¿Es el uso de los sacramentales una práctica olvidada en la Iglesia ?
Diana Alzate
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana
Hace varios años, cuando era adolescente, llegó a mis manos un artículo interesante de un sacerdote católico[1] en el que planteaba la labor de evangelización y catequesis que ejercía con los jóvenes en la década de los noventa. En él, resaltaba la importancia de rescatar la identidad del bautizado de una manera didáctica en los distintos grupos juveniles con los sacramentales (escapulario). Durante varios años redescubrió su profunda riqueza, logró sacar adelante a diversos jóvenes en conflicto y de peligros inminentes.
Fue tal el interés que este tema despertó en mí, que desde ese tiempo he venido investigando sus orígenes, conociéndolos y aprendiendo su verdadera importancia en nuestra vida como cristianos, y particularmente, reconocer que tan valioso sería rescatar esta práctica de una manera adecuada, dar a conocerlos especialmente entre nuestros niños y jóvenes tan necesitados de esperanza como un signo de identidad cristiana (como nos lo enseña la Iglesia Católica ). Éste es el propósito de este escrito.
Casi siempre en nuestras culturas latinas los objetos se impregnan de cierto poder y superstición a manera de magia como amuletos y fetiches. En contraposición a ellos la Iglesia nos presenta los sacramentales como signos sagrados que representan los efectos espirituales obtenidos por las oraciones de la Iglesia (Canon 1166).[2] Es decir, recordemos que los sacramentales vienen de la palabra “sacramento”, recibimos los sacramentos por Jesús y quien nos da los sacramentales es la Iglesia. Ambos -los sacramentos y los sacramentales- nos otorgan “gracia”. Los sacramentos nos dan la gracia a través del poder de Jesús, los sacramentales dan gracia a través de las oraciones de la Iglesia y la fe de quienes los reciben. Claramente encontramos en san Marcos el relato de la historia de la hija de Jairo y de una mujer hemorroisa quienes fueron curadas por su fe (Mc 5,21-43). Los más conocidos sacramentales son: La señal de la cruz, el agua bendita, el escapulario, las medallas, el rosario, el Vía Crucis y la lectura de las Sagradas Escrituras.[3]
Por el momento, me restrinjo a hablar un poco acerca del escapulario y la Medalla Milagrosa.
“Un joven que lleva el escapulario demuestra su compromiso y fidelidad a María, a la usanza de los caballeros de la Edad Media. María es la santa mujer de quien san Bernardo decía que “arrebata los corazones”. A pesar que el Concilio Vaticano II alaba y recomienda el uso del escapulario de Nuestra Señora del Carmen, muchas personas dejaron de usarlo y propagarlo por algún tiempo. Parece ser que su uso fue suprimido por los reformadores radicales que después del Concilio pretendieron (y casi lograron) desaparecer muchas prácticas religiosas y costumbres litúrgicas de la piedad cristiana. Los padres deben exhortar a sus hijos a llevar el vestido de María y a orar para que nuestros sacerdotes y religiosas fomenten parte de esta santa práctica. Estoy convencido de que a través del escapulario de Nuestra Señora, nuestros jóvenes se abrazarán con fervor y entusiasmo”.[5]
Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos.
[1] MC AFEE, R.P Franklyn M. “Para los jóvenes de hoy: El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen”. Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III No 4, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey, julio-agosto de 1991. Págs. 37 y 38.
[2] BAC, CDC. Pg. 566
[3] SHAMON, R.P. Albert J. “¿Qué es el Escapulario?, Nuestra Señora nos instruye acerca de los sacramentales y objetos benditos”, The Riehle Foundation, Págs. 25 a 28
[4] EL Catolicismo, “Fiesta de Nuestra Señora del Carmen”, Ed. 3523 Especial Catedral 11 al 24 de julio de 2010 Pág. 16. Sitio Web: www.elcatolicismo.com.co
[5] MC AFEE, R.P Franklyn M. Op. Cit.
[6] DIRVIN, Joseph, C.M. “La Medalla de Nuestra Señora” Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III No 6, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey, nviembre – diciembre de 1991. Págs. 27 a 29.
Que lindo articulo!
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