jueves, 5 de julio de 2012

Mensaje teológico del cuadro renovado de Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá

Por el padre Leonardo Ramírez Uribe, S.J.
Presidente de la Sociedad Mariológica Colombiana



Lo teológico es básicamente un análisis del hecho religioso, con la intención determinada de buscar si Dios ha estado presente y ha actuado y continúa actuando en tal hecho.

El caso del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, renovado milagrosamente y venerado durante cuatrocientos años, ¿ha creado un entorno apto para que el hombre encuentre al Dios de su fe, a su Creador, Salvador y Santificador y apto a la vez para que Dios encuentre al hombre, hijo suyo; no importa si se trata del que “estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo hemos encontrado” (47), justo en el momento en que decidió, movido por la gracia, levantarse e ir en busca del Padre a la casa de la Madre, o de los noventa y nueve que no necesitan penitencia? (48).

Aunque parezca que es el hombre quien toma la iniciativa, esta es de Dios y nada le impide valerse de un signo como el de Chiquinquirá, en donde la historia es humana llena de datos, de sentimientos humanos, de piedad popular, a donde nos acercamos con mirada de fe.

Sírvanos a manera de introducción al tema, estas líneas Cardenal Danielou:

 “La historia de Salvación es la historia de las grandes Maravillas de Dios. Esta perspectiva es muy importante desde el punto de vista de la catequesis, pues en ella se manifiesta, según la expresión de los Padres, una autentica pedagogía. Esta pedagogía consiste en la educación del hombre familiarizándolo con los modos de actuar de Dios” (49).

Tratemos, pues, de recorrer la historia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en sus diversos pasos, dentro de un contexto adecuado para una catequesis que nos sirva para desentrañar una teología y una economía salvífica, teniendo en cuenta que existen sólidas razones para creer que, ni antes ni después, se creó, en la historia del arte religioso del Nuevo Reino, una obra con las características de ésta, como deja muy claro la Biblia que, ni antes ni después, creó el Señor otra pareja como Adán y Eva (50).
  
(49) Historia de Salvación y Liturgia, pág 19.
(50) Estas razones son: 1. Como ya se advirtió (cfr. n. 6), si Alonso de Narváez, fue el primer pintor que hubo en el nuevo reino, ¿Quién pintó antes que el alguna imagen sagrada (refiriéndonos al arte cristiano)? 2. Cómo escribe Fray Jorge I. Caro: “No sabemos si Alonso de Narváez haya pintado otros cuadros, o si fue una excepción que hizo con su amigo y paisano el encomendero Antonio de Santana “(o.c., pág 20). 3. Fray Andrés Mesanza y algunos otros (cfr. Enciclopedia de Colombia. Orígenes del arte colonial neogranadino, por Gabriel Giraldo Jaramillo, Tomo IV, pág 6ss.), señalan como posiblemente anterior al cuadro de Nuestra Señora del Socorro en Guaca (Santander). Ninguno sin embargo da un dato preciso sobre su origen. Mesanza cita a Zamora quien afirma: “Fue su primer dueño un vecino llamado Juan Jaimes, que por la maravilla de haberse renovado, sin que llegaran manos de hombres estando desfigurada y casi borrada toda la pintura, la donó a la iglesia de este pueblo, para que estuviera en ella con la decencia, que no podía tener en su casa particular”. (Mesanza, Celebres imágenes y santuarios de Nuestra Señora en Colombia, pág 357). Seria interesante precisar aún más si existen datos de algún otro lienzo anterior pintado en el Nuevo Reino.

1. La Creación del cuadro

Por una iniciativa de piedad, Antonio de Santana manifiesta el deseo de la presencia de una imagen de la Virgen María en sus estancias de Sutamarchán. Como creyente, no le parecía bien que estuviera ausente de allí. Llega a un acuerdo con el artista y así se crea la imagen.

Este la efectúa utilizando los elementos que tiene a la mano: una burda tela de algodón tejida por nuestros indígenas, colores naturales, extraídos de las arcillas del lugar (51).

En síntesis, esta historia nos recuerda la creación misma del hombre:

“Entonces, el sexto día, el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló sobre su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo” (52).

2. Colocación del cuadro.

“Es absolutamente cierto que el rico encomendero de Suta, por su devoción personal, mandó pintar la imagen de nuestra Señora del Rosario y él mismo la llevó después para colocarla en la Capilla de los Aposentos de Suta” (53).

También este episodio es comparable a la narración del Génesis.

El Señor Dios plantó un vergel de Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado…para que lo guardara y cultivara” (54).

