Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“José hizo como
el ángel del Señor le había mandado”. (Mt 1,24)
El misionero
vicentino Gabriel Eduardo Alfonso Pérez recordó que los viajes familiares de su
infancia pasaban muy cerca del Santuario de Nuestra Señora de la Peña. La flota
que iba por la ruta a Choachí tomaba una curva ascendente que le permitía
contemplar una capilla blanca. Al preguntarle a sus mayores por la edificación
le contestaron: “allá vive la Patrona de Bogotá”.
La niñez de los
años sesenta se convirtió en adolescencia. La juventud lo llevó por las bellas
rutas de la geografía nacional donde encontró las escuelas profesionales que
modelaron su existencia, el periodismo y su devoción por san José.
Esa veneración por
el patriarca de Nazaret lo invitó a conversar con este medio sobre las tareas
fundamentales del carpintero en la historia de la Virgen de la Peña, su esposa.
Alfonso hizo
énfasis en el acto institucional que la escultura guarda sobre las tradiciones
de la capital. Su hallazgo, sobre el escarpado cerro del Aguanoso, dejó una
huella imborrable en la crónica urbana de la antigua Santa Fe, la Perla de los
Andes.
La impronta del
milagro marcó el derrotero de un pueblo alejado del mar y aislado, entre las
arrugas orográficas de la cordillera, de los rumbos del progreso. Sin embargo,
los senderos precolombinos de los páramos pronto se colmaron de promeseros que
subían al Reino para contemplar la maravilla, el rostro mariano de la montaña.
Y es justamente
aquí, donde la observación profunda de aquel prodigio, permite al señor Alfonso
descifrar los secretos encantos de la imagen. San José le ofrece a Jesús, por
medio del fruto del granado, la capital del Nuevo Reino de Granada. María, la
Virgen prudente, permanece expectante. Ella respeta la conversación de José con
su Hijo. La Inmaculada comprende y promueve la misión que existe en la
comunicación paternal de José con su amadísimo Niño.
De ese diálogo
benigno surge una condición exclusiva que convierte a la advocación en una
edificadora de la identidad cultural de la metrópoli. La Reina del Cielo y su
familia ejercen un patronazgo divino sobre la Ciudad del Águila Negra.
Así, el humilde
oficio de san José, el de hacer las obras perfectas, se traduce en el arte de
sus manualidades. Técnica que ayuda a construir una sociedad civil justa bajo
los esbozos del sagrado ebanista. Su tarea debe perdurar en el tiempo al tener
como ejemplo a una trinidad de santidad en la tierra: Jesús, María y José.
El varón virtuoso
se convirtió en el protector de Bogotá. Su rostro, de gesto noble, pareciera
decir, desde el cerro de los Laches, “salve, urbe capitolina, soy tu defensor”.
La interpretación de la postura del conjunto escultórico le autoriza a indagar
y descubrir un aspecto místico, el de un legado escrito en piedra, explicó el
devoto.
Para el fervoroso
josefino existe un último punto escondido en la simbología de las formas de las
estatuas. Se trata de la postura silente de María y su proverbial prudencia.
Ella concede que su Hijo unigénito reciba el legado de su padre putativo en
esta tierra sabanera. Esa rica herencia se comprende mejor con una frase
síntesis: “Hazle a san José el patrono de tu familia y pronto tendrás una prueba
tangible de su mano protectora”. San Pedro Julián Eymard.
San José santo custodio de tierras bogotanas...algo olvidadiza
ResponderEliminarSan José bendito educa verdaderos hombres para Dios y protege nuestras familias y nuestra fe de tanta ingratitud.
ResponderEliminarSan José de la Peña, misterio bogotano
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