jueves, 5 de octubre de 2017

Las rasgaduras en la tela de Chiquinquirá. (Parte II).



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana.

El tema de las roturas en el lienzo de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá a veces genera confusión porque las opiniones se elevan a la categoría de “verdad”.

El punto de la diferencia conceptual surge cuando el guía le explica a la romería, inquieta por el afán: “El cuadro de la Virgen de Chiquinquirá se renovó y se le cerraron los agujeros que tenía”.

Lo segundo no es consecuencia de lo primero porque son dos texturas distintas. Materiales del cuerpo sí, pero independientes en su funcionalidad. El primero es pintura al temple y el segundo algodón. El uno es imagen y el otro, soporte.

La semántica de la palabra agujero da una luz sobre el problema: Abertura más o menos redondeada en alguna cosa”. El diccionario de la RAE indica que el hueco estaría en la tela y no el resquebrajamiento de la pintura por envejecimiento. El artista utilizó el Blanco de España (carbonato de calcio, CaCO3) para la capa pictórica a la cual mezcló cola como aglutinante y aplicó colores de origen orgánico. (Cf. María Cecilia Álvarez White. Chiquinquirá, arte y milagro).  Las pinceladas se deterioraron por causa de las lluvias y las figuras se destiñeron hasta desaparecer. La misteriosa restauración dio origen a un prodigio inagotable en la capilla de la encomienda de Catalina García de Irlos.

Ahora, de regreso a los orificios, hay pruebas de las perforaciones antes y después de la renovación. El cura doctrinero, Juan Alemán de Leguizamón, en su declaración de 1588, habló de que para 1578, ya había agujeros en la manta. Razón, entre otras, por la que fue retirado de la capilla de los Aposentos de Suta y enviado a Chiquinquirá donde ocurrió la maravilla. (Cf. Proceso eclesiástico sobre la milagrosa renovación de la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y hechos portentosos que se siguieron).

La inspección ocular del ex ministro Octavio Arizmendi Posada y Francisco Gil Tovar encontró pequeños huecos esparcidos por el lienzo (mayo de 1986), según consta en su libro Chiquinquirá 400 años, página 172.

¿Son las mismas rajaduras de antaño en hogaño? Imposible saberlo ya que la tela sufrió las caricias de los promeseros sin contar con los trajines del bandolerismo decimonónico y los sacrilegios del hampa. Durante tres siglos, cuando se descubría para su veneración, miles de manos refregaron camándulas, niños, y herramientas de labranza sobre su superficie. Comportamiento que debió convertirlo en olvido al desaparecerlo de la faz de la tierra. Los frailes dominicos le colocaron el cristal que lo protege de sus devotos, las devociones y de los iconoclastas modernos en 1897.

¿Y si se cerraron los rotos de 1578 en 1586? Si eso ocurrió no se puede probar por razones obvias porque ¿cuáles aberturas se sellaron?..

María Ramos que declaró en 1587, dos veces sobre el fenómeno, y los testigos de 1588 y 1589, no corroboraron el dato del taponamiento de los orificios. Ellos no nombraron ese zurcido o creación del faltante por mano divina.

Además, en el presente hay hoyos. Este cronista captó con su cámara de fotografía el que existe debajo del brazo derecho de san Antonio de Padua. (Sept. 2017). Esas evidencias demuestran que estuvo y está roto en varias partes.

Sin embargo, y pese a todo el peso de la realidad, la tradición oral sostiene que “se cerraron los boquetes”.

Ese punto requiere de autorizadas citas:

El cronista de Indias, Juan Flores de Ocáriz, en  Las Genealogías del Nuevo Reyno de Granada, publicadas en Madrid, España, (1674) señaló: “…El lienzo referido, maltratado de haber andado arrastrado y con tres agujeros que milagrosamente se han ido cerrando…”

Años más tarde, fray Pedro de Tobar y Buendía, O.P., en su  Verdadera histórica relación del origen, manifestación y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la Sacratísima Virgen María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá escribió: “…el haberse observado, que comenzaron desde entonces a cerrársele las roturas y agujeros…” y dio la fecha, el 5 de enero de 1589. (Cf. Edición facsimilar de la primera edición de 1694. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá, 1986. Pág. 89).

Lo anterior certifica que la regeneración de los trazos no es -no puede ser- igual a sutura de rotos. Por tanto afirmar que: “El cuadro se renovó y hubo un cerramiento de las cisuras” es una ligereza, yerro que debe ser erradicado del léxico turístico.

¿Cambia la historia por la sugerencia que invita a la precisión en la narrativa de los acontecimientos? La respuesta categórica es no.

La resurrección de Nuestro Señor Jesucristo muestra que sus llagas, producto de la crucifixión, seguían vigentes. Ellas eran el certificado absoluto de una promesa de redención. Material probatorio que necesitó un pescador de Galilea, llamado Tomás, para exclamar: “Señor, mío y Dios mío”.

El signo del Altísimo sobre la obra diseñada por el pincel de un platero, Alonso de Narváez, requiere un aula. Sala útil para explicar un capítulo inédito de Mariología, ciencia teológica, que se escribió sobre una manta muisca, más ancha que larga, el 26 de diciembre de 1586.


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