Estos dos pasos nos hacen admirar a la vez las maravillas del Creador y la buena intención de los “creadores” del Cuadro. Es el primero, pero no el único aspecto de la Historia. “La historia de Salvación, es además, la historia del pecado “(55). “Por una parte, tenemos la historia tal como Dios se ha propuesto realizarla, con sus propios objetivos y por sus caminos. Por otra parte, la historia tal como los hombres quieren construirla” (56).





3. Deterioro del cuadro y su retiro del culto sagrado.

En vez de que, como era de esperarse, la imagen de Nuestra Señora fuese cada vez más venerada y honrada.

“Transcurren algunos años….la capilla comienza a goterearse sin que nadie le ponga mano y con ello, a deteriorarse el cuadro de la virgen…

“El presbítero Juan Alemán de Leguizamón, apenas llegado a Suta, quita del altar la imagen, por encontrarla tan deteriorada que le parece indecorosos celebrar la Santa Misa ante ella” (57).

Por desidia humana, la imagen de María, con tanto anhelo “creada” se va borrando, mientras los colores vuelven a la tierra de donde habían sido tomados.

Otro tanto había ocurrido en el Paraíso:

“Dios creó inmortal al hombre y lo forma a su imagen y semejanza; más por la envidia del diablo entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte (58).

“Y el señor Dios dijo al hombre: Con, el sudor de tu rostro comerás pan, hasta que tornes a la tierra, pues de ella fuiste tomado, ya que eres polvo y tornarás al polvo” (59).

4. Destierro

“Consta por las declaraciones del proceso que el lienzo de la Virgen del Rosario pasó de Suta a Chiquinquirá (60).

Y allí lo halló María Ramos.

“Ya no recibía culto alguno religioso, sino por el contrario, servía de posada y cama para perros y animales inmundos… (61).

El primer efecto del pecado fue:

“Y expulsóle el Señor Dios del vergel de Edén a trabajar la tierra, de que había sido tomado” (62).

5. Renovación

“María Ramos…halló…en el suelo un lienzo en que se notaban rastros de alguna pintura, que entonces no supo de que santo serían. Cuando se enteró de que aquella había sido una imagen de la Santísima Virgen del Rosario y las vicisitudes que había sufrido, se afligió grandemente… Y con la ayuda de una moza mestiza, llamada Ana, levantó el bastidor de madera, lo colocó encima del altar y para que no se cayese la imagen de la Santísima Señora Madre de Dios, lo hizo atar muy fuertemente con una cabuya recia, nueva, con cuatro nudos que le dieron…”

“Entraba allí frecuentemente y con muchas lágrimas a la Madre de Dios expresaba su pesar por no ver ni un rasgo siquiera de su imagen. Miraba y volvía a mirar el cuadro y como no viese lo que tanto anhelaba, decía con gran ternura: “¿Hasta cuándo, Rosa del Cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto para que mis ojos se regalen de vuestra soberana hermosura, que llena de alegría mi alma?”

Y “llegó el día viernes 26 de diciembre de 1586 María Ramos hizo ante el desteñido cuadro su acostumbrada súplica de que se dejase ver.

Hacia las nueve de la mañana hizo una profunda reverencia y salió de la capilla, a tiempo que pasaba por la puerta la india Isabel con su hijito Miguel de la mano. El niño, de cuatro años de edad, mirando hacia dentro, exclamó: “miren, miren” Volvió a mirar la india y asombrada dio voces a María Ramos, que aún estaba casi en la puerta:

“Mire, mire, señora, que la Madre de Dios está en vuestro asiento y parece que se está quemando “¡Volvió a mirar María y vio el cuadro en la forma que se le decía. Fuese corriendo, llena de asombro, y derramando lágrimas se postró a los pies de la sagrada imagen, puso los ojos en ella, y vio que se había cumplido sus anhelos: la imagen de la Madre de Dios estaba patente, con una hermosura tan especial y unos colores tan vivos, y despidiendo grandísimos resplandores, que bañaba de luz a los santos que tenia al lado e iluminaba la humilde capilla.

La noticia…Corrió inmediatamente por todos los lugares circunvecinos, cuyos moradores vinieron presurosos a ver la imagen renovadas” (63).

Después de la caída del hombre y su expulsión del Paraíso Dios mismo “que maravillosamente forma la dignidad de la humana naturaleza  y más maravillosamente la reformó, nos ha hecho participes de la dignidad de su propio Hijo Jesucristo, quien se digno participar de nuestra humanidad” (64). Este acontecimiento renovador constituye toda la Historia Salvífica. Los discípulos después de que vieron como el Señor Jesús se elevó, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús.

