jueves, 20 de julio de 2023

María, la Señora del Campo y el pontón

 



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Como el lirio entre los espinos, así es mi amada entre las doncellas”.  Ct 2 1,2

Nuestra Señora del Campo es la advocación raizal que ocupó el primer lugar en la conversión de un tiempo de colonización y evangelización. Dinámica de las culturas bogotanas.

Su historia, tallada en roca, abrió el siglo XVII a un punto de tránsito entre la puerta norte de la ciudad, recoleta de San Diego, y la enorme Sabana repleta de labrantíos. La efigie de María Inmaculada a medio terminar por su escultor, Juan de Cabrera, fue desechada. La columna sirvió de puente sobre la quebrada La Burburata. Los botines de los nobles hacendados, el pie enjuto del indígena sometido y el alpargate del campesino mestizo pasaron sobre aquella rara pieza mariana.

Mientras el conjunto social andaba en su bullicio abigarrado de emociones, costumbres castellanas y rezos profanos el misterio divino tejía sus milagros. Cascos, pasos y pisadas se volvían ecos de singular y anónima súplica.

María Santísima se había constituido en el viaducto entre dos cosmogonías de circunstancias opuestas. La civilización ibérica y la cultura muisca convergían en la liturgia pura oficiada en la naciente catedral. Choque de holocausto contra los marcados residuos paganos, herencia vigente en las trochas ancestrales de sus mayores.

Debajo de aquella senda, improvisada estructura de columna labrada, las aguas anegadas en su soberbia reclamaban almas para la perdición. Las turbulencias de los pecadores fueron doblegadas por la intercesión humilde de la esclava postrada en el abandono. La imagen llamó la atención del cielo, los campos y el convento franciscano. Luces celestes iluminaron el derrotero de la naciente Santafé de Bogotá hacia una fe irrigada por la sangre del Corazón de Jesús.

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