jueves, 10 de mayo de 2012

Homenaje a Nuestra Señora de Fátima

Oración pronunciada por su autor, con motivo de la bendición y entronización de la bella imagen en el templete levantado en la Plazuela de El Placer. (Municipio de Popayán, Valle del Cauca). Popayán 1953.

Excelentísimo señor Arzobispo de Popayán; señor doctor Laureano Mosquera, cura párroco de San Francisco; señora doña María Luisa Iragorri de Silva, Presidenta de la Junta Organizadora de este homenaje; señores y señoras:

Quisiera en estos momentos algo más noble que la voz humilde de quien siente su pequeñez infinita delante de la infinita grandeza de esta Madre Augusta, primavera del cielo y de la tierra; gloria suprema del Padre en la carne y en la sangre del Hijo; norte de cuantos peregrinan entre el dolor y la muerte; corredentora del humano sufrimiento; fuente inagotable para cuantos han hambre y sed de amor y de justicia, y escudo de la fe que libra y gana las cotidianas batallas del espíritu.

Porque tanta suma de bienes y virtudes no caben en el verbo del hombre, y el ditirambo con que solemos exaltar las humanas grandezas, es humo, nada más, delante de esta Madre Excelsa en cuyo seno palpitara un día la grandeza misma de Dios en el más hondo de los misterios.

Pero si vos, Santísima Virgen de Fátima, habéis llegado a este lugar modesto, es porque sólo exigís de nosotros lo que podemos daros: no la millonaria música de los arcángeles, ni la omnisciente palabra de los santos y de los profetas, sino la sencilla y cálida oblación de nuestros corazones y de nuestras almas; no el arpa celeste pulsada en vuestro honor ante el Trono del Altísimo por los alados serafines, sino el susurro de la oración ferviente y el cariñoso arrullo de las palomas; no el verbo eterno que perdura en el alba augural de las profecías, sino el recogido ruego que asciende hasta Vos en el sutil incienso de la plegaria.

Sí, porque siento la vacuidad insólita de la lengua humana para entonar un himno jubiloso a la altura de vuestro amor y de vuestra munificencia. Porque bien sé que el hombre sólo puede ascender hasta Vos, Soberana Reina de las madres, cuando postrado de rodillas ante el ara, repite fervoroso y humilde, la eterna salutación del Arcángel: "Dios te salve María, llena eres de gracia".

Aquí, al amparo de esta campiña inefable, donde la soledad de Dios colma el silencio de las estrellas; aquí al abrigo de la ciudad limitada y limitante, donde los horizontes se dilatan sin cesar y el canto mañanero de los pájaros es música de navidades y de albas; aquí, Señora y Madre nuestra, como a la historiada Sierra de Aire, vendrán con los pastorcillos de Aljustrel piadosas y sencillas gentes del agro; y vendrán con su fe infinita para ver lo invisible, infinita para adivinar el misterio, e infinita para sentir a Dios hasta en la gota de agua que calma la sed de una semilla. Y veneran hasta Vos, divina Emperatriz de los lirios y de las azucenas, con sus fieras agrestes: esas que nacen sin mano amiga que las cuide, al amparo, no más, de las escondida Providencia. Y vendrán hasta Vos mar y caracol de resonancias celestes, con su oración callada, no aprendida, que les brota del pecho con la misma emoción como crecen los árboles de su cortijo. Porque bien saben ellos, oh Virgen jubilosa y providente, que vuestro inmenso corazón se colma lo mismo con la voz mensajera del Arcángel, que con la dulce sonrisa de los niños y la palabra silenciosa de los humildes.
Y en las horas tranquilas, cuando la estrella de la tarde madrugue a amanecer en vuestros ojos, oiréis cantar a los pastores de esta feliz comarca:

"Virgen que no tiene altar,
 porque es Virgen andariega
 y cuando la noche llega
 se queda en un palomar.
 Virgen que sabe curar
 al ciego y al impedido.
 Alas de paloma pido,
 alas de paloma anhelo,
 para que mi fe, en un vuelo,
 a sus plantas haga nido"...