“Al llegar el día de Pentecostés, estando todos reunidos en un mismo lugar, vieron aparecer unas como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo... y habiéndose corrido la voz, se congregó la muchedumbre que no salía de su asombro… siendo como la media mañana (65).



6. Resurrección

Como Pentecostés trae consigo el mensaje de resurrección, también nos parece leer esa misma esperanza en el Cuadro Renovado y más todavía a la luz de las catequesis de san Agustín:

“Ex te ipso crede futurum te esse cum fueris, quando cum ante te non fueris, nunc esse te vides… Numquid ergo difficile est Deo reddere istam quantitatem corporis tui sicut erat, qui eam facere potuit sicut non erat?” (66).

¿Por qué presentar así, en una escala de seis peldaños, esta reflexión teológica?

Teniendo en cuenta que santuarios, imágenes, peregrinaciones

“son hechos que se dan en casi todas las religiones, deberían ocupar en el catolicismo un puesto importante, destacando puntos de vista que han quedado muy en segundo plano, motivo por el que algunos tienden a localizarlos en el ámbito periférico de la piedad y en la misma dirección apunta la falta de una alusión a ellos en el nuevo catecismo” (67).

Y de ello resulta un vació espiritual que margina virtualmente  a millones de peregrinos que cada año los frecuentan, ¿qué puede hacer quien ha sido requerido para escribir el ¿mensaje teológico? ¿No está, acaso, abocado al riesgo de generalizar y decir algo que, por común puede aplicarse a cualquier imagen, santuario o peregrino y más tratándose de hechos tan frecuentes en América Latina, desde Luján hasta Guadalupe?

Sin la pretensión de que este sea el mensaje teológico del cuadro Renovado de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, sino apenas como unas pinceladas, quizá como aproximaciones lejanas que intentan delinear el aspecto sensible del misterio, destaqué lo que considero único e irrepetible en esta historia -la propia historia del cuadro- y así he ensayado proyectar un mensaje teológico, corto en su aspecto exterior, penetrante en su analogía con los textos de la Historia Salvífica.

Acepto la crítica de quien considere estos paralelismos como una mera apariencia que en nada señalan una intervención de Dios en Chiquinquirá y respondo:

Cuando Dios llega a obrar un milagro, lo hace exclusivamente por designios salvíficos, por crear un enlace directo suyo entre la Historia de Salvación y el acontecimiento milagroso y entonces para nada importan las coincidencias externas, sino el mensaje interior. Es lo que hay que discernir en un mensaje teológico de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. ¿Qué de salvífico hay aquí?

Estas reflexiones del Cardenal Jean Danielou son pertinentes:

“No se trata, evidentemente, de meras coincidencias verbales o imaginativas, ni pura alegoría. Los elementos exteriores… son puras imágenes que sirven sólo para llamar la atención. Lo esencial no esta ahí. Lo esencial es la analogía teológica profunda de las acciones divinas” (68).

Y las analogías teológicas ¿para qué? Nunca como en la era de la antropología teológica el hombre busca continuamente signos que le ayuden a ponerse en sintonía con El absoluto, mensajes que lo guíen por las situaciones de angustia y de tristeza por las que a menudo atraviesa, extraídos de nuestras realidades cotidianas, y ante las cuales “es deber permanente de la iglesia escrutar a fondo los signos  de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y la futura y sobre la mutua relación de ambas” (69).

Por eso el intento de fondo, en esta reflexión, ha sido insinuar, a manera de un mensaje teológico, los puntos vitales para una catequesis que siguiendo por la misma senda de la Sagrada Escritura, que es la verdadera Historia de la Salvación y partiendo de la Creación y de la caída en el Paraíso, el peregrino, en el Santuario de Chiquinquirá y ante el cuadro renovado de Nuestra Señora del Rosario, descubra como Dios se vale de Ella, en las circunstancias concretas de este hecho histórico que para Él es el signo de los tiempos, para hacerle comprender que el mensaje de sus obra salvífica nos llega “hasta los tiempos presentes” (70).


“Esto es importantísimo –anota Danielou- . La Historia Santa no es sólo la de los dos Testamentos. Dicha historia se continúa en nosotros. Vivimos en plena Historia Santa. Dios continúa realizando sus acciones, la conversión, la santificación de las almas. La teología protestante tiende a identificar la Historia Santa con la que la Escritura nos narra y a no ver en la Iglesia la continuación de la actuación de Dios, que se manifiesta infaliblemente por el magisterio e irresistiblemente por la acción sacramental. Los cristianos en general miran superficialmente la historia, ven solo la realidad exterior sin pensar en penetrar, con la mirada de la fe, en sus profundidades sobrenaturales” (71).

