jueves, 27 de julio de 2023

La Virgen del Campo, devoción y usanza


 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana


“Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué”. (1Co 11,2).


Los hijos de Tisquesusa aprendieron la avemaría a los pies de una estatua de la Virgen María. Los mayores les enseñaron a venerarla con ceremonias de gala escoltadas por alabarderos y documentos sellados con bula.

El Cabildo de Santafé, los oidores de la Real Audiencia, los arzobispos, los virreyes y la nobleza del pueblo anónimo le dieron un título que abarcó sus linajes y la magnitud del acervo clásico de la solera. Así, los bogotanos fueron arropados desde la cuna con el manto de la humildad mariana. Tarea materna que sustentó la historia y el testimonio por antonomasia de una ciudad fundada bajo el amparo de la Inmaculada Concepción, su Hijo y su cruz.

La consecuencia de la devoción a la Madre Dios encontró el sustento en el arte y la fe. La Virgen de la Recoleta de San Diego mostró su predilecta intercesión por los mayores en virtud, doctos sacerdotes, santos obispos y la administración virreinal, hija de la conquista y su evangelización.

Los favores celestiales se derramaron sobre una nación en fase de gestación. La cultura del agro en las ricas dehesas sabaneras y el emblemático nogal, como principio de una sociedad andina, dieron paso a un diálogo íntimo del alma aldeana con su Señora del Campo.

Las necesidades, salud y alimento, encontraron respuesta en el prodigio que atendía una súplica. La mediación omnipotente de la Reina del Rosario obtenía la merced, un don que los habitantes del siglo XVII pudieron construir y comprender, el milagro de la roca.

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