jueves, 17 de mayo de 2012

¿Es el uso de los sacramentales una práctica olvidada en la Iglesia?
Diana Alzate
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana
Hace varios años, cuando era adolescente, llegó a mis manos un artículo interesante de un sacerdote católico[1] en el que planteaba la labor de evangelización y catequesis que ejercía con los jóvenes en la década de los noventa. En él, resaltaba la importancia de rescatar la identidad del bautizado de una manera didáctica en los distintos grupos juveniles con los sacramentales (escapulario). Durante varios años redescubrió su profunda riqueza, logró sacar adelante a diversos jóvenes en conflicto y de peligros inminentes.
Fue tal el interés que este tema despertó en mí, que desde ese tiempo he venido investigando sus orígenes, conociéndolos y aprendiendo su verdadera  importancia  en nuestra vida como cristianos, y particularmente, reconocer que tan valioso sería rescatar esta práctica de una manera adecuada, dar a conocerlos especialmente entre nuestros niños y jóvenes tan necesitados de esperanza como un signo de identidad cristiana (como nos lo enseña la Iglesia Católica). Éste es el propósito de este escrito.
Casi siempre en nuestras culturas latinas los objetos se impregnan de cierto poder y superstición a manera de magia como amuletos y  fetiches. En contraposición a ellos la Iglesia nos presenta los sacramentales como signos sagrados que representan los efectos espirituales obtenidos por las oraciones de la Iglesia (Canon 1166).[2] Es decir, recordemos que los sacramentales vienen de la palabra “sacramento”, recibimos los sacramentos por Jesús y quien nos da los sacramentales es la Iglesia. Ambos -los sacramentos y los sacramentales-  nos otorgan “gracia”. Los sacramentos nos dan la gracia a través del poder de Jesús, los sacramentales dan gracia a través de las oraciones de la Iglesia y la fe de quienes los reciben. Claramente encontramos en san Marcos el relato de la historia de la hija de Jairo y de una mujer hemorroisa  quienes fueron curadas por su fe (Mc 5,21-43). Los más conocidos sacramentales son: La señal de la cruz, el agua bendita, el escapulario, las medallas, el rosario, el Vía Crucis y la lectura de las Sagradas Escrituras.[3]
Por el momento, me restrinjo a hablar un poco acerca del escapulario y la Medalla Milagrosa. 
El uso adecuado del escapulario se remite a un símbolo visible de nuestra devoción a la Madre de Dios, ya que el escapulario es parte del vestido de María (como Ella lo ha revelado a san Simón Stock   el 16 de julio de 1251 en Aylesford- Inglaterra). “El privilegio de portar el escapulario se extendió a aquellos que se hicieron miembros de la Cofradía de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Para ellos se abrevió la forma del escapulario,  hasta quedar como la  usada hoy en día por los miembros de la Cofradía. Desde entonces, se difundió esta devoción y el uso frecuente del santo escapulario del Carmen. El escapulario consiste en dos pedazos de tela rectangulares (“librea”, uniforme de servicio) atados por dos cordones. Se usa sobre los hombros de tal manera que uno de los trozos de la tela permanezca sobre el pecho y el otro sobre la espalda (protege por delante y por detrás) de quien lo usa. Los cordones que pasan por nuestros hombros uniendo las dos piezas de lana, han sido comparados frecuentemente con los brazos de Nuestra Señora puestos amorosamente alrededor de sus hijos. En él tenemos un recordatorio constante de la protección materna y nos invita con frecuencia elevar nuestro corazón a Dios. Su color café sombrío despojado de toda vanidad, es una señal de humildad y modestia; su tela burda de lana es un símbolo de penitencia cristiana. La importancia del escapulario radica en su significado espiritual pues como sacramental proporciona la gracia según las disposiciones de quienes lo visten. Su uso es una profesión de fe en las enseñanzas de la Iglesia católica y un acto de esperanza y confianza en el poder intercesor de Nuestra Santísima Madre”.[4]
