, a través de esa mujer.  Ester, que llega a ser esposa de Jerjes (Azuero), se convierte en reina y su intervención ante el rey salva a los judíos de su exterminio, simbolizando la asistencia continua de Dios en la historia humana, particularmente su protección con los humildes y perseguidos.  Varios de los textos de este libro, así como el de Judit, han merecido entrar en la liturgia mariana con mucha propiedad.

 

La liturgia ha empleado en sus libros otras diversas figuras acomodaticias de María tomadas del Antiguo Testamento, tales como la Esposa del Cantar de los Cantares, el Arca de la Alianza, el Tabernáculo, la Nube del Carmelo, la Torre de David.  Su aplicación piadosa a la Virgen se encuentra por lo general, en diversas letanías.

 

La imaginación nos llevaría a un maximalismo más propio de la poesía que de una reflexión teológica sobre la Virgen si pretendiéramos seguirlas todas.

 

La visión de las mujeres bíblicas como imágenes del pueblo, así como de todos los tipos de que nos habla Lumen Gentium No. 55, ayuda a comprender a la luz del Nuevo Testamento y de la reflexión de la Iglesia, la “prolongada espera de la promesa”, que había de realizarse en el seno de María, llegada la plenitud de los tiempos.

 

En el Antiguo Testamento, Yahvé es el creador del pueblo.  El entra en el pueblo de Israel como salvador.

 

En el Nuevo Testamento el Nuevo nace ligado al Antiguo.  Nace de las esperanzas del antiguo, pero fundamentalmente “irrumpe” desde Dios.  María, imagen de ese pueblo que espera, recibe a Dios en su seno; o, en otros términos, el pueblo se convierte en morada de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. En María se cumplen las expectativas del Antiguo Testamento llegando a la perfección requerida para ser elegida como Madre del Mesías.

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