Tiene esta visión a nuestro juicio, el tinte de la autentica pedagogía cristiana que  “sea cual fuere el campo en que se ejerza, debe definirse principalmente por su relación con el hecho cristiano. Ahora bien, lo que diferencia formalmente el hecho cristiano del hecho religioso tomado de modo general es que se funda en acontecimientos… Su verdad es la de un hecho, no la de una exigencia. Su justificación proviene del testimonio, no de la demostración Debe ante todo, pertenecer al orden del acontecimiento” (72).

La catequesis tiene por objeto avivar y fortalecer la fe y “la fe cristiana tiene por objeto acontecimientos. Pero un determinado orden de acontecimientos, que son las obras divinas, es decir, las acciones de Dios en la historia. El objeto de la fe es la Historia Santa, es decir, la historia Santa. Y es creer que lo que Dios obra en el alma de los santos es de un orden infinitamente superior a las mayores obras de los hombres.

Estas acciones de Dios son realidades perfectamente definidas. Definidas no en cuanto que el espíritu del hombre se constituye en su medida, sino, por el contrario, en cuanto que habitúan al hombre a acomodarse a los modos de actuar de Dios”(73).

Así, pues, volviendo a nuestro Cuadro Renovado, del que hemos pretendido desentrañar el mensaje teológico, que no es un signo en si mismo, sino una historia que se ha ido convirtiendo en Signo, a través de los pasos graduales de una catequesis, la cual tiene  por “objeto esencial hacer comprender los pasos salvíficos de Dios con respecto al hombre, o sea, “lo que significa crear, juzgar, salvar, hacer alianza, estar presente, etc.” (74).

En fin, “la prueba de una catequesis es válida reside en su capacidad de ser aplicada a todos los campos de la Historia de la Salvación “(75).

Debe saber presentar, a partir de un hecho o de un objeto determinado y concreto, los acontecimientos de la Historia de Salvación, de tal manera que lleguen a asumirse descubriendo en ellos signos salvíficos de nuestra historia personal de salvación.

Es deber suyo, además, lograr que quien la recibe adquiera la necesaria perspicacia  espiritual para repetir y sacar provecho (76) de signos como este, aclimatándolos a su propio entendimiento, como se ha procurado aquí, partiendo de una mirada sobre la historia del cuadro; hacer penetrar en el misterio, buscando que la fe se convierta en agente de la esperanza cristiana, hasta el punto de que, quien se inmersa en esta experiencia llegue a comprender como “el amor debe ponerse más en obras que en palabras” (77).

Por eso el Cuadro Renovado es siempre actual y actuante, verdadera imagen de nuestra vida, no da espera. Su importancia radica en su propia arcilla y en su manta de algodón renovada y renovadora. Es para el hombre de hoy y el de siempre. Sin tener un sentido nacionalista, transmite un mensaje perdurable para cualquier hombre de cualquier edad que acercándose a Nuestra Señora, con su Niño Dios en los brazos, le pregunte “¿Qué debo hacer”, oiga en seguida la respuesta trascendente: déjate renovar por Dios.

Luego de largas reflexiones, de visitar el santuario y observar  el Cuadro, de repasar su historia, esto es lo que he hallado como mensaje teológico del cuadro renovado.

(51) Caro, o.c. pág 19
(52) Génesis 2,7
(53) Caro, o.c. pág 21.
(54) Génesis 2,8
(55) Danielou, o.c. pág 23
(56) Ibidem.
(57) Téllez, o.c., pág 12
(58) Sap. 2,23
(59) Génesis 3,19
(60) Caro, o.c.25
(61)  Caro, o.c.28.
(62) Génesis 3,23.
(63) Varios: Caro, o.c., pág.23; Ariza, o.c., pág 21
(64) Oración del Misal Romano de San Pío V al mezclar el agua con el vino al ofertorio.
(65) Hechos 2, Iss.
(66) ML 40, 342. De catechizandis rudibus, liber unus, 46.
(67) Ekkart Sauser, Sacramentum Mundi, T.5, peregrinaciones, pág.437.
(68) Danielou, o.c., pág. 22.
(69) Constitución Gaudium el Spes, n.4.
(70) De Cat. Rud. 45.
(71) Danielou, o.c. pág 30.
(72) Idem, pág. 38.
(73) Idem. pág. 39.
(74) Idem, pág. 42.
(75) Ibidem.
(76) San Ignacio de Loyola. Ejercicios espirituales, contemplación sobre la Encarnación, punto 1, 2.
(77) Idem, Contemplación para alcanzar amor. Nota.

Nota: Este estudio fue tomado del libro Nuestra Señora de América nro 18. Obra editada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Bogotá 1986.

No hay comentarios:

Publicar un comentario