“Un joven que lleva el escapulario demuestra su compromiso y fidelidad a María, a la usanza de los caballeros de la Edad Media. María es la santa mujer de quien san Bernardo decía que “arrebata los corazones”. A pesar que el Concilio Vaticano II alaba y recomienda el uso del escapulario de Nuestra Señora del Carmen, muchas personas dejaron de usarlo y propagarlo por algún tiempo. Parece ser que su uso fue suprimido por los reformadores radicales que después del Concilio pretendieron (y casi lograron) desaparecer muchas prácticas religiosas y costumbres litúrgicas de la piedad cristiana. Los padres deben exhortar a sus hijos a llevar el vestido de María y a orar para que nuestros sacerdotes y religiosas fomenten parte de esta santa práctica. Estoy convencido de que a través del escapulario de Nuestra Señora, nuestros jóvenes se abrazarán con fervor y entusiasmo”.[5]
Las medallas se otorgan a los militares. Evocan actos de heroísmo y valentía. Así, María dio a santa Catalina Laboure una medalla para recordarnos su Inmaculada Concepción y su poder de intercesión para obtener gracias a nosotros, sus hijos. “La medalla milagrosa es una poderosa señal, profunda y rica en doctrina, ardiente y milagrosa en su auténtica devoción. La medalla nos introduce en las maravillas de María y su Inmaculada Concepción.  Es  uno de los tres sacramentales (los otros dos son el rosario y el escapulario del Carmen) honrados con una festividad y oficio propio en el calendario litúrgico. En su liturgia encontramos algunas referencias a la Sagrada Escritura. Por ejemplo: “Serán para ti como una señal ligada a tu mano, un signo puesto en medio de tu frente”. (Dt.11, 18) o “Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ésta te pisará la cabeza mientras tú te abalanzarás sobre su talón” (Gn. 3,15). Vemos como en la medalla milagrosa, al frente se representa a Nuestra Señora aplastando con su pie la cabeza de la serpiente antigua. Finalmente, “Apareció en el cielo una señal grandiosa: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap. 12,1). Este pasaje queda representado en el dorso de la medalla, a través de las doce estrellas del reverso. La medalla es un profundo compendio de teología. Nos enseña la doctrina de la Inmaculada Concepción en su representación de la serpiente vencida por la Madre de Dios, y la inscripción “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”. Al mismo tiempo, las manos de Nuestra Señora inclinadas hacia abajo con el peso de las gracias que derrama sobre la humanidad, se refieren a la doctrina de María, mediadora de todas las gracias, una doctrina aún no definida por la Iglesia pero teológicamente cierta (…) aún más importante resulta la intimidad con la Madre de Dios que resulta en aquellas personas que llevan la medalla con devoción. La medalla debe llevarse al cuello. La Virgen no pidió a santa Catalina la construcción de un santuario, como en otras apariciones. Y es que la medalla es su santuario personal para quien la lleva, por eso la Iglesia recoge ese sentimiento de unión personal con María al conceder una vez se impone la primera medalla bendecida”.[6]  Finalmente, hagamos eco de las palabras de santa Catalina quien aprendió de las visitas de la Santísima Virgen: ¡Cuán correcto era rezar a la Santísima Virgen, y cuán generosa Ella era para con los que le rezaban, qué gracias maravillosas, Ella daba a los que se las pedían, y con cuánta alegría Ella las dispensaba!         
Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos.



[1] MC AFEE, R.P Franklyn M. “Para los jóvenes de hoy: El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen”. Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III  No 4, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey, julio-agosto de 1991. Págs. 37 y  38.
[2]  BAC, CDC. Pg. 566
[3] SHAMON, R.P. Albert J. “¿Qué es el Escapulario?, Nuestra Señora nos instruye acerca de los sacramentales y objetos benditos”, The Riehle Foundation, Págs. 25 a 28  


[4]  EL Catolicismo, “Fiesta de Nuestra Señora del Carmen”, Ed. 3523  Especial Catedral 11 al 24 de julio de 2010   Pág. 16.  Sitio Web: www.elcatolicismo.com.co
[5]   MC AFEE, R.P Franklyn M. Op. Cit.
[6]  DIRVIN, Joseph, C.M. “La Medalla de Nuestra Señora”  Revista Alma Mariana, Apostolado Mundial de Nuestra Señora de Fátima, Vol. III  No 6, Mon. John B. Szymanski, Censor Diocesano de Metuchen, Nueva Jersey,  nviembre – diciembre  de 1991. Págs. 27 a  29.

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