jueves, 31 de mayo de 2012

El mandamiento de la Virgen María

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

Las Bodas de Caná fueron testigos de un acontecimiento singular en la vida del pueblo judío. Allí se adelantó el inicio del Plan de Salvación de la humanidad diseñado por el Padre Celestial desde la caída de Eva.

El cambio de ruta se debió a la intercesión de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, ante su amado hijo Jesucristo. Ella, atenta a las necesidades de los anfitriones, se dio cuenta de una falla garrafal en el suministro del licor. “…La madre de Jesús le dijo: —No tienen vino. Jesús le contestó: —¿Qué tiene que ver eso conmigo y contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora…” (Juan 2. 3, 4).

La respuesta de la Santísima Virgen, ante la negativa del Dios-hombre, es un modelo de prudencia delicada y sabiduría purísima para conjugar su petición con la santa obediencia debida a la voluntad de su Hijo. Ella en un gesto maravilloso, digno de la Esclava del Señor, rompió las tradiciones judías, el protocolo de la fiesta, la jerarquía de los meseros y sin alterar en nada la respuesta absoluta de Jesús causó una revolución en las costumbres del rígido protocolo. “…Su madre dijo a los que servían: Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2, 5).

El mandamiento de María: “…Hagan lo que Él les diga…” quedó escrito para siempre en la conciencia de cualquier discípulo de Jesús. No hay alternativa, se hace lo que Dios manda o el alma perece ante la lejanía de la voluntad del amor misericordioso. El mandato es tan simple como la sumisión de María y así lo entendieron aquellos privilegiados personajes que se convirtieron en los primeros marianos, semillas vivas de tantas agrupaciones marianistas.

La valentía de acatar a María se debe destacar porque los sirvientes no tenían que obedecer a una invitada. Ellos, por norma interna, debieron dirigirse a su maestresala o en caso de emergencia al dueño de casa.

Sin embargo, movidos por la humilde dulzura de María cumplieron sin inmutarse. Los camareros son pioneros en vivir esa gracia vital que trazó el camino para llegar al Salvador, a Jesús por María.

Y no lo dudaron. El misterio se hizo aún más profundo en su dimensión de fe porque los domésticos clandestinamente, es decir sin consultar a sus patrones, acudieron por orden de una mujer ante un desconocido que claramente expresó no tener nada que ver con la solución del problema.

Los criados, invitados por la Llena de Gracia, pudieron vivir la totalidad de las enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento resumidas en seis palabras: “Hagan lo que Él les diga”.

La complejidad de lo simple los inundó con una certeza sin límites en el corazón y acataron la docilidad del “mandamiento de María” para acudir ante su Unigénito.

Jesús los recibió con la ternura del Mesías y modificó su conducta ante la dulce súplica enviada por la Inmaculada, su Madre-Virgen.

 “…Había allí seis tinajas de piedra para agua, de acuerdo con los ritos de los judíos para la purificación. En cada una de ellas cabían dos o tres medidas. Jesús les dijo: —Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde…Luego les dijo: —Sacad ahora y llevadlo al encargado del banquete. Se lo llevaron…” (Juan 2, 7-8).

Una extensa e interminable serie de milagros comenzó su trayectoria por la redención de los hombres.  “…Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en Él…” (Juan 2, 11). San Luis María de Montfort sintetizó este episodio del santo Evangelio con una frase que se convierte en una cátedra magistral de la mariología moderna: “María es el camino más seguro, corto y perfecto para llegar a Jesucristo”.

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