Aquí estáis, Reina y Señora nuestra, llamándonos con el dulce caramillo de vuestro amor. Aquí estáis, Mensajera de Paz, en un mundo que ha olvidado el sentido teológico y cristiano de la piedad; en un mundo abrasado por el odio, empavorecido por la violencia, y esclavo de la máquina en esta época apocalíptica en que el árido materialismo socava las más firmes columnas del espíritu, de la tolerancia y de la fe. Aquí estáis, Estrella y Faro, iluminándonos el camino hacia el amor y hacia la piedad con la antorcha magnífica del perdón y del milagro.

Santísima Virgen de Fátima: extended vuestra mano compasiva y milagrosa sobre Colombia, y haced que el olivo de la Paz florezca para todos vuestros hijos en los fértiles campos donde la fe del carbonero enciende en vuestro amante corazón su lámpara sencilla de luz indeficiente.

Y ahora, hosannas! y aleluyas! del cielo y de la tierra, asciendan hasta el trono seráfico desde el cual bendecís los orbes del Señor con vuestra mano pródiga y fecunda. Hosannas! y aleluyas! en que el verbo del hombre procure elevarse a la altura de vuestra perfección sin par, espejo de Dios y arquetipo de toda humana y divina belleza. Hosannas y aleluyas, oh Madre de la Lira, Olimpo de los poetas, fuente de poesía y hontanar luminoso de todo eterno pensamiento.

Oh Madre, cual ninguna inmaculada,
limpia, blanca y hermosa cual ninguna...
Revestida de luna,
de estrellas coronada.

A tus pies está el orbe, que te adora
cual paje que a los pies de su Señora
le cantara esperando una sonrisa;
sus manos son los soplos de la brisa;
su cítara, los rayos de la aurora.

En ti, la gracia del Señor. Rendida
su mirada, de luces se reviste.
Entre las hijas de Israel, tú fuiste,
como zarza entre espinas, escogida.
No es más hermosa el alba cuando asoma
por los montes floridos. Ni más pura
la tímida paloma
que anida en la espesura.

La carne de Dios llena
que redimió la tierra pecadora,
atravesó, Señora,
tu carne de azucena,
como el cristal el rayo de la aurora.

En ti el alma se ampara.
A ti endereza el alma su carrera.
Así la corza tímida y ligera
hacia la fuente clara.

Limpia, Madre, los cuerpos pecadores,
como limpian las aguas del riachuelo
los guijarros del suelo
cuando van, entre jaras y entre flores
cantando paz y reflejando el cielo.
                                                                                                José María Pemán

Hosannas y aleluyas, porque las preces y las lágrimas y la sangre conque la Patria atribulada imploró vuestro auxilio en horas oscuras y luctuosas, encontraron piedad y justicia y amor delante de tu corazón generoso y magnánimo. Hosannas y aleluyas porque no defraudasteis nuestra fe y fuisteis dadivosa y tierna con nuestro dolor y con nuestra esperanza.

Por eso, para terminar estas humildes palabras de gratitud y de homenaje, que deshojo como una rosa de ensueño a la sombra protectora de vuestro nombre, permitidme que recoja, por vuestra amada Colombia, la sublime deprecación de Paúl Claudel, con la que os saludara un día el gran poeta galo, interpretando los sentimientos de su pueblo por la resurrección de Francia:

"Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada; porque en la hora en que todo crujía fue cuando interviniste; porque has salvado a mi Patria una vez más; porque estamos en este día de hoy; porque estás aquí para siempre; simplemente porque eres María, simplemente porque existes, Madre de Jesucristo, recibe nuestras gracias".

José Ignacio Bustamante
Popayán.
Tomado de Regina Mundi, revista de estudios marianos

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